Capítulo 50 de la novela por entregas #Mastín: ya era hora de saltar

947314_906018199469158_6001048921133856160_n¡Feliz Año Nuevo! Dan igual fiestas y resacas, aquí tenéis el primer capítulo de Mastín de 2016. Quedan pocos para terminar esta historia que pronto hará un año que seguimos semanalmente desde este blog.

Un año entero escribiendo un capítulo a la semana, acaba traduciéndose en una novela de trescientas páginas. Otro ejemplo de que la constancia es el camino para lograr muchos objetivos, más que el quererlo todo cuanto antes, desfondándonos y frustrándonos.

También en la protección animal es una regla que funciona. Los problemas difíciles no tienen soluciones fáciles ni rápidas.

Por un 2016 en el que seguiremos mejorando, avanzando, aunque con frecuencia cueste verlo.

¡Nos seguimos leyendo!

CAPÍTULO 50:

Juan apartó la vista del partido que estaban desarrollando en la televisión para mirar fugazmente a su amigo. – Vas a tener que contárselo, me da que no te queda otra –

– No estoy tan seguro, no es el momento. Y estoy convencido de que no le iba a gustar nada y no me apetece que me sermoneen. Lo he hablado con Mal, tampoco creo que el imbécil del bajo se atreva a abrir la boca. Una cosa es amenazar con que va a contárselo a mi madre y otra muy distinta es pegar el timbrazo y hacerlo –

– No sé tío, existe la posibilidad. Mejor que se entere por ti y no por el vecino que le deja las bragas que se le caen al patio colgadas del pomo de la puerta. Tu madre no parece precisamente un ogro y estáis siendo de lo más formales, digo yo que lo entenderá –

Martín sacudió la cabeza. – No estoy tan seguro. Además, contárselo a mi madre supondría hacerlo público en cierto modo. Aún es pronto –

Juan de repente pareció muy enfadado. Detuvo el videojuego y se irguió en el sofá, con el ceño fruncido y la voz cortante.

– ¿Aún es pronto? ¿Y tienes alguna pista de cuándo cambiarán las cosas? No sé a qué está jugando tu amiga Mal, primero no quiere nada, luego sí pero a escondidas, luego quiere tiempo para pensarlo, después todo sigue como antes de haberlo pensado… No se aclara –

– Es complicado… – objetó el chico.

– ¡Y una mierda es complicado! Vale, hay nueve años de diferencia. ¡¿Y qué?! –

– No son nueve, ahora son ocho – lo interrumpió Martín.

– Me da igual. Como si son diez. No es el fin del mundo, que tú ya eres mayorcito, no es como si tuvieras catorce. No va a presentarse la Policía a detenerla –

– Sí que es complicado. Ella está en la universidad, lleva años currando y vive sola. Yo hasta hace dos semanas no podía votar ni sacarme el carné de conducir. Hasta hace nada estaba en el instituto. En poco tiempo será distinto, pero ahora… es complicado – repitió.

– ¡Ya! Y como era complicado estuvisteis sin hablaros casi todo agosto por decisión de ella. Vuelves de Asturias y nada ha cambiado. Secretismo absoluto igual que antes. Ella dice ven y tú lo dejas todo, como uno de esos perritos que cuidáis. Haz el favor de no repetir más que es complicado –

Martín no entendía porqué el pacífico Juan se alteraba tanto. Se estaba arrepintiendo de haber sido sincero con él en todo lo que atañía a Mal. Lo había hecho porque necesitaba compartirlo con alguien, pero no esperaba que ese alguien se pusiera en ese plan. En ese momento se debatía entre el cariño que tenía a su amigo y la rabia que notaba expandiéndose por su estómago por tener que aguantar de él una charla en ese tono. Con lo del perrito se había pasado de la raya. Apretó los dientes para serenarse.

– ¿Me quieres decir qué es lo que tenéis? No es estar saliendo, por supuesto no sois novios, ni siquiera es por el sexo. Si fuera así, al menos eso te llevarías. A veces creo que está jugando contigo, como si fueras un pasatiempo. O que ella misma no tiene ni puta idea de qué demonios quiere de ti. ¿Hasta cuándo vais a seguir así? – Juan se había alterado demasiado, se detuvo un momento y luego continuó bajando la voz – yo lo tendría clarísimo si estuviera con alguien como tú –

Martín parpadeó, dudando si había oído lo que creía haber oído. Finalmente contestó obviando esa última parte en el tono más calmado que pudo.

– No está jugando conmigo, no soy ningún pasatiempo –

– ¿Y qué es ella para ti? Mucho más de lo que tú eres para ella. Estás encoñado y no ves lo que realmente pasa. Y también estás insoportable, que lo sepas. Por ejemplo, eso que me contaste que le dijiste a la chica que estaba en el veterinario no era justo con ella, no la conocías como para juzgarla y ser tan borde con ella solo por haber comprado… –

– ¡Joder, Juan, para ya! – soltó Martín lanzando el mando contra el sofá, agotada toda su paciencia. Ya había tenido bastante, pero no estaba tan cabreado como para romper algo que costaba más dinero del que en esos momentos tenía. Casi sí, pero no tanto. Agarró el móvil de un zarpazo y se dirigió a zancadas hacia la puerta de la calle. Juan no se molestó en intentar detenerlo.

