Si tenéis cierta edad seguro que lo recordaréis. Era adulto, algo feúcho, no tenía ninguna raza definida, le habían echado de su casa y buscaba un hogar.
¿Recordáis a Tristón? Si habéis crecido en los ochenta, seguro que sí. Puede que incluso lo tuvierais en casa en este color o en blanco. Este verano, en la casa de mis abuelos en Asturias apareció el mío, con el que dormí unos años siendo niña. Nunca fui yo muy de peluches o de muñecos en general, creo que Tristón fue el único que acompañó mis sueños infantiles.
El pobre no está precisamente en perfecto estado: tiene una comisura de la boca descosida, el lomo pintado y un ojo despintado. Todos esos fallos le hacen único, forman parte de su encanto.
Tristón, con todo el aspecto de un chucho desposeído de todo, fue protagonista de un anuncio de televisión cuya canción muchos recordaréis: «Le han echado, no le quieren, pobrecito qué va a hacer. Busca alguien que lo cuide y lo sepa comprender. Tristón solo busca un amiguito, un hogar y mucho amor».
Hay quien dice que era todo un chantaje emocional dirigido a los niños con fines únicamente comerciales. No digo que no tengan razón, pero al menos era muy un juguete con una vertiente animalista que no tienen los chihuahuas cargados de complementos que llenan ahora las jugueterías (a las pruebas fotográficas me remito).
Ojalá lo reeditasen, ojalá su anuncio volviera a sonar sin parar en la televisión de cara a la próxima campaña navideña.
¿No estáis de acuerdo?