Don Juan Carlos sale de escena

El rey emérito se retira de su papel institucional

El rey Juan Carlos

El rey Juan Carlos asiste a la plaza de toros de Aranjuez junto a su hija, la infanta Elena (2-d); su nieto, Felipe Juan Froilán de Marichalar (d); su hermana Pilar de Borbón (2-i), y su sobrina Simoneta Gómez-Acebo (i), EFE

Este domingo se han cumplido cinco años de la abdicación de don Juan Carlos, quien a partir de ahora ya no asistirá a actos oficiales ni ostentará representación pública alguna. Es, pues, una salida de escena definitiva, que realizará con la satisfacción de haber asegurado una continuidad sólida de la institución monárquica y con la frustración de no haber prolongado hasta el final un reinado magnífico, que registró sin embargo conocidas e inquietantes sombras en sus postrimerías.

De cualquier modo, el hecho de que el yerno de don Juan Carlos y cuñado de su hijo don Felipe esté actualmente en prisión cumpliendo una larga condena demuestra que la Corona no es una entelequia mágica que escapa al control jurisdiccional ni a las servidumbres del Estado de Derecho, y ello permite a don Juan Carlos reivindicar la cuota de paternidad que le incumbe en la génesis de este espléndido sistema de convivencia que nos hemos dado entre todos.

El régimen del 78

Una parte de las nuevas corrientes ideológicas que han emergido con la crisis (y que están en franco declive a su término) ha tenido palabras desdeñosas con “el régimen del 78”, que  su juicio no era más que la prolongación edulcorada del franquismo anterior, por lo que don Juan Carlos, designado por Franco, no habría sido más que el apéndice de aquella dictadura.

Quienes se expresan de este modo no conocen bien la historia ni son conscientes de que, en efecto, el régimen franquista proyectó una dictadura sin Franco —‘después de Franco, las instituciones’, decía el eslogan— que, por fortuna, sólo encontró, tras la desaparición del autócrata, adhesiones relativamente escasas en el Ejército (garante fallido de aquel inefable proyecto) y mínimas en la sociedad civil. Fue entonces cuando quien había sido designado sucesor en la jefatura del Estado ya manifestó desde el primer momento que, aunque dispuesto a ser investido de la máxima magistratura para no generar un inquietante vacío de poder, no se plegaba a la vieja legitimidad sino que se disponía a construir otra nueva, emanada de la soberanía popular.

En otras palabras, a la muerte de Franco, don Juan Carlos puso en marcha el proceso de erección de un régimen constitucional en que él, dotado de los poderes exorbitantes de un monarca medieval, quedaría relegado a ser la figura simbólica que en realidad fue, como en las demás monarquías parlamentarias de Europa.

Cuatro décadas de democracia impecable

Año y medio después de la muerte en la cama del dictador, ya se celebraban unas elecciones generales a las que concurrieron desde los neofascistas de la Falange Española al Partido Comunista de España que había combatido con saña al franquismo desde el exilio y la clandestinidad, pasando por todo el abanico de partidos nacidos del interior o retornados del exterior. Aquella cámara abrió un proceso constituyente que dio lugar a la Constitución de 1978, que consiguió el 91,8 % de votos afirmativos en el correspondiente referéndum, con una participación del 67,1%. En Barcelona, el ‘sí’ obtuvo el 90,2% de los votos y en Gerona, el 90,4%.

Aquel régimen, que tuvo también otros arquitectos muy ilustres que colaboraron con el rey Juan Carlos, nos ha deparado más de cuatro décadas de democracia impecable, que tenemos la obligación de preservar para nuestros descendientes. Don Juan Carlos cometió algunas torpezas que hicieron recomendable su jubilación, que dio paso a la entronización de don Felipe de Borbón, un magnífico profesional con altura personal y con decidida voluntad de defender la Constitución vigente, que le impone precisamente ese mandato. No es casual que las únicas críticas que recibe son precisamente de quienes han tratado de vulnerar la Carta Magna.

De cualquier modo, es evidente que la sucesión en el Trono, un signo de normalidad institucional, parte de la madurez del reinado anterior, durante el cual el titular de la Institución, don Juan Carlos, junto a la Reina Sofía, desarrolló una infatigable tarea diplomática de consolidación, afirmación y difusión en el mundo de nuestro país y de nuestro régimen que hay que reconocerle en esta hora. Son muchas más, en fin, las luces que las sombras de un reinado que ya se nos escapa de los dedos y pasa con bien, definitivamente, a las exigentes alacenas de la historia.

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