Capítulo 31 de #Mastín: Estás en tu salsa cuando sales a defender a los que lo necesitan

imageNuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, que guste a adultos y con el marco de la protección animal de fondo para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 31:

Había estado toda la mañana limpiando cheniles con Miguel. Y llevando a algunos de los perros mas acuáticos a que se refrescasen en una piscina plegable que les habían donado un par de años atrás. Estaba algo roñosa y parcheada, pero muchos perros agradecían darse un baño sin echar cuentas en ello. Martín se había sentido tentado de acompañarles, pese a los pelos flotantes y el barro acumulado al fondo. Ese año estaba haciendo un calor infernal. Al final se había conformado con mojarse la cabeza y el cuello con el agua fría que salía de la manguera y con sentarse un rato a descansar en una de las esquinas del techado en el que guardaban el pienso, que estaba estratégicamente situada en el camino de una mínima corriente de aire. Allí estaba, con uno de los perros que se habían estado bañando tumbado panza arriba a su lado, cuando llegó Mal y se sentó al otro lado del animal con las piernas extendidas, sin importarle el olor a perro mojado y a varias horas de trabajo al sol.

– Mira que te gusta que te rasquemos la barriga Percy, eres de los más rápidos aquí en colocarse patas arriba. Y mira que los tenemos rapidísimos. Deberíamos hacer un concurso y grabarlo en vídeo. Seguro que sería un viral – dijo Mal al mestizo de labrador, que en ese momento estaba en la gloria con dos humanos haciéndole carantoñas.

– Espero que este sea de los que encuentra un hogar pronto, es todo mimos –

– Yo también lo espero Mastín. Parece muy labrador. Y es de color dorado. Puede que tenga suerte, pero ya a partir de septiembre. Julio y agosto son meses terribles para lograr adoptantes –

– ¿Qué tal esa pareja que has atendido a primera hora? –

La chica resopló y elevó los ojos al cielo. – ¡Qué paciencia! Unos que venían pretendiendo encontrar un cachorro de alguna raza mini de moda. «Nos da igual que sea chihuahua, yorky, bichón maltés… con que sea pequeñito y tenga pocos meses nos vale». Les solté la charla de que no van a encontrar un cachorro de raza en una perrera, les hablé de lo maravillosos que pueden ser perros como éste, adultos, grandes y mestizos, les enseñé nuestros cachorros y nuestros perros pequeños. Ya sabes, lo de siempre y tan amable como fui capaz, pero estaba claro desde el primer momento que no les iba a cuadrar lo que vieran. Venían buscando un complemento a la moda, no un perro. ¡Ellos se lo pierden! Les dije al irse que al menos buscaran a un buen criador, que no compraran sin ver a la madre y asegurarse de que estaba bien tratada. En su conciencia queda lo que hagan –

-Al menos no fueron como los del sábado pasado – rió el chico – «No me extraña que los hayan abandonado, pobrecitos, son tan feítos todos»- terminó imitando la voz atiplada de la señora que Mal había tenido que aguantar pocos días antes.

– Calla, calla, que me tuve que contener para no decirle que ella no era precisamente Sharon Stone, pero menos delicadamente –

– No sé cómo no pierdes la fe en el género humano. Yo no podría atender a la gente que viene a adoptar. A mas de uno lo mandaría directamente a la mierda. Tienes mucha paciencia –

– Lo que yo no sé es qué haría si llega el día en que no pueda reír de todo esto – suspiró Mal. – En fin… Cuéntame qué tal anoche, anda –

Martín recordó la cena del día anterior. Se veía obligado a reconocer que no había estado mal.

– Nada que destacar. Cenamos sin prisa y volvimos a cada pronto. Es un tipo amable, listo. Iba con pies de plomo conmigo y no hubo ninguna metedura de pata. Ya te he dicho que es listo. Tiene una voz que acojona un poco, eso sí. Todo un vozarrón de sargento, da igual lo que diga o como lo diga. Y me dio la impresión de que es de los que tiene que saber de todo mas que nadie. Pero parece buena persona y que se entiende bien con mi madre, que es lo importante. Poco pinto yo en lo que ellos tengan. Fuiste tú la primera que me dijo que mi madre era mayorcita y tenía derecho a hacer lo que le viniera en gana. Y es cierto – concluyó encogiéndose de hombros.

