Capítulo 40 de #Mastín: sencillamente no tenía ni idea de cómo se sentía

Todos los viernes desde enero publico en este blog un capítulo de Mastín, una novela juvenil apta para adultos con la protección animal como fondo.

CAPÍTULO 40:

En cuanto su madre regresó del trabajo habían bajado las maletas al coche y se habían puesto en marcha. Recordaba perfectamente esos viajes cuando su padre aún vivía. Entonces Martín era un niño y se limitaba a llevar a Logan de la correa y alguna mochila o bolsa pequeña, era su padre el que cargaba con las maletas más grandes y pesadas. Le recordaba sudando y rezongando para encajar el tetris en el maletero mientras su madre recorría la casa para asegurarse que las persianas quedaban bajadas, todas las luces apagadas y que no se olvidaban nada importante. Igual que había heredado su vieja bata o su maquinilla de afeitar eléctrica, también ahora era él el encargado de bajar los bultos más pesados. Lo de decidir cómo colocarlos en el coche era cosa de su madre; aunque ahora llevaban menos equipaje, el coche también era más pequeño. No era lo único que había cambiado, antes el chico viajaba en el asiento trasero junto al pitbull, ahora era el copiloto y toda la parte de atrás era territorio del viejo perro, que iba sujeto por un arnés y una correa especial al cinturón de seguridad. Era un buen viajero, nunca se mareaba; se limitaba a tumbarse y dormitar felizmente, con la tranquilidad de estar en compañía de su familia humana. El destino era lo de menos.

Martín envidió al viejo pitbull, ojalá él fuera capaz de descansar y disfrutar del viaje. El coche se alejaba de la gran ciudad y solo podía pensar en la creciente distancia entre él y Mal. Cincuenta kilómetros, cien, ciento setenta… Ya no había vuelta atrás. Iba a estar tres semanas sin verla, casi sin hablar con ella porque se lo había pedido expresamente. “Necesito coger distancia, si estamos todo el rato mandándonos mensajes o llamándonos no voy a poder hacerlo. Y además tu madre es una tía lista, es fácil que acabara pillándonos”. Mientras las extensiones castellanas se extendían, doradas y monótonas, a ambos lados de la autovía, el chico pensaba que probablemente su madre ya se oliera algo. La miró de soslayo, conducía relajada, con las gafas de sol puestas y pendiente de la carretera y de la música que sonaba. Detuvo a tiempo una oleada de rencor. No, ella no se lo merecía. No tenía sentido odiarla, pero tampoco era capaz de verla con afecto en aquel momento, mientras lo alejaba de Mal. Tampoco pensar en Mal era una buena idea. Era todo demasiado confuso y doloroso. La recordaba arrebolada, bajo su cuerpo, respondiendo a sus caricias. También alejándole de ella, fría y decidida. Casi podía notar su tacto cálido mirándose la piel de sus manos, percibir su olor. Y eso era aún peor. Luego venían a su memoria los momentos de costoso fingimiento, de pretender que no pasaba nada entre ellos salvo en la intimidad más absoluta. Tenía que sacudir la cabeza para expulsarla, para resistirse a mirar las pocas fotos de ella que tenía en el móvil como un imbécil enamorado, que tal vez justo eso es lo que era.

Logró evadirse con un par de juegos que se había descargado recientemente e intercambiando algunos mensajes con Juan y con Andrés, al que tenía últimamente bastante abandonado. Luego estuvo cotilleando Twitter hasta que se quedó sin batería en el móvil.

Pararon en un área de servicio de León a cenar unos bocadillos, como era su costumbre. A su madre le venía bien para retomar el tramo final del viaje con energía y así Logan podía estirar las patas, beber agua y hacer algunos pises. Los días eran largos, pero aquel ya estaba llegando a su fin. El crepúsculo era de un rojo intenso que se perdía en el negro, se intuían las montañas que debían cruzar al fondo y las nubes filtraban los últimos rayos de sol creando algo parecido a una espuma dorada.

– Los hay que dicen que no hay cielos más bonitos que los de Madrid. No tienen ni idea –

Martín no dijo nada, pese a que no podía estar más de acuerdo.

– ¿Vas a volver a hablarme o vamos a seguir de morros todo el viaje? – preguntó ella dándole un poco de la tortilla de patatas a Logan, que lo tomó con delicadeza de entre sus dedos.

– Sí que te estoy hablando –

– Monosílabos. Eso no cuenta –

Martín no respondió y ella suspiró, se encogió de hombros y mordió su bocadillo. El viejo perro no quitaba ojo por si se caía alguna miga.

En realidad no estaba cabreado. Tampoco su estado de ánimo era el habitual. Sencillamente no tenía ni idea de cómo se sentía.

Al ponerse el motor en marcha también lo hizo el viejo disco de Anastasia que tanto le gustaba a su madre, que sonaba en todos los viajes y que ambos se sabían de memoria. Ella comenzó a cantar, ajena al adolescente hosco que tenía al lado, la letra de uno de sus grandes éxitos.

All my life I’ve been waiting
For you to bring a fairy tale my way
Been living in a fantasy without meaning
It’s not okay I don’t feel safe

Nunca había sido una canción que a Martín le gustase, era la música de su madre, no la suya; pero en ese momento aquellos versos le agarraron y zarandearon por dentro como un pelele. Se esforzó por vez primera en escuchar la letra que su madre también entonaba y que tan bien conocía.

La voz inconfundible de la cantante continuaba, llena de rabia.

Left broken empty in despair
Wanna breath can’t find air

Parecía que le estaba hablando a él, que Anastasia, tan rubia y con sus gafas, la había cantado para un chico español perdido en medio una autovía que pronto sería de montaña.

And I wonder if you know
How it really feels
To be left outside alone
When it’s cold out here
Well maybe you should know
Just how it feels
To be left outside alone

Estaba siendo un imbécil. Estaba más colgado de lo que era razonable. Por supuesto que esa canción no tenía nada que ver con él. Era simplemente una colección de palabras que podrían ajustarse a muchas personas y muchas circunstancias. Tenía que ser racional.

Why do you play me like a game?
Always someone else to blame
Careless, helpless little man
Someday you might understand
There’s not much more to say
But I hope you find a way

Pensó en ponerse los cascos y alguna de sus selecciones de canciones de Spotify, pero luego recordó que se había quedado sin batería, así que se estiró para apagar la música y dejar el coche en silencio.

– ¡Eh, qué haces! – protestó su madre.

– Me apetece ver el paisaje sin esa mujer desgañitándose – dijo él, sabiendo que a ella le sonaría raro y poco creíble.

Rodaron así, trazando las curvas, pasando túneles, internándose en un paisaje cada vez más húmedo y rocoso. Hasta que llegó el túnel más largo, el que marcaba la frontera entre León y Asturias, del que saldrían viendo otro paisaje y, tal vez, con un tiempo completamente diferente.

– Hola Asturias. Mi corazón canta cuando veo el verde de tus montañas – declamó ella en cuanto asomaron al otro lado, plagado de bosques espesos.

– Mamá, estás como una cabra – dijo él sonriendo por primera vez en todo el viaje.

– Calla, ignorante, que me ha poseído la poesía – bromeó como respuesta.

– Loca perdida. Y que sepas que no estamos viendo nada verde. Es de noche y ha sido atravesar el Negrón y ser todo niebla – rió él, dándose cuenta de que se sentía más liviano. Tal vez sí, tal vez su corazón también cantara al entrar en la tierra de sus padres.

image

Los comentarios están cerrados.