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Por aquí han pasado cooperantes de Ayuda en Acción, Cruz Roja, Ingeniería Sin Fronteras, Unicef, Médicos del Mundo, HelpAge, Fundación Vicente Ferrer, Médicos Sin Fronteras, PLAN
Internacional, Farmamundi, Amigos de Sierra
Leona, Sonrisas de Bombay y Arquitectura sin Fronteras.

Archivo de febrero, 2018

Servicios de Salud para las mujeres beduinas del Valle del Jordán

Marta Vallina Bayon, delegada de Cruz Roja Española en Ramallah

“Me he convertido en un referente en mi comunidad para aquellas mujeres que no tienen acceso a información en materia de salud sexual y reproductiva así como en salud preventiva”. Así de orgullosa se muestra Fatma Balo, voluntaria del Comité Comunitario de la Media Luna Roja Palestina (MLRP) en Jericó.

Fatma es una piedra angular en el proyecto de salud sexual reproductiva para las mujeres beduinas y residentes del Valle del Jordán, que cuenta con la financiación de la Agencia Andaluza de Cooperación Internacional para el Desarrollo.

A través de este programa se han creado 3 comités comunitarios en las comunidades del Valle del Jordán (áreas de Tubas, Nablus y Jericó).

Finalizado ya el proyecto estos comités cuentan con 56 miembros activos que durante la intervención han colaborado en la prestación de servicios de salud sexual y reproductiva y la realización de actividades de sensibilización en la materia para 16.287 personas, en su inmensa mayoría mujeres.

Estos comités responden a una forma de intervención que la MLRP puso en marcha hace ya 15 años y en los que el voluntariado juega un papel fundamental. Los comités comunitarios fueron creados en un intento por reforzar el trabajo de los voluntarios y voluntarias en sus propias comunidades apoyando la resiliencia de la población y la resiliencia individual.

Estos comités se extienden por todo el territorio palestino (Jerusalén Este, Franja de Gaza y Cisjordania) y coordinan su actividad a través del Departamento de Trabajo Comunitario con los diferentes departamentos y delegaciones de la MLRP.

Reciben una formación general que incluye primeros auxilios, evaluación de necesidades comunitarias, habilidades comunicativas entre otros y sus miembros se especializan en las necesidades específicas de sus comunidades.

En un contexto de crisis crónica como el que vive Palestina, el fortalecimiento de la resiliencia de la población se ha convertido en una herramienta clave para fomentar el bienestar de las personas así como para contribuir a la sostenibilidad de las intervenciones humanitarias que buscan paliar el sufrimiento de la población tras 50 años de Ocupación.

Y, para fomentar esta resiliencia, hay que contar con un voluntariado local capacitado y preparado, un voluntariado que, a su vez, permite desarrollar las habilidades personales y profesionales de sus miembros.

“Cuando terminé mis estudios de Enfermería me encontraba perdida, no encontraba trabajo y sentía que mis estudios universitarios no tenían sentido. Baja de ánimo y sin saber muy bien hacia dónde dirigirme, me apunté en diciembre de 2015 al Comité Comunitario que la MLRP estaba creando en Jericó. Allí, conocí a otras jóvenes como yo, todas queríamos hacer algo pero no encontrábamos nuestro lugar. A través de las formaciones en las que participé así como en las actividades comunitarias que hemos desarrollado durante estos años he crecido como persona y como profesional. He adquirido las habilidades sociales que me van a permitir desarrollar mi profesión así como me he convertido en un referente en mi comunidad para aquellas mujeres que no tienen acceso a información en materia de salud sexual y reproductiva así como en salud preventiva”.

Victoriia Panchenko, marcando la diferencia para los mayores afectados por la guerra en Ucrania

Por Ben Small, Coordinador del Área de Comunicación e incidencia y de HelpAge International

Cuando ocurre un desastre o un conflicto, las personas locales son no solo las mas afectadas, sino también las primeras en responder para salvar vidas y proveer el soporte a los más necesitados.

Cuando esto sucede en tu comunidad, sabes con certeza quienes son los que más ayuda requieren, y esto te conduce a asegurar que tengan seguridad y confort. También es una manera de mantenerte ocupada ya que un suceso de estos puede durar meses y aun años. O bien, tu has sido un receptor de ayuda que tu has recibido.

No hay un arquetipo humanitario, cualquiera puede serlo, y por eso quiero compartir la inigualable historia de Victoriia Panchenko, que está marcando la diferencia para adultos mayores cuyas vidas se han visto asoladas por la guerra en Ucrania.

