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Una jubilada olvida una bolsa con 390.000 euros en un autobús

El día en que los cidadanos de la Unión Europea podemos felicitarnos unos a otros por recibir el Nobel de la Paz, resulta que Berlusconi es portada en los diarios del Viejo Continente y a Díaz Ferrán le salen curiosos imitadores. Entre estos últimos, una jubilada austriaca, que no digo yo que se haya enriquecido vilmente, sino que debe tener alergia a guardar el dinero en algún banco.

Fuente: FIESTASTEMA_ESCENOGRAFIAS

Fuente: FIESTASTEMA_ESCENOGRAFIAS

Confieso mi asombro al enterarme de que el presunto golfo ex presidente de la CEOE tenía escondidos en casa 150.000 euros en metálico el día de su arresto, pero eso es una menudencia en comparación con la cantidad que custodiaba una anciana cuyo nombre no ha trascendido. Resulta que la señora se paseaba por Viena con ¡¡390.000 euros!! en metálico guardados en una bolsa. También me ha venido a la mente una imagen que me enseñaron recientemente de Jesús Gil (QEPD), en la que el hombre mostraba un buen fajo de billetes que portaba para alguna emergencia.

No nos habríamos enterado de este detalle pecuniario si no fuera porque la potentada mujer tuvo un terrible descuido. Se olvidó la bolsa en un autobús de lo equivalente a la EMT vienesa. En cuanto se dio cuenta del hecho, acudió presta a una comisaría a poner una denuncia, con el miedo en el cuerpo de haber perdido los ahorros de toda una vida.

Sin embargo, por fortuna para la señora ‘Forraden’ (dado su anonimato me tomo la licencia de ponerle un seudónimo), hay gente con un sentido ético muy por encima de la codicia. Uno de ellos, el conductor del autobús en el que se dejó la pasta. Al terminar su ruta, Wolfgang R. se dio cuenta de que alguien había olvidado una bolsa y cuando vio el contenido de la misma no dudó en dejarla a buen recaudo para su devolución. «Pensé que sería una bolsa con compras o medicinas, pero la abrí y vi que había billetes de 500 euros». Supongo que se le pondrían los ojos como los de un lemur.

De momento, no se conoce si ha recibido recompensa por su civilizada acción, aunque me da a mí que, dado el amor que parece profesar la jubilada por el papel moneda, se tendrá que conformar con el sentimiento que deja la satisfacción del deber cumplido.

Yo tengo dudas sobre cómo hubiera reaccionado tras encontrarme tan suculento botín. Supongo que habría sentido una tentación tan poderosa como la que noto ante esta galería de fotos de Bar Refaeli, pero creo que habría devuelto la pasta. Creo. Creo… ¿Qué hubierais hecho vosotros si os encontráis semejante cantidad de dinero?

Le atracan primero y después le dan dinero para el autobús

Una vez, cuando era un adolescente (yo también lo fui), un tipo se nos acercó a pedirnos dinero. Juan era conocido en todo el barrio, te pedía dinero y te instaba a dárselo. A veces funcionaba decirle que no llevabas nada, pero esta vez íbamos a coger un autobús para ir a un centro comercial y mi amigo Agustín llevaba el dinero en la mano. Mentí como un bellaco y le dije que el dinero era «para ver a un amigo al hospital» y coló. Nos dejó marchar sin problema.

Porque hay ladrones que razonan de una forma muy extraña, vosotros lo sabéis mejor que nadie. Cómo vamos a explicar si no lo que le pasó a un pobre muchacho que esperaba el autobús en Dayton, Ohio (Estados Unidos) cuando dos tipos se le acercaron y, pistola en mano, le pidieron que le dieran todo lo que llevaba en los bolsillos.

Nuestro protagonista, sorprendido por lo que le estaba pasando en una parada de autobús a las cinco de la tarde, vació sus bolsillos y les entregó el teléfono móvil y 40 dólares (algo más de 30 euros). El pobre se quedó con el culo torcío estupefacto y sin un chavo para coger el bus, que al fin y al cabo era lo que iba a hacer.

Entonces uno de los ladrones, que huían a pie como alma que lleva el diablo, seguramente pensó que no habían sido buenos con el pobre atracado, que una cosa es quedarse un móvil y otra dejar sin medio de transporte al muchacho, por lo que se dio la vuelta y le preguntó si tenía dinero suficiente para el autobús.

Atónito ante la pregunta (no os quejaréis, llevo escritos «estupefacto» y «atónito», trabajo para no perder ciertas palabras de nuestro lenguaje), atónito ante la pregunta, decía, la víctima respondió que no, que le habían dejado sin nada. Entonces el ladrón se acercó a él y le devolvió 2 dólares (algo más de un euro y medio) para que sacar el billete.