Mal le observó con una de esas miradas suyas que parecían radiografiarle.

– No, ya veo que no debió ir mal. Me alegro. Si tu madre quería presentártelo es porque es importante para ella que lo conocieses y que la cosa fuera bien. Tu madre mola, ¿sabes? –

– Mi madre no está mal para ser una madre – reconoció Martín – pero a veces se pone muy pesadita y me toca los cojones. También tenemos nuestras broncas. Tú también las tendrías si tuvieras que vivir con ella –

– Toma, claro. ¡No te jode! Todos los que viven juntos tienen broncas. Mas o menos, mas fuertes o mas suaves, pero no se libra nadie. ¿Qué te habías creído? –

– Vale, vale – dijo él alzando las manos y riendo. Decidió no contarle las dudas que su madre tenía respecto a su entrega como voluntario en la perrera. Ya bregaría él con ello.
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De nuevo aquella mirada escrutadora. Martín se estremeció. Estaba muy guapa, con la piel dorada y las mejillas encendidas por el calor. Como le pasaba con frecuencia, se percató de lo pequeña que era a su lado, aunque no lo parecía: irradiaba algo que parecía dotarla de mas centímetros.

– También me alegra verte mejor a ti Mastín, llegaste a tenerme bastante preocupada. Pero ya no eres aquella alma en pena sin afeitar que me encontraba paseando a Logan entre partida y partida a la consola y que no levantaba casi la vista de suelo. ¿Estás quedando de nuevo con tus amigos? –

– No estoy saliendo a ningún sitio, la verdad. Alguna partida con Juan o con Andrés, poco mas. Por las noches, nada. La mitad de mis colegas no están y la otra mitad… – se detuvo intentando encontrar las palabras exactas para expresar aquello que sentía, esa mezcla entre el deseo de romper con todo lo anterior y la pura desgana sin parecer un capullo.

– ¿La otra mitad te odia a muerte? – bromeó ella. Le miraba divertida, con la cabeza inclinada. Se había cortado el pelo con la llegada del calor y varios mechones escapaban de su pequeña coleta. Martín contuvo el impulso de recogérselos tras la oreja.

– Solo un par, con los que me pegué por defender a Juan, ya sabes – contestó con lo que su madre consideraba su mejor sonrisa de Bruce Willis. Volvió a acariciar a Percy, que se había entregado a un sueño ligero.

– Estás en tu salsa cuando sales a defender a los que lo necesitan. He sido testigo. Creo que eso es lo que más me gusta de ti – dijo Mal con una sonrisa cálida.

Martín se concentró en el suelo, confuso. Nunca había sabido cómo reaccionar ante los halagos, ni siquiera cuando alguna amiga de su abuela saltaba con el «¡qué guapo y qué mayor está!» de compromiso. Le costaba creerlos, dudaba qué responder. En este caso le agradaba cualquier juicio positivo que partiera de Mal, pero también le turbaba cualquier paso que la inteligente, complicada y deseable Mal diera fuera de la zona de seguridad que ambos habían establecido sin palabras. Ella sabía que a él le volvía loco, él no podía evitar recordar aquel beso que ella dejó morir pero en el que había creído detectar un destello de entrega, y, en cualquier caso, ambos tenían claro que no había nada que hacer, que para ella él era un crío. No, no era tan simple. No era solo la diferencia de edad. Ahora que la conocía mejor sabía que Mal estaba convencida de que no era buena para él, que le acabaría haciendo daño. Martín querría poder decirle que no era tan tierno, que estaba dispuesto a correr el riesgo y seguro que sobreviviría si las cosas salían mal; no era tan sencillo, aquello también estaba fuera del carril que habían establecido por puro instinto para seguir tratándose con normalidad.