Por Victoriia Pachenko, de voluntaria en Sviatohirsk a desarrollar Red Poppy

Todo comenzó cuando los militantes anti gobierno estallaron en la Ciudad de Sloviansk al este de Ucrania, en 2014, y decidí quedarme. Envié a mi hija Alina a la ciudad rural de Sviatohirsk para mantenerla a salvo mientras continuaba con mi trabajo en la escuela local

Mientras me encontraba en la escuela, un misil aterrizó a solo 150 metros. Los niños estaban tomando un examen, y me mantuve firme. A solo tres días después de verme envuelta en un bombardeo, salvando mi vida mientras zigzagueaba por las calles evitando las explosiones, tomé la decisión de irme. Me fui hacia Sviatohirsk en donde se encontraba mi hija.

Poco después de mi llegada, decidí que tenía que hacer algo para ayudar, y desde entonces no ha habido vuelta atrás. Me uní a un equipo de voluntarios que registraban a los desplazados internamente, asegurando que se cubrieran sus necesidades de albergue, comida y ayuda psicológica. En el momento de mayor afluencia, se registraron hasta 500 personas en un solo día.

En un solo mes, me llegue a convertir en directora voluntaria al frente de un equipo de 60 personas. Encargada de designar las tareas, entrenar a los nuevos voluntarios y lidiar con los horarios de trabajo.

Sloviansk fue retomada por las fuerzas gubernamentales en Julio 2014, pero la gente continua llegando a Sviatohirsk, saliendo de ciudades como Donetsk y Gorlovka. En el momento que regresé a Sloviansk en septiembre para reincorporarme al trabajo, ya se habían ayudado a 30.000 personas.

No quise detenerme una vez en casa, aun hay muchas personas en la ciudad y en la región de Donetsk que necesitan ayuda. Por lo que junto con los voluntarios con quienes he trabajado en Sviatohirsk inicié una organización llamada “Red Poppy”. Renuncié al trabajo en la escuela para dedicarme de lleno al voluntariado, como cabeza de Red Poppy.

Algunos de mis colegas y yo hemos sido premiados con certificados de honor de UNHCR. Estoy realmente orgullosa y muy contenta de poder ayudar a las personas vulnerables

Mi actividad de voluntariado me ha llevado a obtener una recomendación para obtener una posición en HelpAge International, en nuestro programa de respuesta de emergencia en Ucrania. Al principio como Directora de Subsidios y posteriormente como Oficial de Protección e Inclusión.

Parte clave del puesto es escuchar a la gente mayor, ¿cuáles son sus necesidades? y verificar que es lo que HelpAge puede hacer para ayudarles. Supervisar el Proyecto para asegurar que las personas mayores reciban la protección que requieren, así como también hablar con los voluntarios regularmente para asegurar que tienen las habilidades para realizar correctamente su trabajo y entrenarlos. Así como también a otras organizaciones sobre inclusión por edad o discapacidad.

La historia de un hombre mayor a quien conocí durante mi trabajo, me afectó de forma muy particular. Él vive solo en un tercer piso en un edificio de departamento en Svitlodarsk, una ciudad muy cerca del frente, donde constantemente se escuchan detonaciones; tiene una salud muy precaria, hace una década sufrió un infarto y actualmente fue diagnosticado con cáncer. El impacto de ambas enfermedades lo han dejado muy frágil. Su mal equilibrio le dificulta caminar y permanecer de pie. No quiere ir muy lejos ya que dos años de constantes bombardeos lo han dejado traumatizadom temeroso de salir de su departamento.

Los voluntarios de HelpAge, lo visitan diariamente, y hacen lo posible para tratar de mejorar su calidad de vida, necesita cuidados por un periodo muy largo, ya que carece de fuerza para ir al baño, por lo que los voluntarios le han provisto de una silla toilet. Fue una lucha el que él aceptara que le era indispensable, sin embargo puede mantener algo de dignidad mientras está en casa.

Le llevan comida, le ayudan para que coma y tratan de asistirlo de todas las formas posibles a su alcance. Tratan de hacerlo independiente ya que con esto desean que pueda integrarse de mejor manera a la comunidad. Yo ayudé a estos voluntarios motivándolos y dándoles elementos para sobrellevar los retos a los que se enfrentan.

En realidad amo mi trabajo. Cada vez que conozco gente mayor en mi comunidad, me inspira a encontrar nuevas formas de mejorar sus vidas. Aún cuando el conflicto termine en Ucrania, yo no me detendré. Seguiré ayudando gente vulnerable en cualquier forma que pueda.

