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Si la arquitectura te rodea, deberías empezar a fijarte en ella

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La arquitectura y la ley de servicios profesionales

Las niñas ya no quieren ser princesas dijo el maestro Sabina en aquella canción, hace unas décadas. Hoy, tenemos muchas dudas sobre las aspiraciones futuras de  los niños y las niñas, probablemente anhelaran convertirse en futbolistas, modelos y concursantes de gran hermano o campeones de taekwondo,-cosa que recomiendo para poder repartir galletas con elegancia- pero hace ya mucho que no escucho a ningún infante pretender ser arquitecto. Hombre, la chavalería está medianamente mal formada y las hormonas los hacen inmanejables, pero tontos tampoco son.

Veréis, allá por los sesenta, la trilogía de películas sacrosanta en España, fue La gran familia, La familia y uno más y la familia, bien gracias. Viene al caso porque el protagonista, abnegado padre de dieciséis criaturas era aparejador. El sufrido señor, llenaba tanta boca, más la del inefable abuelo que hacía Pepe Isbert, trabajando como un burro y haciendo planos y mediciones hasta las mil y una, en uno de aquellos  tableros de dibujo culpables de más de una hernia. Pero sus desgracias no acababan ahí. El hijo mayor, orgullo de su padre, se le hace arquitecto, -ah, maldito- y el buen hombre enjuaga orgulloso sus lagrimas cuando el chaval aprueba el ultimo examen de la carrera y presenta su proyecto final.

Corrían las lagrimas y la emoción por los fotogramas desde el NoDo hasta que aparecía el FIN. A partir de ahí, estábamos perdidos. O nos veíamos emulando a Santillana en un inverosímil salto que culminaba en gol por la escuadra, o utilizábamos la ídem y el cartabón para convertirnos en padre, o en hijo, o en ambos dos. La santísima trinidad del papel vegetal. Queríamos ser arquitectos.

Hoy, el numero de arquitectos por metro cuadrado y habitante supera con creces lo que es capaz de soportar una sociedad que no sea de postguerra y las ideas descabelladas e infundadas de los ministros de economía son casí tan enormes como su influencia. Todo lo demás da igual, lo que diga el ministerio del billetaje va a misa de doce. A ver si no como se explica que las competencias sobre quien debe hacer un edificio donde la gente habite y conviva, duerma y estudie, crie a sus hijos o los mande a paseo, las dirima entre cafe y recorte el ministerio de economía. Yo cada día entiendo menos.

A partir de aquí, ingenieros y arquitectos a defender quien la tiene más larga. Los unos burlándose de la formación estética de los otros y olvidando que la formación técnica se avala con los créditos que indudablemente nos meten a fuego durante muchos años, y los otros, los míos, defendiendo que no solo de momentos flectores vive el que edifica. ¡Construcción!, claman por babor ¡Arquitectura! berrean por estribor, ¡A todo gas, más madera! dicen desde el ministerio. El ministro, serenamente, da un sorbo de café: ponedlos a pelear entre ellos, ganemos tiempo y que alguien por Dios me diga que demonios hacen todos estos para cobrar lo que cobran y firmar lo que firman. Liberalizad, liberalizad, todos contra todos.

No. La liberalización no es que cualquiera, tenga la formación adecuada o no, pueda hacer todo. La liberalización es la facultad que damos a las grandes corporaciones, farmacéuticas, de ingeniería, de construcción o de venta de ropa para copar el mercado y ser capaces de poner los precios por debajo de lo que es razonable. Pero no importa. De sobra sabemos que un jersey que cuesta quince euros ha utilizado la mano de obra de un niño o tiene una fibra de calidad pésima, que durará infinitamente menos o se ha tejido a costa de un infeliz. Solo queremos que nos lo oculten. No saberlo. Que el edificio lo haga quien quiera, pero que lo pongan barato. Oferta y demanda. Ampliemos la oferta hasta el infinito, aunque no hayan hecho un edificio en su vida, no importa, ya buscaran quien lo haga y pondremos el sello de alguna mastodóntica firma de proyectos. Con un logo chulo, chulo. Eso también va a misa. Y por el camino todos, los que estén de acuerdo con este post y los que están en contra por que crean que la nueva Ley de Servicios Profesionales les favorece con su flamante titulo de ingeniero, estaremos todos trabajando por dos perras gordas para una de estas empresas en pocos años.

