¡Que paren las máquinas! ¡Que paren las máquinas!

¡Que paren las máquinas! El director de 20 minutos y de 20minutos.es cuenta, entre otras cosas, algunas interioridades del diario

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El día en que Lucy se fue

Volví anoche de un viaje de trabajo de tres días a Noruega, donde está la sede central del grupo Schibsted, accionista mayoritario de 20 Minutos España. En los aviones, cinco, leí Todo como antes (Debolsillo), una recopilación de relatos del noruego Kjell Askildsen procedentes de sus libros Últimas notas de Thomas F. para la humanidad, Un vasto y desierto paisaje y Los perros de Tesalónica, los tres publicados en España por la editorial Lengua de Trapo.

Askildsen cuenta pequeñas historias cotidianas, casi todas de relaciones personales que acaban en fracaso. Son historias nunca del todo transparentes. Sugieren más cosas que las que explicitan. Al lector le corresponde atisbar el secreto oculto que hay detrás, completarlo, cada uno a su manera.

Uno de los relatos, titulado El comodín, comienza así:

«Un sábado por la noche, hacia finales de noviembre, me hallaba solo en casa con Lucy. Yo estaba sentado en el sillón junto a la ventana, ella junto a la mesa del comedor haciendo un solitario, últimamente no paraba de hacer solitarios, yo no sabía por qué, pensaba que quizás tenía miedo de algo. Hace mucho calor, dijo Lucy, podrías abrir un poco la ventana. Estaba de acuerdo en que hacía algo de calor, y como afuera no hacía demasiado frío, abrí la ventana. Daba al jardín de atrás y a un bosquecillo, y me quedé de pie un rato escuchando el suave rumor de la lluvia. Tal vez fuera esa la razón, la suave lluvia y el silencio, lo cierto es que ocurrió lo que ocurre de vez en cuando: se te viene encima un gran vacío, es como si la misma falta de sentido de la existencia se te metiera y se extendiera como un inmenso y desnudo paisaje».

Y acaba así, cuatro páginas más tarde, y un día y algunas minúsculas peripecias después en la trama:

«Unas horas más tarde, volví a casa. Había pensado decirle que lamentaba no haber sido capaz de controlarme. La casa estaba a oscuras. Encendí las luces. En la mesa de la cocina había una nota en la que ponía: «Sí. Te llamaré mañana u otro día. Lucy».

Así salió de mi vida. Después de ocho años. Al principio me negué a creerlo, estaba seguro de que al cabo de un tiempo se daría cuenta de que me necesitaba tanto como yo a ella. Pero no se dio cuenta, ahora lo sé, he de aceptarlo, no era lo que yo creía que era».

A Askildsen se le compara a menudo con Raymond Carver, el maestro del relato corto del realismo sucio estadounidense, muerto ya hace 20 años. Askildsen nació antes y aún vive, pero parece que fue Carver quien usó antes esta técnica del relato corto de la desolación, de la angustia cotidiana.

A mí me gustan ambos. No hablan sólo de sus respectivas sociedades, estadounidense y noruega. Hablan y cuentan de todos nosotros.