Capítulo 53 de la novela por entregas #Mastín: dos días y dos noches

Seguimos en la recta final de Mastín, la novela que llevo escribiendo en directo desde el 23 de enero de 2015. Mañana, sábado, cumpliré un año de compromiso con vosotros. Y apenas quedan un par de semanas más para concluirlo. Por cierto, ya podéis comprar Galatea, mi novela de ciencia ficción, en su versión digital por 2,99 euros. Aquí tenéis más información.

CAPÍTULO 53:

Martín acababa de descubrir que dos días y dos noches podían durar toda una vida. Dos días y dos noches, ni siquiera cuarenta y ocho horas, porque Mal había llegado el viernes casi a medianoche y se había despedido el domingo a las cuatro de la tarde para evitar que su madre la encontrase allí. Muy poco tiempo que para Martín había durado un mundo, hasta que vio entrar a su madre por la puerta con la pequeña maleta y aquel mundo pasó a parecer un sueño difícil de creer cierto.

Habían trabajado mucho aquel día y medio. Lo primero que habían hecho era llevarse a los nueve perros que les habían tocado en el reparto, cortándoles el pelo, las uñas, con Mónica revisándolos a fondo y administrando antibióticos, antiinflamatorios, curas y extrayendo sangre a todos ellos. Todos tenían chip y documentación, salvo uno, una diminuta yorkshire que al quitar nudos y mugre resultó tener el manto plateado y cuyo chip indicaba que sus propietarios vivían en el centro de Madrid. Habían denunciado su desaparición hacía tres años. Una perra robada para ser usada como una máquina para criar con toda seguridad. Llamaron casi inmediatamente pero no dieron con ellos, tal vez habían cambiado de móvil. Martín interrumpió su actividad en las redes sociales de la protectora, contestando a la miríada de personas que se había ofrecido para acoger o adoptar a esos animales nada más ver las fotos que había subido, para buscar en Google el nombre de sus dueños. No tardó en dar con una página de Facebook y dejó un mensaje explicando la situación. Contactaron con él el domingo y quedaron en pasar el lunes por la protectora. Probablemente ahí tendrían el primer final feliz. A los otros ocho aparentemente no iba a costarles encontrar un hogar en cuanto el juez permitiera que se dieran en adopción. De momento solo podían salir en acogidas muy controladas. Con socios veteranos y un par de voluntarios lo solucionaron. La protectora no era el mejor lugar para aquellos perros minúsculos, aterrorizados, mal socializados y, en algunos casos, convalecientes.

También necesitaban dinero para atenderlos y así lo había dejado claro en twitter y facebook. Martín no controlaba las cuentas de la protectora, pero Laura sí y le dijo por whatsapp que habían tenido un pico de donaciones, pero nada comparado con el inmenso número de peticiones de adopción.

– Hay que tener cuidado con la gente que se mueve por impulsos, por capricho, con los que quieren sacarse gratis un perro como quien consigue un bolso de marca en el mercadillo -, le había dicho Mónica tras haber estado hablando con Mal de la necesidad de intervenir a una bichón maltés con piometra y mientras comían un bocadillo en la consulta.

Era exasperante. Tantos novios surgidos como setas para esos animales por ser pequeños y de razas de moda, mientras que tantos perros sin raza pero perfectos e igualmente necesitados de un hogar esperaban en la protectora sin que nadie se interesara con ellos.

– Es como para perder la fe en el género humano, ¡eh! – comentó Mónica tras oírle despotricar.

También le desesperaba tener tan cerca a Mal y no poder tocarla, no atreverse siquiera a mirarla por miedo a que la perspicaz veterinaria supiera lo que había entre ellos. Esa relación sin nombre y oculta a todos que ese fin de semana había dado un paso adelante. Ahora sí que iban a tener que hablar, ahora sí que tenía sentido plantear que dejaran de esconderse y le buscaran un nombre.

Habían llegado a casa a las seis, a toda velocidad para bajar a dar un paseo Logan y a Trancos. Ya no se separaron, explorándose de nuevo, indignándose juntos, jugando y riendo, jugando con los gatitos filósofos, bajando de nuevo a los perros para recoger algo de cena, haciendo de nuevo el amor. Y el domingo transcurrió de una manera semejante, con un largo paseo por el pinar, varias horas en la protectora atendiendo a aquellos invisibles en los que nadie se fijaba por ser cruces de podencos o pitbulls, volviendo de nuevo a la carrera a casa para atender a los gatos, comer juntos y despedir uno en brazos del otro aquel fin de semana que ya sabía desde el momento que ella entró por su puerta acompañada del galgo que sería imposible de olvidar.

El chico charló con su madre del fin de semana que ella había pasado sin contar del suyo nada más que el rescate en el criadero. Algo había visto ya su madre, que seguía la página de Facebook de la protectora. Hablaron un rato mientras ella ponía una lavadora y Martín procuraba no montarse imágenes mentales de su madre con David haciendo lo mismo que él había estado haciendo con Mal, tal vez al mismo tiempo. Desconocía el motivo, pero descubrió que ya no le sentaba mal pensar que su madre tal vez estuviera rehaciendo su vida con aquel hombre.