***

El cachorro de mastín tenía ya un tamaño considerable. Seguía siendo tímido, el miedo permanecía en su interior, pero había mejorado considerablemente. Volvía a confiar en la gente, aunque aún se encogía sumiso si levantabas la mano o la voz de manera imprevista en su presencia. Podría ser un estupendo compañero para cualquiera que buscase un perro tranquilo y dulce, si es que algún cualquiera que pasara por allí queriendo adoptar un perro decidiera que su tamaño y su timidez no importaban. Era realista, estaba difícil la cosa.
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Martín se sentó en el chenil y Corcho se acercó rápidamente a buscar unas caricias. No le había olvidado, ninguno de los perros lo había hecho pese al tiempo que había estado en el norte. Tampoco él les había olvidado a ellos, en este caso recordaba perfectamente al ovillo tembloroso que había sido al llegar, en lo mucho que le había costado ganárselo.

El cachorrón se apretó contra su pierna panza arriba, buscando su mano con la trufa oscura y húmeda. Algo así hubiera sido impensable cuando llegó, pero el chico ya se había acostumbrado a transformaciones sorprendentes. Era frecuente que los perros pasaran de ser como una fría medianoche sin luna a un resplandeciente mediodía de verano.

Martín acarició el abundante pelo del cuello, pensando primero vagamente en el calor que tendría con tanto pelo y luego en que tendría que ir a la pequeña oficina de la asociación, en la que hacía una temperatura infernal. Le necesitaban allí cogiendo el teléfono, respondiendo correos y mensajes de las redes sociales y atendiendo a los que llegasen para entregar un animal o adoptarlo, que por desgracia eran pocos. Atender a la gente no era lo que mejor se le daba, pero aún era agosto y estaban en cuadro. Más tarde su mente volvió inexorablemente a Juan, con el que aún estaba mosqueado y que llevaba un día entero sin dar señales de vida, y sobre todo a Mal, que en esos momentos estaría trabajando. Agosto también suponía demasiados cambios de turnos y horarios para ella.

El mastín suspiró bajo las caricias de Martín, que sonrió al verle retorcerse feliz bajo su mano.

Los animales de la protectora no están ahí para suplir tus carencias emocionales, para ser un parche para tus problemas. Recordaba bien lo que Mal le había dicho pocos meses atrás, cuando comenzó el voluntariado. Tenía toda la razón, pero a esas alturas también sabía que era inevitable no buscar que te arroparan un poco en determinados momentos.

Juan se equivocaba. Sabía bien que no era un pasatiempo para Mal, igual que ella no lo era para él. Sabía bien lo que estaba pasando entre los dos, aunque no lo hubieran hablado. Había tenido tiempo de sobra para darse cuenta. Y como lo sabía, no tenía la urgencia de Juan por poner las cartas sobre la mesa. El problema es que ambos se estaban conteniendo constantemente cuando estaban juntos. Medían todo lo que hacían, todo lo que decían, porque sabían que si se dejaban rienda suelta se verían metidos en una historia enorme, tan grande que aterrorizaba. Era como asomarse a una cascada bestial y saberse incapaz de saltar porque miedo a lo desconocido. Habían construido una presa que liberaba el amor y el deseo que se tenían a cuentagotas, para no verse arrollados por el caudal. También sabía que si ella decidía saltar, él lo haría sin dudarlo. Era ella la que más temía hacerlo.

Martín se despidió del mastín y se dirigió a la oficina, saludando por el camino a Miguel que andaba instalando un techo de metacrilato en una parte del patio, para tener algo más de sombra. Era poco probable que viniese alguien o que sonase el teléfono. Tanto mejor. A Mal era a la que menos le gustaba tenerle en ese puesto, ya había demostrado en el pasado que tenía poca paciencia con determinada gente. En julio había atendido a una mujer que “quería adoptar un chihuahua, pero solo si es pequeño”, la había hecho recorrer todos los cheniles y le había soltado un sermón que había comenzado con que los animales no eran accesorios de moda, que había infinidad de perros estupendos para adoptar si tenías el buen corazón, y había ganado intensidad hasta que acabó acusándola de  ser una superficial que ser regía solo es aspecto y que había que tener mucha cara para ir a un sitio como aquel buscando sacar gratis lo que costaba dinero, que lo suyo no era querer adoptar por amor a los animales sino por amor al euro. La señora acabó bufando y llamándole de todo menos guapo y Laura le había dedicado una charla de tres horas. No podían permitirse la mala publicidad, había que tener mano izquierda e intentar reconducir el capricho a una adopción o a una negativa razonada.

Mientras recorría el pasillo entre ladridos iba pensando en Mal y en que tal vez Juan sí que tenía razón en algo: ya era hora de preguntarse hasta cuándo iban a seguir así. Martín empezaba a sentir que necesitaba abrir las compuertas a aquel torrente desconocido. Es posible que hubiera llegado la hora de saltar.

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El perro de la primera imagen se llama Gustavo
y es un mestizo de yorkshire de año y medio que fue rescatado de la perrera. Es cariñoso y muy juguetón y se lleva bien con otros perros. Pesa unos seis kilos.

Los cachorros de las otras dos fotos son Billy (marrón claro) y Mandy (oscura), fueron rescatados el 30 de diciembre de la perrera. Pesan unos dos kilos y de mayores alcanzarán unos 10 kilos máximo.

Los tres están en la protectora Defensa Animal Palentina y necesitan con urgencia adoptantes o casas de acogida. La protectora en pleno invierno no es sitio para ellos.

Contacto: gestion@protectoradepalencia.org y defensaanimalpalentina@gmail.com 667849696

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