Martín cerró los ojos, queriendo salir de aquella hiedra de pensamientos que se extendía aferrándose a su estómago. Y para poder hacerlo volvió a lo que ella había dicho: «Estás en tu salsa cuando sales a defender a los que lo necesitan». Algo le decía que no era un cumplido hueco, que Mal estaba diciendo lo que veía y que había visto en él algo que tal vez a Martín se le había pasado por alto, algo que tal vez era importante.

– ¿Con Manu tampoco has vuelto a coincidir? –

El chico sacudió la cabeza.

– Pues puedes llamarme metomentodo, pero creo que deberías hablar con ella Mastín. Era amiga tuya desde que erais muy pequeños. Sería una pena perderla – Mal se detuvo un segundo y cuando volvió a hablar su tono era muy distinto – No me hagas caso, no tengo ni idea de si sería una pena o no. Haz lo que mejor creas. A veces hablo demasiado –

– No te preocupes, no me molesta. Yo también he pensado muchas veces que lo mejor sería quedar con ella y hablarlo. Al principio pensaba que para intentarlo de nuevo, ahora que ha pasado un tiempo y no lo he hecho me digo que no, que si tuviera la necesidad de que siguiéramos juntos ya la habría llamado antes, pero que podríamos intentar volver al punto de partida en el que éramos buenos amigos. Le doy vueltas sin llegar a ninguna conclusión. Y creo que esa conversación lleva camino de quedarse para siempre en el limbo –

– Mientras la que se quede en el limbo sea la conversación con Manu y no tú… – dijo ella, animada y animándole – tienes diecisiete años, no puedes pasar el verano como un monje. Tienes que salir y descasar un poco. Lo insano es sano a tu edad. Un tiempo de rascarse la barriga cuando la vida te cambia de cajón los calcetines no está mal, pero no es cuestión de prolongarlo, Esta noche he quedado con algunos amigos. Nada del otro mundo, alguna cerveza y a casa. No estaremos lejos de dónde vives. ¿Por qué no te vienes? Tal vez así rompamos el fuego y te animes luego a salir más con tus colegas –

Cuando Martín volvía mas tarde pedaleando a casa se sentía feliz y ligero. Algo había cambiando. Mal le había dicho aquello de «creo que eso es lo que más me gusta de ti» con una sonrisa que iluminaba el día, le había invitado a salir aquella noche y se había despedido apoyando la mano en su brazo. Podía parecer poca cosa; unas pocas palabras amables para un chaval algo alicaído, un plan con mas amigos de ella y un roce casual, pero a veces poca cosa es suficiente para lograr que el espíritu vuele.

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Esta pequeñaja se llama Mota. Con apenas 14 meses esta pequeña yorkshire ya ha pasado por tres casas, y ahora está en busca de un verdadero y definitivo hogar.

Su primera familia puso un anuncio en Internet para regalarla (problemas personales supongo). Luego, un chico contactó para regalársela a su madre de 78 años por el día de la madre (segunda familia).

Se veía venir lo evidente, esta mujer por su avanzada edad y problemas de salud no puede hacerse cargo de Mota, menos aún siendo una perra tan joven que necesita actividad, paseos largos, etc.

En su desesperación de encontrarle una nueva familia, la señora le dio la perra a un chico que conoció en el parque y se interesó por ella. A las dos semanas de esto Mota apareció atada en la puerta de la casa de esta señora, deshidratada, delgada y asustada.
No sabemos por lo que habrá pasado Mota.

La historia de Mota es un claro ejemplo de lo que no se debe hacer al momento de ceder o dar en adopción a un animal… Dar al perro sin entrevistas previas. Un animal no es un regalo. Adopción responsable es buscar un animal adecuado para cada persona. Falta de sensibilidad hacia el animal.

Aquí la única víctima es Mota, y es por ella por quién difundimos su caso. Queremos encontrar una familia que la quiera de verdad. A pesar de todo Mota es una perra cariñosa, sociable, un poco tímida al principio pero luego se acerca y quiere jugar.

Adopción responsable por favor.

Contacto: 618 77 62 95

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