Los partidos “concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política” (art. 6 C.E.). El papel de las organizaciones políticas es, pues, defender un proyecto y dotarlo de todo el apoyo social posible para llevarlo al gobierno con el fin de hacerlo operativo. La tarea política esencial de un partido político es por lo tanto aspirar al poder para impulsar las propias ideas, efectuar las reformas que se consideren adecuadas, dirigir en definitiva a la Nación en una dirección determinada.
Por ello mismo, es antinatural que un partido político renuncie al poder pudiendo acceder a él, bien adueñándose íntegramente de sus resortes o participando en la formación del impulso gubernativo. No tiene, en fin, sentido que Ciudadanos, que podría implementar una parte relevante de su ideario a través de su participación en la acción de gobierno, renuncie a ello y opte por quedarse en la oposición y por fragilizar, de paso, con su inhibición la posición del partido que posee la minoría mayoritaria y que podría compartir el gobierno con él.
En unos términos parecidos a los del “pacto para un gobierno reformista y de progreso” que ya firmaron el PSOE y Ciudadanos en febrero de 2017, cuando intentaron investir a Pedro Sánchez y cerrar al paso a Rajoy, designio que no consiguieron por la negativa de Pablo Iglesias a abstenerse, con lo que provocó nuevas elecciones y facilito así la continuidad de Rajoy.
Dicho en otros términos, el votante de Ciudadanos, que se supone que apoyó al partido para ver cómo progresaban sus ideas liberales en las instituciones, ahora se encuentra con que el partido al que votó no quiere ni siquiera intentar conseguir una cuota relevante del poder ejecutivo, nadie sabe verdaderamente por qué (Ciudadanos y el PSOE son partidos contiguos, con muchas ideas comunes, como quedó de manifiesto en el referido documento).
Y además, ha de asistir atónito al hecho de que la inhibición de Ciudadanos arroja al PSOE a los brazos de Podemos, una organización radical que pondrá condiciones que a la clientela de C’s le parecerán sin duda indeseables. ¿Qué patriotismo es este que, por una rabieta mal digerida, frustra la posibilidad propia de influir y de gobernar, a la vez que empuja al partido contiguo, con el que existe franca familiaridad, a aliarse con terceros indeseables?
Ya se sabe que Albert Rivera adoptó su postura de dura confrontación con el PSOE porque quería convertirse en el líder de la derecha y sobrepasar a un PP en horas bajas. Pero es evidente que no lo ha conseguido, y los politólogos creen que este partido laico y relativista tampoco va a ser capaz en el futuro de seducir a la clientela natural del PP, partido conservador por antonomasia.
Y si las cosas son así, ¿qué sentido tiene que Albert Rivera siga enfrentado frontalmente al PSOE, si no se va a medir con él en los próximos cuatro años? ¿No sería más lógico adoptar una posición constructiva y cooperativa que persistir en esta animosidad que parece basarse más en móviles personales que políticos e ideológicos? Sería bueno que Albert Rivera se explicase porque, la verdad, muchos no entendemos esta cerrazón enrabietada.
Me parece este un artículo poco riguroso y con claro afán de manipular la realidad. Pues Pablo iglesias no se negó a abstenerse en la hipoteca investidura de Sánchez apoyado por Cs. Ya que lo que hizo fue obedecer el mandato de sus bases consultadas sobre la cuestión por referéndum. Cabe destacar también que anteriormente a todo esto Sánchez y Cs impidieron otro gobierno alternativo en el que estuviese Podemos.
08 junio 2019 | 10:21 am
No preocuparse, si en algo es experto Rivera es en cambiar de opinión. Y Pedro esperará el tiempo que haga falta.
08 junio 2019 | 12:02 pm
Vamos, que según la columnista, no tiene sentido cumplir la palabra dada en campaña, y no querer entrar en gobiernos a toda costa para ocupar sillones. Lo suyo es pillar cacho cuando se puede ¿No? Cuantas ganas tenéis de bipartidismo
09 junio 2019 | 9:05 am