Ah, se me olvidaba. Estoy en contra de la Ley de Servicios Profesionales. Porque quiero ir al médico, comprar medicinas al farmacéutico y que mi casa la proyecte un arquitecto y su ejecución la dirija un arquitecto técnico o aparejador. Caprichoso que estoy hoy. Aunque no creo que cuando los niños de hoy se den cuenta de que su formación de hoy puede ser su ruina del mañana quieran emplear su tiempo entre libros y lapices. Eso sí que es perder la credibilidad.

 

 

 

Nota del arquitectador: En la versión completa del director, hay dieciséis segundos finales en los que el pequeño Chencho, traumatizado por aquella tarde que pasó perdido en los puestos de la Plaza Mayor, arremete contra el mundo tras una carrera meteórica en los despachos y se hace ministro de economía. La lía tan gorda que no hubo ni segunda ni tercera parte. Obviamente la productora cambio el final.

Por otra parte, fijate bien que el escenario elegido es la plaza Mayor, una plaza, un lugar lleno de arquitectura y en todo momento, como escenario, como presentación y como salida de la situación el director pone la arquitectura en primer plano. Por algo será.

 

 

 

 

 

¿Están en declive las ferias sectoriales?

No hace tanto que la celebración de la feria sobre materiales e innovación en la construcción,  Construmat que hoy termina en Barcelona, una de las mejores y más grandes después de la parisina Batimat, era uno de los acontecimientos bianuales más importantes del sector.

En España, la pregunta entre los que trabajábamos en el sector, no era sí íbamos a ir o no, sino qué día estaríamos en la ciudad condal viendo la feria. Las empresas pagaban a sus empleados la estancia y la visita o simplemente eran invitados por distribuidores o subcontratistas, que a su vez eran invitados por fabricantes. Una maravilla, I+D+I, comunicación, aprendizaje. La fiesta del creernos mejores profesionales. La bacanal del tornillo y el hormigón.

Hoy en día, no conozco a un solo técnico en Madrid -alguno habrá, por supuesto- que vaya a desplazarse a Barcelona para ver la feria. Ni hay dinero para alojamientos, ni invitaciones, ni obras donde aplicar lo que podamos aprender. Una pescadilla que se muerde su propia crisis.

Tengo que reconocer que los stands más visitados eran aquellos inmensos sets donde los muestrarios de ladrillo compartían espacio con una pata de cochino diestramente fileteada por un maestro cortador y un grifo de cerveza que una señorita de imposible esbeltez -¿donde las esconden el resto del año?- servía alegremente. Esto llamaba la atención y era de lo que luego se comentaba, pero la realidad es que también había verdaderas innovaciones y no son pocas las soluciones que he podido utilizar después en alguna obra o incluso que fui a buscar específicamente para resolver algún problema.

Esto último – que es a lo que viene el post, y no aquellos fermentados de cebada gratuitos que me dispersan- hizo que avanzásemos notablemente en nuestra formación y se notaba en las obras durante los meses siguientes a las ferias como cada cual había sacado alguna conclusión o encontrado algún producto o solución que mejoraba nuestro trabajo y en consecuencia el producto final, la obra.

Mejoras en seguridad laboral, en aislamiento, en comportamiento térmico, en manejabilidad de materiales, en durabilidad, sistemas, herramientas, formas y componentes. Ay, aún se me abren las carnes recordando lo que disfrutaba paseando de stand en stand y coleccionando folletos para desgranarlos luego en el hotel.

