Imagino que muchos no vais a estar de acuerdo conmigo. Lo asumo. Es imposible coincidir siempre en todo, incluso entre dos que se quieren y comparten colchón todas las noches. Allá voy: no creo que las instalaciones con animales vivos que alberga el Guggenheim de Bilbao en una exposición que arranca este viernes, la mayor de arte contemporáneo chino y que se podrá visitar hasta el 23 de septiembre, sean maltrato animal.
Por poneros un poco en antecedentes, por si sois ajenos a este revuelo. El museo bilbaíno tiene como parte de esta exposición, entre otras 120 obras, una instalación del artista Huang Yong Ping que, en dos grandes terrarios con forma de tortuga y serpiente, alberga en su interior diferentes insectos y reptiles vivos como metáfora de la globalización.
Las protestas hicieron que esta instalación no se exhibiera en el Guggenheim de Nueva York. También otras dos obras: un vídeo en el que se recoge una performance en la que dos cerdos pintados con caracteres ficticios orientales y occidentales copulan ante el público y otro en el que cuatro parejas de pitbulls atados por arneses en cintas de correr se enfrentaban queriendo pelearse sin poder hacerlo.
El vídeo de los cerdos que no se vio en Nueva York sí que se verá en Bilbao. En cambio el de los perros tampoco se mostrará. Y me alegro, porque es la única obra en la que sí que tengo claro que hubo sufrimiento animal (si no físico, desde luego sí psicológico) en su elaboración. El estrés de esos animales a los que se colocó frente a frente, retándose, atados y ante el público, no puede justificarse en nombre del arte y sí supone maltrato.
🚨Tell #GuggenheimMuseum to NOT air the exhibit “Dogs That Cannot Touch Each Other,” depicting #dogfighting. Sign🖊👉https://t.co/ktCJBsh5Sp pic.twitter.com/ugicC8kC90
— World Animal News (@WorldAnimalNews) 25 de septiembre de 2017
Por supuesto, incluso en los otros casos en los que no veo maltrato, preferiría que los artistas se abstuvieran de incluir animales vivos en sus obras, me da igual que sea para grabarlos en vídeo fornicando o para tenerlos paseándose en unos terrarios, ajenos a las personas que los observan y al revuelo causado. El uso de animales para crear manifestaciones artíticas me parece innecesario, no está carente de riesgos, tiene distintas connotaciones éticas discutibles y seguro que hay alternativas que permiten expresarse de igual manera, aunque con menos polémica que, no nos engañemos, es con frecuencia lo que los artistas buscan.
Dicho lo cual, me reafirmo en que no creo que lo que vemos en el Guggenheim sea maltrato.
Este jueves tuve la oportunidad de hablar con Begoña Martínez Goyenaga, subdirectora de comunicación del museo, que me explicó con detalle que se ha contado con autoridades legales, expertos y veterinarios para la instalación El teatro del mundo. Los insectos y reptiles, criados en cautividad, tienen espacio más que de sobra para pasearse, todas sus necesidades ambientales están perfectamente cubiertas, a diario se les alimentará y limpiará fuera del horario de visitas y, cuando termine todo, volverán a manos de sus propietarios.
No dudo que estarán mejor cuidados que muchos congéneres suyos en otros terrarios, particulares y también abiertos al público, con los que no se ha montado este revuelo.
Se habla de libertad, de que deberían estar en libertad. Parece que olvidamos que dejar en libertad a gatos y perros domésticos es abandono y una forma de maltrato y que para otras muchas especies de animales es lo mismo. Criados en libertad, seleccionados para ser versiones más manejables y llamativas a nuestros ojos, esa libertad suele suponer su muerte. En otros casos, si logran adaptarse, que se conviertan en especies invasoras y desplacen a otras.
Puede no gustarnos que se exhiban animales vivos en ninguna parte, ni museos, ni ningún otro tipo de recinto. Puede no gustarnos o que no comprendamos este tipo de arte contemporáneo que invita a la reflexión empleando mañas de lo más peregrinas. Es posible también que no entendamos la necesidad de albergar como animales de compañía especies que claramente son poco más que ornamentales y/o exóticas. Comparto todo esto, que son otros debates legítimos que podemos y debemos abordar.
Para dejarlo claro del todo, me repito: no me gusta que haya arte que emplee animales, ojalá la gente no tuviera animales exóticos como mascotas, pero no, no creo que lo del Guggenheim pueda considerarse maltrato animal.
En este país nos sobran ejemplos de claro maltrato a diario que son denunciables, como para andar destinando energías a algo así, que lo que puede acabar resultando es en que se nos tome menos en serio cuando elevamos la voz contra aquellas prácticas que realmente son inasumibles.
No podemos pasarnos de frenada. O somos inteligentes decidiendo ante qué y cómo reaccionamos o para mucha gente seremos cada vez más «esos locos defensores de los animales que ponen el grito en el cielo por cualquier tontería».