Hoy he leído un estupendo artículo de arquitectura en el que hablaban de la defensa del 1% del presupuesto de las grandes obras públicas para un uso cultural, pero tengo que decir que estoy absoluta y radicalmente en contra de esto y paso a explicaros las razones.
He tenido la suerte de participar en algunos proyectos que por su volumen y su calidad eran dignos de emplear ese porcentaje en uso cultural y he visto como se gastó el dinero. En una de ellas, se hizo una maqueta en madera del propio edificio y unas medallas conmemorativas que estarán -en el mejor de los casos- en algún despacho oficial o en la casa de algún gerifalte de la época. Como no se llegaba al presupuesto total, sucedió la siguiente historia.
La obra, que contaba entre sus virtudes la abundancia de elementos de hormigón visto, comenzó con el derribo de no pocos pilares porque su acabado no era el adecuado. Durante el primer mes de obra debimos derribar unos veinte o treinta pilares, que hubieron de rehacerse correctamente. Cuando el arquitecto de la obra lo vio , además de darnos las gracias por cuidar de los acabados, ordenó guardar en un rincón los restos de aquellos dólmenes de hormigón, con sus varillas oxidadas por el paso de los meses. Al final de la obra, se organizó una suerte de bosque de pilares derribados, de diferentes alturas, todos enhiestos conformando una «escultura» con no recuerdo que advocación. Eso justificó el resto del presupuesto que había que reservar al 1% cultural.
La cultura, como tantas otras cosas, debe ser defendida y puede que también subvencionada, pues de lo contrario desaparecería o se convertiría en otra cosa mucho más mercantilista, pero de esta manera, con estas leyes tan poco cuidadosas y tan desdeñosas con el arte de verdad, ni el dinero de la subvención sirve para fomentar que un artista pueda dedicarse a su obra, ni los ciudadanos pueden contar en sus espacios públicos con obras que verdaderamente les hagan disfrutar del arte. En definitiva, es todo un fiasco. Como lo son tantas otras cosas en la vida.
Si queremos fomentar el arte, hagamos que gente que tenga los conocimientos necesarios gestionen de manera lógica esas cantidades del presupuesto y no pongamos en manos de otros la necesidad de justificar un gasto absurdo, sin ningún sentido ni artístico ni práctico.