Desde luego la investigación avanza y nos hace mejores y la prueba es como las doctoras Sara Gutiérrez González y Lourdes Alameda Cuenca-Romero, en representación del Grupo de Investigación en Ingeniería de la Edificación, presentaron en el Innovation Center de la Feria de Construmat 2013, en Barcelona, los avances de su trabajo científico referente a dos nuevos materiales para la construcción a partir de yeso mezclado con residuos poliméricos patentado por el mencionado grupo de la Escuela Politécnica de la Universidad de Burgos. Unas investigaciones que pueden llevar a que la aplicación del yeso tradicional mejore significativamente el comportamiento térmico del nuestros edificios.

Si la investigación no nos salva de esta, no sé que podrá hacerlo

Si la investigación no nos salva de esta, no sé que podrá hacerlo

 

Investigaciones que hay que hacer si queremos avanzar, si queremos «crecer» y ser verdaderamente sostenibles

Y ahora ni siquiera podemos tratar de mejorar yendo a las ferias, por no gastar. Lamentable situación y no porque los profesionales de la construcción no quieran formarse, muy al contrario. Es el momento de cursos, masters, reciclaje a porrillo y especialización. Pero para todo eso también hay que pasar por caja, y una tribu de arañas se pasean por el fondo del presupuesto reservado a formación e investigación. Malos tiempos para lírica. Y para las ferias.

 

Nota del arquitectador: En Barcelona encontrar un hotel en época de feria era una tarea difícil. En una de las ediciones, mi socio y yo solo encontramos una habitación con cama de matrimonio. Había que vernos a los dos, viendo Los Serrano en el catre. Menos mal que le dolía la cabeza. O eso dijo.

 

 

Las típicas anécdotas de obra (I)

He tenido la suerte de conocer en las obras personajes excepcionales en los últimos veintidós años. Siempre – mis allegados lo sufren con estoica paciencia- refiero como aquel ferralla-filósofo, de nombre Arcadio, con el que tenía largas conversaciones en la búsqueda del ungüento amarillo que arreglase el mundo y pertinaz desobediente a la hora de ponerse el casco, me decía mientras se lo ponía de mala gana al recordárselo yo:

-¿Cascos? ¿cascos?….armas, Miguel, ¡armas y munición es lo que necesitamos!

El abuelo cebolleta, siempre supe que yo acabaría así.

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En una ocasión, mi compañera Virginia, entró pálida en la caseta con un libro de un filósofo alemán que soltó sobre mi mesa como si quemase, diciéndome con ironía  «lo he encontrado en la obra». Finalmente, a ultima hora de la tarde, un muchacho joven, un escayolista entró en la caseta para ver si habíamos encontrado un libro.
-…mmm, no sé, voy a ver – le dije, mientras hurgaba distraídamente en las estanterías donde reposaban, planos, papeles desordenados y carpetas polvorientas- ¿de que autor?
-De Schopenhauer-me dijo.
Le miré fijamente, abrí el cajón de mi escritorio y le ofrecí el libro. El chico dio las gracias y se marchó y aún hoy, me pregunto que habrá sido de él.

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En aquella misma obra, en la que yo actuaba como jefe de obra y a la que llegue a mitad del proceso como nuevo contratado en la empresa, pues mi antecesor se había despedido, los problemas con la arquitecta de la dirección facultativa habían sido frecuentes. El segundo día de visita y tras tratar algún que otro problemilla que venía de atrás y que conseguimos resolver, la arquitecta, le preguntó a mí jefe, delante mío, donde me habían encontrado:
-Por un anuncio en la farola* – me adelante.
Me miró, se echo a reír y no volvimos a tener problemas en toda la obra. No más de los normales, quiero decir.

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Aquella obra dio para mucho. Una mañana, el encargado de los albañiles entró furibundo en la caseta agitando los brazos por que la ayudante de obra, mi secuaz, una muchacha de apenas veinte años, le había mandado a tomar por donde amargan los pepinos en mitad del patio, donde todo el mundo pudo oírla bien. Me costo media mañana calmar los ánimos  Ahora puede parecer mentira, pero hasta hace no mucho, el que una mujer entrase a una obra a dar órdenes era para muchos comulgar con hogazas de ocho kilos. Tanto más si era una veinteañera. En numerosas ocasiones me vino muy bien el carácter de la chica, que hoy, además de buena amiga, es una gran profesional de la construcción. Cierto que no debió decirlo así, pero también es verdad que gracias a que lo dijo un día, no necesito decirlo nunca más.