Decía la prensa estadounidense que están buscando a los atracadores, pero no han difundido ninguna descripción a los medios. Lo mismo el muchacho, viendo el gran corazón del ladrón, se ha arrepentido y ha preferido que se tomen algo a su salud.

PD: ¿Algún atraco curioso en la sala? Es el momento de confesar, da igual si habéis sido víctimas o verdugos.

Deja el colegio porque no cabe en el bus

BecConsejo: «No te conformes»

Es una de ésas historias rocambolescas que uno no termina de entender. Elisany Silva es una adolescente brasileña de 14 años que ha dejado de ir al colegio porque no cabe (literalmente) en el autobús escolar. Así de simple.

Debéis saber que Elisany mide 2,06 metros (bastante por encima de la media) y que como consecuencia de su altura sufre dolores de cabeza y musculares. No en vano, no es sólo que mida 2,06 metros, es que además no está previsto que pare de crecer.

(Vídeo: Atlas)

Según publica la prensa internacional, los médicos sospechan que tiene un tumor en su glándula pituitaria, de modo que su altura sería consecuencia de esto.

Elisany dice que querría ser como sus hermanas, con una estatura normal (por si sois más delicados y no os gusta la palabra «normal», usamos «estatura media») pero que entiende que no puede ser así. Consciente de su fisionomía, admite que podría ser jugadora de baloncesto o modelo, si bien le motiva más la segunda opción (debutará en las pasarelas a finales de septiembre, Dios mediante).

Lo del baloncesto es lo clásico que le dicen a todo el mundo que es un poco más alto de la media, pero que para Elisany (residente en Bragança, una zona pobre de Brasil) debe ser ya un chascarrillo de mal gusto.

En cualquier caso, es una salida que está ahí y que han tomado otras personas con características similares a ella, como Marvadene Anderson, una jamaicana que con 16 años mide 2,11 metros, una barbaridad para su edad.

No sé si estará harta del: «Uy, con lo alta que eres seguro que vales para el baloncesto», pero seguramente habrá oído miles de veces eso de «¿qué tiempo hace por ahí arriba?», «el yogur te llega caducado» y chistecillos de este estilo que a los altos, más que gracia, lo que les causa es indigestión. Ellos ya saben que son altos y es probable que ese chiste que le haces ya se lo hayan hecho cosa así de un millón de veces. («Y dale con lo de alto…»)

PD: ¿Hay alguna frase hecha de este estilo que os digan mucho y que os toque os moleste especialmente?

Hoy hace un año

Vuelta al cole en helicóptero

Un español en Caraca

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No lo parece, pero es una parada de bus

BecConsejo: «No te quedes con las ganas. Dilo»

Vivimos tiempos difíciles. Tiempos en los que personas que odian un programa lo ven todas las tardes para poder quejarse de él, tiempos en los que Fraga cuenta chistes (aunque no creo se sepa ninguno verde, ya sabéis…) mientras la gente piensa en comprarse vuvuzelas para ver si con eso arreglamos la maldición de cuartos. Son tiempos en los que como un juez que yo me sé me pille por banda me quita la nacionalidad (a mí y al 90% de los de la ESO), en los que Megan Fox se refugia en los brazos de otro porque no supo entender que yo prefiero a #lachicadeBec.

A todas esas dificultades (y alguna más, que igual me dejo), hay que sumar una más para aquellos que vivimos en Madrid: la huelga de metro. La ausencia de servicios mínimos nos ha obligado a caminar más de la cuenta (alguno ya ni se acordaba de cómo se hacía -si esto fuera un programa de la tele, iría un chiste de Falete-), nos ha invitado a coger el coche para poder quejarnos en los atascos y, lo más importante, nos ha recordado que lejos del metro está ese gran olvidado: el autobús.

Y en esas estaba yo, cogiendo el autobús, cuando me dije a mí mismo, rodeado de decenas de personas que esperaban junto a mí: «Ya podían tener un sofá para que me sentara… y de paso, poner el Paraguay-Japón, para ver con quién nos cruzamos en cuartos». No hubo suerte. Y no la hubo porque vivo en España, porque esas cosas existen. El otro día descubrí que esa copia del paraíso existe… en Escocia.

Os podría contar con todo detalle la historia de la parada, de cómo llegó a estar así, pero me da que viendo las horas que son, os resumo. Esta parada está en Unst, Escocia, una islita donde viven menos de mil personas. Esta parada la cogían tres niños para ir al colegio y un día de tormenta casi se va al infierno. La cosa quedó regular tirando a mal, y los muchachos se morían de frío, así que uno de ellos escribió a un periódico quejándose y… vualá, empezaron a aparecer mantas, una máquina de perritos, una tele…

El origen es desconocido, o al menos eso dice la web de la propia parada de autobús, pero a mí ya me parece lo de menos, me gusta y ya. Han convertido en atracción turística una parada de bus que estaba más p’allá que p’acá y, qué demonios, han conseguido salir en el blog del becario, que eso hoy por hoy es… bueno, es una chorrada, la verdad.

