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Por aquí han pasado cooperantes de Ayuda en Acción, Cruz Roja, Ingeniería Sin Fronteras, Unicef, Médicos del Mundo, HelpAge, Fundación Vicente Ferrer, Médicos Sin Fronteras, PLAN
Internacional, Farmamundi, Amigos de Sierra
Leona, Sonrisas de Bombay y Arquitectura sin Fronteras.

Yin A Mat Po?

Por Verónica Ades (ginecóloga de Médicos Sin Fronteras en Sudán del Sur)

Cuando la mujer acudió a nosotros, no tenía ningún hijo vivo. Había estado embarazada dos veces, pero en ambos embarazos los bebés nacieron muertos. En su primer embarazo había estado de parto varios días, durante los cuales el bebé murió, aunque lo había expulsado vaginalmente. En el segundo, empujó y empujó, pero no logró dar a luz de forma natural. Se le realizó una cesárea, pero aún así el bebé falleció.

No puedo ni imaginarme lo que se siente. En Estados Unidos, de donde yo soy, dar a luz un bebé muerto en un embarazo a término es un hecho excepcional. En Sudán del Sur, por el contrario, es inusual que una mujer no haya perdido al menos un hijo en el parto o durante su infancia, por desnutrición, malaria, infecciones, por enfermedades no identificadas… He conocido mujeres que han dado a luz a siete hijos y han visto morir a tres, o que han dado a luz a cuatro, de los que solo sobrevive uno. De hecho, cuando nos llega una mujer, lo primero que le preguntamos es cuántos hijos ha tenido. La segunda pregunta es cuántos viven.

Tal vez aquí forme parte de la vida, pero sería difícil argumentar que estas mujeres sufren menos. No puedo realmente hablar por ellas ni saber qué sienten, si tienen expectativas diferentes a las nuestras o si procesan el duelo de una forma más eficaz. Pero desde mi punto de vista, el duelo es el duelo y, lo reconozcas o lo ocultes, está ahí y siempre lo estará. Lo único que cambia es cómo lo procesas.

He notado que aquí hay muchas enfermedades psicosomáticas. En vista de lo duras que son estas mujeres, sería de esperar que no se viesen demasiados problemas médicos no urgentes, que la gente acudiese al hospital solo por temas realmente serios. Pero aquí he visto bastantes casos de histeria, en los que las mujeres se desmayan, colapsadas hasta tal punto que ni siquiera responden a intentos de reanimación dolorosos, como el frotamiento del esternón. Cuando despiertan, siempre hay una complicada historia de fondo relacionada con los dramas familiares, las experiencias traumáticas y la tristeza.

Otras mujeres sufren “dolor corporal total” (término que aprendí en el Bronx): un dolor corporal generalizado sin origen aparente ni descripción precisa. A menudo reconocen estar experimentando, por un motivo u otro, una importante agitación emocional y suelen reconocer, cuando lo sugieres, que su dolor seguramente esté relacionado con esas emociones: muestran un grado de autoconocimiento que no esperaba encontrar. A menudo les receto paracetamol o ibuprofeno y, en función de la gravedad de las emociones, un sedante suave, y las dejo más o menos un día en el hospital para que reciban AMC (“atención, mimos y cariño”). De vez en cuando, todos necesitamos un buen descanso.

Así que creo que, de un modo u otro, las muertes de sus pequeños sí que afectan a estas mujeres. Son tremendamente estoicas. Nunca he visto aquí a una mujer que haya perdido a su bebé (y he visto a muchas ya) reaccionar con lágrimas, ni tan si quiera con una expresión facial que indique tristeza. Es realmente desconcertante. Yo seguramente estaría inconsolable y sonoramente emotiva. Pero supongo que aquí opera un factor cultural muy fuerte y no parece que las emociones se expresen en el rostro.

Volviendo a la mujer de la que os hablaba al principio, que había perdido anteriormente dos bebés, pudimos comprobar que tenía la pelvis fatal, y que ningún bebé podría salir por ahí con vida: necesitaba una cesárea. Aunque fuera ya la segunda, y supusiera además que en adelante no podrá tener partos naturales, significaba también que quizá por fin, alumbrara a un bebé vivo.

Durante la intervención, me alegré de haber tomado la decisión: la pelvis era diminuta, como les ocurre a muchas otras mujeres, y hasta me costaba trabajo introducir la mano para levantar la cabeza del bebé. Este lloró inmediatamente. Era niña. Pincé dos veces el cordón y se lo pasé al enfermero. La limpiamos, la examinamos y la envolvimos en una toalla. Katie, la matrona australiana, acercó a la niña a la cara de su madre para que la pudiera ver mientras terminábamos la cesárea. La expresión de la madre no cambió, pero por sus mejillas cayeron lágrimas al ver que la pequeña estaba sana.

Al finalizar la cirugía y mientras retirábamos las telas, probé mi escaso vocabulario dinka con la mujer.

 “Yin a pwal?”, le pregunto. (¿Estás bien?)

Asiente una vez. Sin expresión.

“Meth a pwal?” (¿Está bien la bebé?)

Asiente una vez. Sin expresión.

Le pido al enfermero que le pregunte si se siente feliz.

“Yin a mat po?”, traduce él.

Ella responde.

“Es feliz”. Sigue sin mostrar ninguna expresión.

La A veces me resulta difícil que mis pacientes tengan tan poca respuesta emocional. Me doy cuenta de que estoy acostumbrada a mi propia cultura, incluso a la cultura ugandesa, con la que tengo más experiencia. En ambas se sonríe mucho como acto reflejo. Cuando entablas contacto visual con alguien, el primer instinto es sonreír.

Aquí me resulta más difícil conectar. Las personas entablan contacto visual, pero no mueven ni un solo músculo de la cara ni sienten obligación alguna de reconocer la comunicación. Intento comprenderlo. El personal local con el que trabajo ha sido muy cálido y amigable, con sonrisas y apretones de manos. A veces los extraños responden al contacto visual con una sonrisa, pero no es frecuente. No cabe duda de que, culturalmente, no se espera que sonrías. Pero lo más sorprendente es cuando ocurre con una paciente a la que acabas de operar, con la que has logrado un resultado muy feliz y deseado. No están obligadas a sonreír, pero me resulta muy difícil comprender que se pueda reprimir una sonrisa en un momento como este. Me he acostumbrado a no esperarlo y a no preocuparme por ello, pero me resulta fascinante.

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Fotografía: En el  Hospital Civil de Aweil, MSF trabaja en colaboración con el Ministerio de Salud para tratar de reducir la mortalidad materna e infantil, el tratamiento de la desnutrición y responder a las emergencias. © Takuro Matsumoto / MSF

1 comentario

  1. Dice ser ANTONIO LARROSA

    Naci : No estamos en los años del 1938 al 1942, ahora el mundo evoluciona de otra forma y todos los seres humanos merecen ser felices y sonreir.

    31 agosto 2012 | 18:36

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