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Nunca verás volar tan lejos un avión de papel

[Los dos primeros párrafos son «paja», que diría @jaijime. Podéis ver el vídeo y salir. Avisados estáis]

A muchas películas americanas les falta una segunda parte. A las que ya la tienen, les falta a veces una tercera. Y a algunas trilogías, les vendría de perlas una secuela extra, para explicar lo que ocurre después del beso y el fundido en negro, para ver si eso del «felices para siempre» es verdad o una patraña que nos intentan colar para darnos envidia.

Porque estoy en contra de los finales abiertos. ¿Qué es eso de dar lugar a la imaginación para que tú te montes tu final? ¡Que yo estoy pagando mi entrada! Bueno, mejor dicho… ¡que la estoy viendo on line con subtítulos mientras los de la primera fila se levantan y me joden la parte más interesante! Yo también tengo derechos, hoygan.

Pues bien, hoy, todos los lectores de el blog del becario (Trolly incluido), vais a saber cómo acaba una típica película yanqui, de ésas de instituto. Joe Ayoob, protagonista de los hechos, era el típico quarterback que se dedicaba a hacer avioncitos de papel en clase, un tipo duro, el que en el cine siempre se termina llevando a la chica y aprobando con la ayuda de su amigo empollón. El final de la película, con el fundido en negro, nos dejaría a Ayoob como un quarterback prometedor, pero…

… Pero el muchacho no terminó de explotar (un De la Peña, Julen Guerrero, Javi Moreno o Parejo de la vida) y al final, después de dos temporadas rozando la profesionalidad, dejó su sueño y se dedicó a otros asuntos. Ahora es vendedor en San Francisco, un trabajo que no le debe llenar mucho, por lo que se propuso ingresar en el Guinness de los Récords para que su nombre quedara grabado en la historia (hasta aquí, encajaría en la segunda parte de una película estadounidense cualquiera).

¿Y qué hizo? Pues (aquí llega lo que el cine nos oculta) retomar la costumbre de los avioncitos de papel y hacer medio centenar (50, dejad de hacer cuentas) de lanzamientos diarios para superar el récord de distancia recorrida por un avión de papel, que hasta el domingo estaba en 63 metros y lo ostentaba Stephen Kreiger (quizás primo lejano del tipo que escribe libros de miedo).

Así fue cómo terminó conociendo a John Collins, un estudioso del origami (las figuritas de papel en general) que había diseñado aviones desde la infancia y perseguía este récord desde hace varios años (había colaborado sin éxito con dos quarterbacks anteriormente). Alcanzaron un acuerdo de colaboración y Ayoob (la fuerza) se unió a Collins (el cerebro) para conseguir el récord, que como suponéis a estas alturas del post, logró el domingo.

Disponía de diez lanzamientos, según ESPN, pero le bastaron cuatro para alcanzar los 69 metros, en el lanzamiento que habéis visto sobre estas líneas. Una chorrada, sí, pero de las que te dejan con la boca abierta. Cómo será el tiro que lo tuvo que realizar en un hangar.

Son récords becarios, por su escasa importancia, aunque un servidor no encaja en ninguno de los dos perfiles: ni podría ser el forzudo, ni podría ser el cerebro. Si acaso podría ser Pinky, como mucho.

PD: Esto aún no ha acabado. El anterior récordman, Stephen, formaba parte del jurado encargado de verificar el récord y estudia presentarse nuevamente para batir la marca de Joe. Ríete tú de la Champions, ¡¡¡lo emocionante es la liga de los aviones de papel!!!

Tiene cinco años y el cuerpo de Schwarzenegger

Tiene cinco años y el cuerpo de Arnold Schwarzenegger en Conan.

Giuliano Stroe ha entrado en el libro Guinness de los Récords después de realizar una serie de ejercicios increíbles que dejaron boquiabiertos al jurado y al público de un programa de televisión italiano.

Giuliano vive en Italia y lleva entrenando desde que tenía dos años. Es un caso similar al de Bob Delmonteque… pero al contrario. Bob tenía 85 años y el cuerpo de un veinteañero que se machaca en el gimnasio mientras que este niño, al que sus padres en lugar de enseñar a leer le dieron unas pesas, tiene un cuerpo que tampoco corresponde con su edad.

Hasta el momento, este niño es el más rápido en andar diez metros con las manos mientras lleva un pesado balón entre sus pequeñas piernas, según publica la prensa internacional.

El padre está contentísimo, porque debe creer que tener un hijo así es la leche. Iulian Stroe, de 33 años, se jacta de que lleva a su hijo a entrenar desde que nació. Claro, el niño seguramente es más feliz yendo al gimnasio desde que tiene dos años… ¿para qué va a querer jugar el pobre?

Ojo a las declaraciones conmovedoras de este padrazo, ¿eh?: «Nunca se le permite que se ejercite por su cuenta, porque es sólo un niño. Si se cansa, vamos a jugar«. Bravo, Iuliano, eso sí que es amor de padre. Le pones a hacer pesas desde que tiene dos años, pero cuando está rendido te lo llevas… ¿a jugar? ¿Un niño cansado juega? Mmmmm… no soy un experto en pequeños, pero juraría que cuando están cansados duermen.

Bueno, está claro que cada uno educa a su hijo como puede o sabe, pero si yo pudiera elegir, preferiría no educar al mío así.

PD: ¿Cómo lo veis vosotros? No sé si al final me he puesto demasiado talibán con el tema.

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