Acabada la polémica sobre Bermejo y la cacería (por más que el PP quiera que aún siga ésta, vía Garzón), el caso Correa entra en honduras jurídicas y procesales. Garzón desvela que entre los imputados puede haber diputados y/o senadores, pregunta al fiscal anticorrupción si ha de inhibirse y enviarle todo al Tribunal Supremo, el PP le acusa de prevaricador… y mientras el juez sigue instruyendo.
Con tantas idas y venidas digamos políticas, nos hemos olvidado todos un poco del hasta ahora principal protagonista del caso: Francisco Correa, el presunto jefe de la red de presuntas mordidas en administraciones públicas gobernadas por el PP. Garzón le envió a prisión incondicional el pasado día 12, hace ya casi dos semanas, acusado de blanqueo de capitales, tráfico de influencias, defraudación y cohecho. Son cargos gordos, y muchos, le podrían costar bastantes años de prisión…
Casi dos semanas encarcelado ya dan para pensar, para comerse el tarro. Incluso para un duro, como parece que es Correa. Probablemente por su cabeza estén pasando dos opciones. O callar o cantar. O negar todo o admitir todo. La primera la tiene difícil: hay grabaciones, hay testigos, hay papeles… es díficil negarlo todo. ¿Y la segunda? Si opta por la segunda, quizás su abogado le aconseje declararse arrepentido y cantar ante los fiscales y/o ante el juez, echando mierda hacia arriba, a cambio de algunos beneficios procesales. «Yo era un mandado, señoría; yo era sólo una pieza de un engranaje mucho más gordo, un engranaje donde yo no tomaba las decisiones».
¿Callará o hablará?