Capítulo 45 de Mastín: Los celos no son amor, ni se le parecen

Cuando he estado cerca de terminar un libro, siempre he tenido que recordarme levantar el pie del acelerador para no precipitarme. Ves la meta y quieres llegar pronto, un fenómeno similar a cuando estas corriendo y enfilas la recta final.

Con Mastín no es así, con esta tercera novela estoy disfrutando de sus últimos capítulos y no tengo prisa porque acabe. Casi diría que estoy anticipando que voy a echar de menos a este chaval.

CAPÍTULO 45

– Mira, bien a Logan. ¿No te parece que tiene un bulto en la cara? –

El pitbull estaba sentado ante ellos, mirándolos como si supiera que hablaban de él. Martín lo observó, comparando con atención un lado y otro. Tal vez más cerca… Bajó del sofá y tomó la cara del perro entre las manos, para poder comparar bien ambos lados.
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– No noto nada – concluyó acariciando la garganta nevada de Logan.

– Fíjate bien, aquí, en la parte inferior – dijo su madre, que había bajado del sofá para arrodillarse a su lado, conduciendo su mano a la potente mandíbula del viejo perro.

El chico recorrió la zona por la que le guíaban los dedos de ella; efectivamente, parecía haber algo blando y localizado justo en la parte inferior izquierda.

– Sí, noto algo. Pero no debe molestarle, come y bebe bien. Se comporta como siempre. Tal vez se haya dado algún golpe –

– No lo sé. Me da mala espina – murmuró su madre. Martín volvió a pasar las yemas de los dedos en torno al bulto, tomando nota mental de su consistencia y tamaño. Era como una moneda de un euro, se atrevió a apretar un poco sin que Logan emitiera ninguna queja.

– Es ya muy viejo, cualquier día se os muere – oyó que exclamaba su abuela con muy poco tacto desde su sillón. El chico sabía bien que para ella el perro no era más que el peaje molesto que había que soportar para disfrutar de su nuera y su nieto en verano.

– ¡Por dios, no nos digas eso! Para nosotros es un miembro de la familia, un poco más de tacto por favor – protestó su madre.

– No digo nada que no sepáis. Está muy viejo y cualquier día os da un susto – replicó la abuela sin inmutarse camino a la cocina.

– Mira, ahí va a comer melocotones o un trozo de bizcocho. Luego dice que no sabe porqué engorda, que no come nada – susurró si madre.

– ¿Qué hacemos? Le llevamos aquí al veterinario – preguntó Martín inquieto por el perro, ignorando a conciencia malos augurios y pequeñas rencillas.

Su madre sacudió la cabeza. – Nos queda solo una semana para estar en casa. Esperaremos, que me fio más de que lo vea Miguel, que lo conoce de siempre y sabemos que es buen veterinario –

Martín se sentó en el suelo, frente al pitbull, que inmediatamente se tumbó y elevó la pata delantera ofreciendo el pecho y la parte alta de su vientre, ajeno a la preocupación que había anidado en el chico.

Su abuela tenía toda la puñetera razón. Lo sabía. Pero no era capaz de admitirlo. Logan formaba parte de su vida, ocupaba casi todos los recuerdos de su infancia, de su adolescencia. Logan todavía no podía irse. Aún no. Justo en ese momento que todo estaba tan revuelto, no.

Notó la mano de su madre acariciándole el cabello.

– No te preocupes. Probablemente no será nada. Y si lo es, ya habrá tiempo para preocuparnos –

Martín asintió, sin dejar de pasar los dedos con suavidad por aquel bulto amenazador.

***

Abrió una bolsita de kétchup con los dientes y repartió su contenido sobre las patatas fritas, masticó un par de ellas y le dio un trago a su Coca Cola Zero, que como todos los refrescos de grifo le sabía aguada. Su madre se empeñaba en comprar todo Zero desde que existía esa opción y ya se había acostumbrado a pedir que fueran también así. No había pagado ninguna otra cosa y tocaba estar allí al menos tres cuartos de hora, así que tendría que hacer que la bebida y las patatas le durasen.
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Habían quedado a las siete, pero había ido a propósito antes para poder aprovechar el WiFi del McDonalds, que tiraba bastante bien. Su abuela no tenía Internet en el piso, cosa lógica, y ya se había pulido su tarifa de datos. A fin de cuentas era casi fin de mes, las vacaciones llegaban a su fin y los datos del móvil también. Su única opción ahora era ir a casa de sus primos o rapiñar conexión en sitios que la ofrecieran gratuita.