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En otra ocasión, siendo yo ayudante de obra, el jefe de obra con el que trabajaba recibió a uno de los subcontratistas que venía -como siempre- a intentar subir sus precios pues afirmaba perder dinero. Mi jefe, un hombre grandote y bonachón como él solo, se levantó, miró por la ventana de la caseta y le pregunto al otro, un albaceteño rojizo y pachón:
-Oye, ese Mercedes de ahí, el que has dejado en mi plaza, pedazo de cabrón, es tuyo, ¿verdad?, pues a pedir más dinero se viene con otro coche
Y le echó de la caseta con cajas destempladas.

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En esa obra, teníamos un administrativo borrachín al que nos habían enviado en castigo para que el jefe supremo no lo viese más (palabras textuales) y cuando había visita de la alta jerarquía teníamos que esconderlo y no dejar que se fuese al bar y volviese dando tumbos. Le habían ofrecido una terapia desintoxicadora en una clínica especializada pagada por la empresa. No quiso pues decía que allí le iban a cambiar la sangre.

(continuará…..)

*La farola es una publicación que suelen vender mendigos y gente necesitada en semáforos o a la puerta de los centros comerciales.

Aún se pueden inventar cosas con el ladrillo

En nuestro país, el ladrillo, el aparejo, ha sido el centro de la construcción durante muchos años. El ladrillo ha dado nombre incluso al sector de la construcción y así se denomina hoy a esa burbuja cuyo estallido nos ha dejado el cuerpo lleno de metralla en forma de deudas, las industrias al igual que los muros se llaman fábricas e incluso hay una profesión, que toma su nombre de la forma de colocar ladrillos, el aparejador o arquitecto técnico.

Parece mentira, que después de unos cuantos miles de años, nos hayamos anclado en la abundancia de arcilla en las tierras patrias para no innovar más allá de cambiar colores, texturas o tamaños a esas piezas que imitan hasta los juegos infantiles. Por eso me encanta leer esta noticia en la que un jubilado, uno de esos personajes de la urbe que parecen  gozar desde el otro lado de las vallas apuntando todo aquello que se hace mal a este lado, dentro de las obras, ha ido más allá y tras años de dibujos, pruebas, prototipos y el tedioso y desesperanzador proceso de conseguir una patente (1) ha inventado un ladrillo autocentrable que tiene como característica principal el encaje de unas piezas en otras para su mejor y más rápida colocación.

Andrés Villamarín, el inventor de los ladrillos. Foto de Elena Villamarín.

Andrés Villamarín, el inventor de los ladrillos. Foto de Elena Villamarín.

 

Después de analizarlo y buscarle todas las pegas posibles, he de reconocer que tiene una lógica aplastante y que a falta de probarlo y ver su evolución y comportamiento en el tiempo, la cosa tiene esa sencillez de las cosas geniales, mejorable seguramente, pero llena de promesas. Lástima que no haya en este momento obras donde probarlo debidamente.

Dice su inventor, que además son antisísmicos, cosa que habría que ver mediante pruebas, y que espera la llamada de aquél que lo quiera fabricar. Desde luego si a este país le falta algo es inversión, porque inventiva y materia gris tenemos tanta como arcilla. Lástima que le hayamos sacado más partido a ésta última.

Foto de los ladrillos patentados, gentileza de ladrilloantisísmico.com

Foto de los ladrillos patentados, gentileza de ladrilloantisísmico.com

(1) Nota del arquitectador : Me encanta esta historia por dos razones, primero por ser una innovación en un sector, el de la albañilería, con una tradición inmovilista que data de antes de que las murallas de Jericó se edificasen y segundo porque yo mismo estoy incurso en un proceso de patente y no puedo sino solidarizarme con cualquier español con una idea que tenga los bemoles suficientes como para llegar a buen puerto con ella. Que infierno señores, que infierno….

 

¿Se demolerán viviendas en España? ¿Para qué?

