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La forastera que abrazaba a desconocidos para combatir la morriña

Había pensado publicar este post el viernes, pero lo he adelantado un día para que no parezca que el viernes es el día de los abrazos becarios, teniendo en cuenta que la semana pasada publicaba aquello de «Una abrazadora profesional cobra 50 euros la hora por dormir contigo en cucharita«.

Entenderéis entonces que, después del bajón que sentí cuando me enteré de que ya ni los abrazos eran gratis y había gente con la intención de cobrarlos, quiera resarcirme con el resquicio de esperanza de Melinda Schmidt, una estadounidense que se mudó de ciudad y empezó a repartir abrazos a diestro y siniestro para conectar con los desconocidos de la nueva localidad y sentirse como en casa.

Melinda tiene 35 años y dos hijos. Un día decidió que estaba harta de no ser una abrazadora y que quería sentir esa mezcla de alivio y felicidad que sienten quienes los dans (y quienes los reciben). Por eso emprendió su cruzada de los abrazos: iba a pasar los siguientes 365 días estrechando entre sus brazos a desconocidos y lo iba a contar en un blog.

La estructura del blog es sencilla: titular, número de abrazos, persona que lo recibe (el empleado de un gimnasio, los feligreses de una iglesia…) y un poco de qué siente o cómo lleva el proyecto. ¿El resultado? Además de la bitácora, un vídeo que resume bastante bien la idea. Está en inglés, pero os bastará saber que en el primer abrazo el señor dice: «Sí, te daré un abrazo, no sé por qué, pero te lo daré».

Como no estamos acostumbrados, esto lo vemos raro. Es más, si no fuese por la entrañable sonrisa de Melinda pensaríamos que se trata de una extraña desviación o parafilia: «Abrazos a desconocidos… ¡a quién se le diga…!». Efectivamente, si te pones en situación lo ves raro, tú vas andando por la calle y alguien viene a abrazarte… raro, sí. Pero si la persona que viene no huele a vino, puede resultar incluso reconfortante.

Cuenta Melinda que le gusta especialmente abrazar a la gente que tiene cara de tener un mal día. Vamos, que seguro que no da abrazos a becarios, que llevamos siempre cara sonriente, y se los quedan todos los jefes y ejecutivos, que pase lo que pasen llevan cara de haber desayunado mal. Aún así qué queréis que os diga, en los tiempos que corren me parece una iniciativa que deberíamos importar.

PD: Además de Melinda, la comunidad abrazadora está formada ya por otras dos personas que se sumaron a la iniciativa. Una de ellas vive entre Baréin y Dubai, «una parte del mundo no abrazadora«. Eso sí que tiene mérito.