El otro día me dio por visitar la sección de humor del New York Times y me puse de los nervios viendo este vídeo:
Me dieron ganas de meterme dentro del vídeo y darle al gato la maldita correilla para que parase quieto. Coño, que el dueño se estaría descojonando viendo al minimo ahí mareándose en el váter, pero… ¡Ay, si el otro pudiese hablar!