¡Que paren las máquinas! ¡Que paren las máquinas!

¡Que paren las máquinas! El director de 20 minutos y de 20minutos.es cuenta, entre otras cosas, algunas interioridades del diario

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Como en el pueblo en ningún sitio

Fray Antonio de Guevara tuvo una vida muy ajetreada. Fue paje de Isabel la Católica, fraile franciscano, cronista oficial de Carlos I, predicador de fama, inquisidor, obispo de Guadix y de Mondoñedo y autor de algunas obras literarias que hoy probablemente sólo se lean en las facultades de Filología y que en sus tiempos fueron muy polémicas: Guevara acostumbraba a inventarse muchas de las citas con que se adornaba, y sus contemporáneos, aunque entonces no había Internet, acababan pillándolo.

Aunque es más valorado por Relox de príncipes, a mí me gusta más, quizás porque soy de pueblo, la titulada Menosprecio de corte y alabanza de aldea, que el autor publicó en Valladolid en 1539, ya casi al final de su vida. Guevara fue un cortesano, no un aldeano; quizás haya que considerar el Menosprecio más como un ejercicio de cinismo que de sincero arrepentimiento. Ahí va un fragmento del capítulo V (con una cita quizás falsa). Espero que, si has pasado parte de tu veraneo en un pueblo, no se te agrave el síndrome posvacacional:

«Es privilegio de aldea que cada uno goce en ella de sus tierras, de sus casas y de sus haciendas; porque allí no tienen gastos extravagantes, no les piden celos sus mujeres, no tienen ellos tantas sospechas de ellas, no los alteran las alcahuetas, no los visitan las enamoradas, sino que crían sus hijas, doctrinan sus hijos, hónranse con sus deudos y son allí padres de todos. No tiene poca bienaventuranza el que vive contento en el aldea; porque vive más quieto y muy menos importunado, vive en provecho suyo y no en daño de otro, vive como es obligado y no como es inclinado, vive conforme a razón y no según opinión, vive con lo que gana y no con lo que roba, vive como quien teme morir y no como quien espera siempre vivir. En el aldea no hay ventanas que sojuzguen tu casa, no hay gente que te dé codazos, no hay caballos que te atropellen, no hay pajes que te griten, no hay hachas que te enceren, no hay justicias que te atemoricen, no hay señores que te precedan, no hay ruidos que te espanten, no hay alguaciles que te desarmen, y lo que es mejor de todo, que no hay truhanes que te cohechen ni aun damas que te pelen.

Es privilegio de aldea que para todas las cosas haya en ella tiempo cuando el tiempo es bien repartido; y parece ser esto verdad en que hay tiempo para leer en un libro, para rezar en unas horas, para oír misa en la iglesia, para ir a visitar los enfermos, para irse a caza a los campos, para holgarse con los amigos, para pasearse por las eras, para ir a ver el ganado, para comer si quisieren temprano, para jugar un rato al triunfo, para dormir la siesta y aun para jugar a la ballesta. No gozan de este privilegio los que en las cortes andan y en los grandes pueblos viven, porque allí lo más del tiempo se les pasa en visitar, en pleitear, en negociar, en trampear y aun a las veces en suspirar. Como dijesen al emperador Augusto que un romano muy entremetido era muerto, dicen que dijo: «Según le faltaba tiempo a Bíbulo para negociar, no sé cómo tuvo espacio para se morir».

Este estilo tan peculiar, lleno de artificios retóricos, ha sido objeto de polémica entre expertos durante siglos. Hay quien lo considera magistral, único, irrepetible e inimitable; y hay quien lo desprecia por recargado, ampuloso y reiterativo.

El libro fue lo que hoy llamaríamos un éxito de ventas en media Europa. Se tradujo en pocos años al francés, al inglés, al italiano y al alemán. Si te interesa leerlo en libro (yo tengo una edición en Cátedra de 1984, con estudio y notas de Asunción Rallo, que seguramente habrá sido reeditada), lo puedes encontrar en librerías especializadas en literatura clásica; y si en pantalla, en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.