Mutilación Genital Femenina: una generación más en la lucha

Por Eva Gilliam, UNICEF en Yibuti

Mariam Kako nació en el suburbio de Arhiba, en Yibuti, el 13 de abril de 1986. La mayor de seis hermanos, dejó el instituto para ayudar en casa y, en algún momento, encontrar un trabajo.

“Afortunadamente sabía leer y escribir”, recuerda Mariam. “Por eso conseguí trabajo”.

Mariam trabajaba registrando niños para campaña de vacunación contra la polio en el centro de salud.

En 2005 la invitaron a participar en un programa comunitario de empoderamiento basado en derechos humanos. Allí aprendió acerca de la Convención sobre los Derechos del Niño y acerca de derechos de la mujer, democracia, salud, medio ambiente, protección infantil y gestión de proyectos. La formación fue impartida por una ONG senegalesa con décadas de experiencia, Tostan.

Mutilación Genital Femenina: una generación más en la lucha

Mariam se ha convertido en una gran influencia para las niñas de su aldea /©UNICEF

UNICEF y UNFPA, con apoyo del Ministerio de Mujer y Familias de Yibuti, invitó a Tostan a liderar esa formación e implementar el programa en el país. Mariam fue una de los cinco invitados al curso, que duró dos años. Al finalizar, ella a su vez facilitaría otros cursos a otras comunidades.

En su primer año de formación conoció a Ali. “Tenía clase por la mañana y prácticas por la tarde. Caminé más que nunca en mi vida”, explica Mariam. “Y él siempre estaba allí, charlando, pidiéndome mi número”.

Mientras tanto Mariam aprendía sobre resolución de conflictos, derechos humanos, derechos de la infancia, democracia…y se unió a un movimiento contra la mutilación genital femenina. “Aprendí todo sobre problemas de salud, sus peligros, y que realmente debemos acabar con ello por la salud de nuestras niñas”.

Ali y Mariam se casaron, y a los dos años de empezar la formación tuvieron una niña. “Me entristecía perderme mi graduación, pero ver a mi perfecta hija hizo que mereciera la pena”.

Mariam sufrió mutilación genital femenina cuando tenía cinco años. “Recuerdo todo, cada mínimo detalle. Sigue todo en mi cabeza: dónde fue, quién me sujetaba. Y cómo todo se enmascaró como una fiesta, con regalos y música”.

Le cortaron el clítoris y los labios mayores y menores con una cuchilla de afeitar. Luego cosieron los dos lados. Es la forma más común de los tres tipos de mutilación genital femenina que se practican en Yibuti.

Era 1991, un tiempo en el que el 98% de las mujeres de entre 19 y 49 años sufrían mutilación genital femenina en ese país. Era ilegal desde los 80, pero era y sigue siendo una tradición entre la mayoría de grupos étnicos.

Mariam se puso de parto el día de su graduación. “Era perfecta. Miré a mi madre y le dije que no estaba autorizada para cortarla. La tradición acaba aquí”.

Pero su madre era una firme tradicionalista. Una semana después de dar a luz, cuando Mariam salió de casa para recoger su certificado de graduación, su madre vio la oportunidad y llamó a una “cortadora” de la zona. Cuando Mariam y su marido volvieron se encontraron a su bebé sangrando y gritando.

Durante los siguientes 40 días el bebé siguió sangrando. A los seis meses, había bajado de peso hasta alcanzar el peso que tenía cuando nació. La infección estaba apagando su cuerpecito.

“Estaba avergonzada y aterrorizada. ¿Cómo podía tener una hija víctima de la mutilación genital? Si fuera al médico sería como admitir la culpa, a menos que no le dijera la verdad y denunciara a mi madre y a mi marido, algo que no podía hacer. Estaba paralizada. Solo podía contestar al médico con monosílabos”. Con seis meses, la hija de Mariam murió.

“Pude ver el arrepentimiento en los ojos de mi madre. Pero era demasiado tarde”.

Según una encuesta de 2016, el porcentaje de mujeres que sufren mutilación genital femenina en Yibuti ha pasado del 98% al 73%.

Cortaron a mi madre con semanas de vida, y a mí también”, explica Mariam. “Nunca he conocido la vida sin la mutilación, y nunca lo haré. Creo que ahora puedo usar lo que sé para parar estas tradiciones dañinas”.

No puedo recuperar a mi niña, pero sí puedo evitar que le pase a otras. Y con suerte, algún día podre tener otra hija”.

En 2017, de una muestra de 960 niñas en riesgo, el 60% se libró de la mutilación genital femenina. Esto fue posible gracias a la movilización social. Gracias a personas como Mariam Kako.