Me da que Sara va a coincidir conmigo en que esto no sería posible en España, porque con la cantidad de vándalos que tenemos ya la habríamos destrozado. Igual no el primer día, quizás no el segundo, siendo optimistas podríamos decir que no el tercero, pero… ¿hay mejor sitio que un sofá en la calle con televisión para hacer el botellón del sábado por la noche?

PD: Hablando un poco de todo… ¿cómo veis lo de Paraguay?

Hoy hace un año…

¿Qué hacemos? ¡Producción!

Ya no echan series como las de antes

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Brutal caída por no perder el bus

Ya que muchos queréis saber más de mí, y aunque se avecine un nuevo encuentro digital, os voy a contar una historia personal que no tiene desperdicio. De hecho lo recuerdo como uno de los mayores ridículos de mi vida.

Eran las 6.30 de una mañana fría del invierno de 2007. Yo entraba al periódico a las 7.00 horas (los comentarios no podían esperar) e iba con el tiempo pegado al culo. Tenía que coger el bus de ‘y media pasadas’ o esperar, congelarme y encima llegar tarde, con la consiguiente reprimenda. El autobús que me llevaba hasta la Plaza de Cibeles se había retrasado y yo no paraba de mirar el reloj. Sólo me faltaba bajarme y empujar para intentar que fuese más rápido.

Cuando llegué a mi parada, miré de reojo y vi que el otro autobús ya estaba cogiendo gente. Yo tenía que esperar a que el semáforo se cerrase, cruzar corriendo y conseguir que el conductor, con la marcha casi iniciada, se fijase en mí y me esperase en un gesto de piedad sólo válido para los habituales de la línea.

Con las ideas claras y la mente Dios sabe dónde, vi que el muñequito cambiaba a verde y empecé a correr como un poseso. Pero creo que sólo empecé, ya que a las tres primeras zancadas empecé a notar cómo mi centro de gravedad se desestabilizaba por completo. La cabeza, de buen tamaño, iba por delante de mi cuerpo. Pero no me asusté. Y ese fue el error.

Durante unas décimas de segundo me sentí capaz de enderezar la situación. Era extraño. El cerebro me decía que ya no me caía mientras el cuerpo me demostraba justamente lo contrario. Lo siguiente ya fue el hostión. Ese exceso de confianza involuntario fue el culpable, no de que me fuese contra el suelo, que desde un principio no tenía remedio, sino de que aterrizase prácticamente sin manos.

De repente me vi en el suelo, en medio del paso de peatones y con cinco carriles repletos de coches delante apuntándome con sus luces. Parecía que en cualquier momento iba a salir la clásica chica cañón de las películas con las bragas en la mano para dar el pistoletazo de salida. Primero tuve miedo de que arrancasen, pero hacía falta ser cabrón, luego de que se estuviesen descojonando de mí, bastante probable, y por último… ¡mi autobús!

Me levanté más rápido que Usain Bolt, arranqué de nuevo, levanté la mirada (estilo Laudrup) y me di cuenta de que era innecesario seguir corriendo. No porque se hubiese marchado, sino porque el coductor se había asustado tanto al ver la leche que me había pegado que decidió esperar. Al subir, me dijo: «Pa que corres tanto, chaval, que si lo pierdes no pasa ná». Avergonzado, le respondí con las orejas agachadas un simple «ya… pfff…» Enseñé el abono y me senté.

Ya en frío empecé a sentir dolores. Tenía la mano ensangrentada, no podía mover un dedo y me había roto la camisa, bajo la cual se escondía un costado cada vez más morado. El riñón acabo negro la jornada. Pero el ridículo no había acabado.

Mi amigo Chemita, el de la tabla periódica, se subió dos paradas después. Al verme como si acabase de salvar al soldado Ryan me dijo: «¿Pero qué coño te ha pasado?». Tardé diez minutos en contárselo. Cuando acabé, como sabiéndole mal (se notaba que no sabía como entrarme sin herir) me comentó: «Tienes dos mocos enormes colgando». Me quería morir. Del impacto, mis dos fosas nasales habían despedido dos estalactitas que casi llegaban a darme un beso. ¡Y llevaban conmigo todo el rato! Dios, como se tuvo que reír el conductor.

Tardé más de una semana en dejar de sentir dolores, pero ese día aprendí que no vale la pena tanta prisa. Que le den al bus. Mejor me levanto antes.

PD: Todo esto pasó entre las 6.32 (la última vez que miré el reloj antes de bajarme del primer autobús) y las 6.49 horas (momento en el que Chema advierte de los dos extraños seres que brotan de la nariz del becario).