Se llevó otra patata a la boca y entró en Facebook. Le gustaba ver las actualizaciones de la perrera, así iba viendo si algún perro o gato habían encontrado hogar y a los nuevos que iban llegando, animales que pronto conocería. Por desgracia la balanza estaba muy descompensada: pocas fotos de perros felizmente adoptados, demasiados recién llegados. Los voluntarios y trabajadores tenían un grupo de whatsapp en el que se contaban novedades y se organizaban, pero en agosto estaba muy apagado. En esas andaba cuando Juan debió ver que estaba conectado y le escribió un mensaje privado por Facebook. Charlaron un poco, lo justo para comprobar que a ambos les iba bien y comentar que les quedaba poco antes de volver a Madrid. Juan llegaría un par de días antes que él. Martín había decidido no contar a nadie nada del bulto de Logan, pero se encontró diciéndoselo a Juan antes de despedirse. “No te preocupes antes de tiempo, no será nada” había dicho su amigo, dejándole con la misma sensación de desazón. De todas formas, ¿qué demonios esperaba que dijese su amigo? Nada iba a mitigar el miedo, la inquietud, hasta que tuviera unos resultados del veterinario en la mano descartando cualquier problema serio.

Miró el correo, un par de blogs que le gustaban que escribían sobre NBA y que también estaban bastante paraditos y volvió a Facebook. Entro directamente en el muro de Mal, que no había actualizado nada. Luego bajó distraído por el timeline, repartiendo algún ‘Me gusta’, cuando vio la foto que había subido Laura en la que se veían a varios de clase en la piscina municipal, todos convenientemente etiquetados. Estaban Luis, María, Laura (etiquetada aunque no visible, claramente la autora de la foto) e Iker, y en el extremo del grupo se encontraba Manu, con Carlos justo a su lado, sujetándola por la cintura. Tres tíos y tres tías. Sabía que Luis y María salían juntos desde la Navidad. ¿Los otros también estarían saliendo?. Quiso ampliar la foto, renegando por lo mucho que tardaba Facebook con aquella conexión gratuita. Sí, ahí estaba Manu. Sonreía feliz, bronceada en un bikini que Martín recordaba del verano anterior sobre el que llevaba una camiseta de tirantes. Y a su lado Carlos, agarrándola como si fuera suya. ¿Lo sería? El chico apretó los dientes, recordando la pelea, recuerdos que eran poco más que sensaciones: “maricón” usado como insulto, los gritos, el forcejeo, la ceja abierta y palpitante, la sangre resbalando, el suelo rugoso… Podría haber sido peor, podría haber sido Alberto quien estuviera con ella. Y al pensar en eso recordó esta vez aquel día no tan lejano en el que había pasado de todo. Apartó a Alberto de su mente mirando de nuevo a Carlos sujetando a Manu mientras mostraba, feliz, los dientes. No podía creer que Manu tuviera algo con aquel otro gilipollas. También se negaba a pensar que su rabia fueran celos. No era celoso, no quería ser celoso. Su madre llevaba años diciéndole que los celos no llevan a ningún sitio, que ella nunca habría querido un hombre celoso a su lado, que su padre no lo era, que los celos no son amor ni se le parecen. No podían ser celos porque además Martín tenía más que claro que no tenía ya nada con Manu. Lo habían dejado hacía tiempo y él tenía ahora a Mal, o al menos intentaba tenerla. El cabreo que sentía tenía que tener otra cosa. Ella sabía lo de la pelea, había visto cómo trataban a Juan. Claro que, ¿quién era Juan para ella? No habría cruzado más de una docena de frases con él en todo el instituto. Juan era amigo de Martín, de nadie más de la clase exceptuando tal vez a Laura. Y era amigo suyo desde hacía poco tiempo, precisamente por aquella bronca. Volvió a mirar la foto. Todos con sus mejores sonrisas. “Cabrón, aléjate de ella, es una tía legal que se merece que la respeten y no acabar con un capullo como tú”. Sacudió la cabeza. Manu era lista, no podía haberse liado con semejante imbécil.

Cerró la aplicación de Facebook y cogió otra patata, que se había quedado fría e incomestible. Justo lo que le hacía falta para terminar de estar de un humor de perros, una expresión a la que seguía sin encontrar sentido.

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Así de preciosa se presenta la pequeña Dakota.

Tras un largo proceso de adaptación, ha demostrado ser una gatita super cariñosa a pesar de lo mal que la ha tratado el ser humano, teniendo en cuenta el estado en el que se encontró. Y no hablemos de lo guapísima que está. Gracias a sus cepillados diarios ya empieza a lucir su preciosa melena negra brillante. Sumado a esto, se lleva genial con otros gatos.

Dakota está en Murcia pero se envía a otras provincias con chip, vacuna cartilla, desparasitada y castrada.

Contacto: Formulario de adopción.

El antes y el después.

El antes y el después.

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