Me llegó un correo el otro día de un ex becario, uno de esos afortunados que ha conseguido un trabajo fijo (eso sí, antes de que las cosas estuvieran como están ahora).
Me cuenta que no es muy de dejar comentarios en el blog pero que desde que vio la historia de Fergie («cómo obtener queso mozzarella de una fotocopiadora») estuvo pensando en alguna anécdota estúpida para enviarme. Y al final me mandó ésta:
Madrugar no siempre es positivo
«Cuando era becario solía levantarme a las seis porque a las seis y media cogía el metro. Dormía poco muy poco. Aquel día, si no recuerdo mal, me acabé durmiendo casi a la 1:30 de la madrugada, pensando «levántate a las seis, no te duermas». No sería la primera vez.
Pues bien, oí la alarma y cogí el móvil. Lo paré, vi que eran y cuarto y me vestí a toda prisa. Salí de casa a y media, después de haberme adecentado un poco.
Me desperté con mucho sueño y, como hacía cuando iba al instituto, me prometí una siesta a cambio de levantarme. Así llegué a la calle.
Noté frío y miré la marquesina de autobús que había enfrente de mi casa. Se alternaban reloj y temperatura. Eran y 36, había seis grados.
La calle, desierta
Me sorprendió no encontrar a nadie por la calle, porque por las mañanas solía cruzarme con una o dos personas, además de los coches, que empezaban a despertar, y un autobús que me tenía cogida la hora.
Llegando a la boca de metro vi poca luz, poquísima. Nadie salía, nadie entraba. Llegué a su altura y me di cuenta de que estaba cerrada.
¡Cerrada! ¡Mierda! Así que cogí el móvil para llamar a un compañero y decirle que tardaría más en llegar, que no sabía qué había pasado pero tenía que irme a otra boca de metro porque la que solía coger estaba cerrada. Al coger el móvil me fijé en la hora y eran… ¡las 3:38!.
No me había sonado la alarma, tan sólo lo había soñado, y estaba delante de la boca de metro a las tres de la mañana, inútil como yo solo, tres horas antes de la hora a la que tenía que estar.
Guardé el móvil y volví andando deprisa a casa. Me puse de nuevo el pijama y repetí el proceso otra vez tres horas más tarde, esta vez con el metro abierto. Entre medias, una pesadilla y cinco minutos de vuelta a casa que me hicieron sentirme el más inútil del mundo. No había nadie para verlo… gracias a Dios».
(FOTOS: dominiqs81 y diesmali)
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