La tarde transcurrió tranquila, hasta que ella decidió bajar a Logan a la calle para aprovechar y sacar dinero. Martín se dio cuenta nada más verla entrar de nuevo en casa que algo iba mal. Esperó a ver si se decidía a hablar, pero no dijo nada. Cenaron en un violento silencio que Martín intentaba romper con todo tipo de comentarios que incluso a él le sonaban forzados y que ella respondía con poco más que monosílabos.

– ¿Qué te pasa, mamá? Y no me digas que no te pasa nada – dijo él al fin.

Su madre le miró, muy seria, antes de contestar – ¿No hay nada que quieras contarme de este fin de semana? Aparte de lo del criadero, claro –

Él supo que era una pregunta trampa en cuanto escuchó sus tres primeras palabras. Ambos se conocían bien, eran madre e hijo, y Martín supo que ella lo sabía. Aún así no dijo nada.

– Nada. ¿Por qué? –

De repente ella pareció muy cansada, más mayor – He visto a Ernesto cuando bajaba con Logan –

Martín apretó los labios. Aquel gilipollas. Ya sabía lo que venía. ¡Cómo podía haber sido tan imbécil!

– Ese imbécil que ni me saluda cuando nos cruzamos en el porta – continuó su madre – parecía estar apostado esperándome. Saltó delante de mí con esa sonrisa de sapo encantado de conocerse que tiene y me dijo que era su obligación de buen vecino informarme de que la chica del galgo había pasado aquí contigo todo el fin de semana, que era mucho mayor que tú y que se sentía en la obligación de contármelo. ¡Buen vecino! ¡JA! Casi podía verle relamerse –

Martín se contuvo para no ponerse en pie jurando en arameo. ¡Viejo amargado! Iba a costarle aún más no estrangularle cuando se lo encontrara de nuevo en el descansillo. Al menos su madre parecía más enfadada con el impresentable del bajo que con él.

– Por supuesto le he dicho que yo ya lo sabía, que tenéis mi bendición y que se ocupe de sus cosas. ¡Qué se ha creído ese cabrón! – añadió ella exaltándose por momentos. Martín se sintió de repente muy orgulloso de su madre, hasta que entonces le miró aún más enfadada de lo que había parecido antes. Por un momento se sintió como cuando tenía seis años y había hecho alguna trastada.

– ¡Pero que me tenga que enterar por él! Te hubiera matado si te hubiera pillado en ese momento. ¿Es que no tienes confianza conmigo? ¿Tan mala y tan poco comprensiva soy? ¿No estoy harta de decirte que puedes hablar de cualquier cosa contigo? – Los ojos de su madre pasaron de reflejar ira a dolor primero y después decepción, y eso le partió por la mitad.

– Mamá, no es eso. No es que no confíe en ti, es que ambos decidimos guardárnoslo de momento. Nadie lo sabe, absolutamente nadie –

Su madre sacudió la cabeza, sin devolverle la mirada. – Algo me había olido, aunque no quería creerlo. Vale. Entiendo que tampoco tengas que venir corriendo a contarme todo a la primera de cambio. Entiendo también que ya no eres un niño, aunque a mí me cueste verte de otra manera – Entonces levantó la vista y le miró fijamente a los ojos, aún dolida aunque estuviera intentando racionalizarlo – ¿Estás seguro de lo que estás haciendo? Os lleváis bastantes años, ella ya es una mujer que vive sola, que trabaja. No quiero que nadie te utilice –

El dolor había dado paso a la preocupación, y lo único que podía hacer Martín era mitigarla.

– No me está utilizando. Sé que hay una diferencia de edad que ahora parece mucha, pero en pocos años no será apenas nada. Estoy bien, de verdad. No tienes que preocuparte –

Su madre abrió la boca, como si fuera a objetar algo, pero luego cambió de idea y lo que dijo fue – Voy a darme una ducha y a irme a la cama, que mañana toca madrugar. Y mañana además todo estará más tranquilo, lo veré más claro –

Se levantó y le besó en la cabeza, su beso de buenas noches desde que Martín era capaz de recordarlo. Luego se retiró, con andar cansado. Martín recogió la cocina, fregó los cacharros y limpió la pila como no lo había hecho nunca. Luego arrastró también los pies hasta la cama, seguido por el viejo pitbull que se tumbó en el frente a su puerta, sabiendo lo mucho que le costaría conciliar el sueño.

Mal y él no habían hablado, no habían aclarado nada respecto a dónde estaban, hacia dónde se encaminaban. Martín no se había atrevido a sacar el tema por miedo a estropear la magia de esos dos días, de esas dos noches. El chico suspiró. Ahora sí que no iba a quedar más remedio.

vero3

Este precioso galgo tiene un año, tiene algo de miedo pero es muy noble. Están buscando una familia para él.

Contacto: 639372774 y 689262586

3 comentarios

  1. Dice ser Andres

    Gracias Melisa
    Ernesto for president de la comunidad, jajajaja, que majo.

    22 enero 2016 | 8:33

  2. Dice ser lola amigo

    me encanta la madre de Mastin!!!

    22 enero 2016 | 8:35

  3. Dice ser azzull

    Me parece maravillosa la labor de este periodico en la causa animal.

    22 enero 2016 | 12:10

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