Leo y escucho como la Sareb (el banco malo) vislumbra la posibilidad de demoler inmuebles como medida para sanear esos activos tóxicos que pueblan su interminables listados del debe y el haber.

Se me hace cuesta arriba y no consigo acabar de entender, de que manera un edificio puede revalorizarse mediante la dinamita y la piqueta. No asimilo fácilmente que una estructura a medio construir adquiera un valor o mejore los números de ninguna cuenta de resultados mediante la desaparición de la misma para volver a ser un solar edificable.

¿Puede que el valor de un solar sea mayor que el de un edificio o una estructura a medio terminar? Pues se me ocurre que sí, si consideramos que una estructura inconclusa no vale nada por que nadie la comprará y el solar, más tarde o más temprano (que sea temprano, virgencita, que sea temprano) adquirirá un valor en su posible venta para la nueva edificación. Hablando en plata, sin estructura o edificio sin terminar alguien podría comprarlo dentro de ocho o nueve años para poder edificar, y con esa estructura que puede que tuviese de demoler o adaptar, habría unos costes que soportar, por lo que o no lo compraría o pagaría mucho menos por él.

Y aquí entra la gran pregunta. Esa demolición  que -no nos engañemos sale más cara que esos cumpleaños infantiles en los que se nada en confeti- quien la pagará? ¿La Sareb con los fondos recibidos del Estado? ¿La Sareb con lo que saque de las ventas de activos? ¿La Sareb con, …?…la Sareb, la Sareb…es decir, ¿ nosotros?, ¿tus impuestos y los míos?

Que lo que el cemento ha unido no lo separe la retroexcavadora. Foto de archivo.

No, no puede ser. Nuestros próceres no consentirán que un edificio que iba a construirse y no se concluyó por que el inversor no pudo acabarlo o simplemente por que no iba a poder conseguir unas plusvalías vendiéndolo, acabe siendo demolido a nuestra costa, con la esperanza (poco cierta) de recuperar ese dinero. ¿O sí?

Soy duro de mollera y no muy rápido con las ideas novedosas. Que el Corbu se me lleve si entiendo la economía y mucho menos la creativa. Yo solo entiendo de construir, y oiga eso en su día era un valor. No tan valioso como nos hicieron creer, pero sí lo suficiente como para que las familias pudiesen  vivir en esos objetos que construimos, lo bastante como para que el albañil trabajase, el fontanero pagase la factura de la luz y bajo sus techos se soñase con el futuro de nuestros jóvenes  Ahora la imaginativa contabilidad de esos que saben de economía  los mismos que sabían que las casas eran siempre una inversión segura, (?) nos convencen de que lo mejor es demoler. Años de formación y profesión en aras de la construcción perdidos sin entender que lo mejor del mundo, lo más adecuado, es demoler, ¡que zotes somos, caramba¡

Y mientras, familias enteras son desahuciadas de sus casas de forma lícita, con la ley en la mano y un secretario judicial dando fe. Y muchas otras familias no pueden adquirir una vivienda porque no pueden disponer del dinero que pague las cuotas. Y muchos profesionales de la construcción deambulando por las calles de un lado a otro. Los lunes al sol. Y los martes, y los miércoles. Los jueves no. Los jueves demolición.

Dice un amigo economista que lo que pasa es que soy un demagogo, que planteo argumentos basados en emociones o prejuicios.  No te digo que no alma de cántaro,  pero entonces no podremos ni mentar a  los desahuciados, los pobres y los parados. Además de hundirles, les ignoraremos para no caer en demagogias y otras degeneraciones de la democracia  Ojos que no ven, edificio que derribo. Borramos del debe y apuntamos en el haber. Y hablando de haber: a ver que hacemos con esos de los que ya no hablamos.

Nota del arquitectador: Hace más de veinte años me decía un agricultor que no entendía por que se pagaba dinero para sembrar unos girasoles que nunca se recogerían pues todo el mundo sabía que en su provincia ni el sol ni la tierra los permitirían crecer más allá del tamaño de una margarita. Yo no supe explicárselo. Hoy me siento como ese agricultor.