¡Que paren las máquinas! ¡Que paren las máquinas!

¡Que paren las máquinas! El director de 20 minutos y de 20minutos.es cuenta, entre otras cosas, algunas interioridades del diario

¿El Mario Conde de Leonardo Padura? Anjá

Confieso que no había leído nada de Leonardo Padura hasta conocer, hace unos meses, que había sido galardonado con el Princesa de Asturias de las Letras. El premio lo recoge esta tarde. ¡Más que merecido!
Me he leído con agrado en las últimas semanas cuatro novelas –Pasado perfecto; Vientos de cuaresma; Máscaras; y Adiós, Hemingway– de la serie de Mario Conde, un detective habanero tan bien trazado como personaje como los mejores del género -el Jean-Baptiste Adamsberg de Fred Vargas, el Salvo Montalbano de Camilleri, el Kurt Wallander de Mankell, el Harry Hole de Nesbo, el Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán, el Gordiano el Sabueso de Saylor, el Leo Caldas de Villar, el Kostas Jaritos de Márkaris, el Héctor Belascoarán Shayne de Taibo II, la Kinsey Millhone de Grafton, el Paulo Mandrake de Rubem Fonseca…-, pero en caribeño: filósofo de la vida, mujeriego, sentimental, bebedor, glotón, escéptico, buen amigo de sus amigos… (Y machista, dice Montse, mi mujer).
Las tramas de las tres primeras novelas citadas ocurren en La Habana de finales de los años ochenta, se escucha el palpitar del régimen castrista al fondo, la ciudad está vivísima…
En Adiós, Hemingway, que es del paso del milenio, Conde ya ha dejado la Policía, es librero y aspirante a escritor, y tiene que investigar una muerte a tiros ocurrida varias décadas atrás en Finca Vigía, la casa con enorme jardín alrededor -y piscina con Ava Gadner- en la que Ernest Hemingway pasó largos años, muerte en la que todo indica que estuvo implicado el propio escritor estadounidense…
Los personajes están bien trazados, los diálogos son ingeniosos, la variedad del vocabulario -cubano y no cubano- está muy por encima de la media habitual en el género… Y el final -ya no me fijo mucho sólo en los arranques de las novelas, también en los finales- merece cita completa (no te voy a reventar el desenlace, tranquilo):

«Entonces tomó impulso con el brazo hacia atrás y lanzó la botella al agua. El recipiente epistolar, preñado con las nostalgias de aquellos náufragos en tierra firme, quedó flotando cerca de la costa, brillando como un diamante invaluable hasta que una ola lo envolvió y lo alejó hacia esa zona oscura donde sólo es posible ver algo con los ojos de la memoria y el deseo».

-¿Y qué tú recomiendas? ¿Leer a Padura?
-Anjá -que diría el Conde.

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