El mundo está lleno de gilipollas

gonsoAquí está un nuevo capítulo del folletín animalista que estoy publicando en este blog todos los viernes. Un libro por partes con el que quiero aprender y experimentar una nueva forma de escribir.

Quiero hacer una buena novela juvenil, apta para todos los públicos, con el marco de la protección animal para dar a conocer y concienciar sobre esta realidad.

Cualquier sugerencia, duda o puntualización será bienvenida.

CAPÍTULO 13:

– Es un gilipollas –

– Puede que un poco, sí, pero solo a veces. No es mal tío la mayor parte del tiempo – replicó Andrés quitándose la sudadera. El sol de abril parecía de junio aquella mañana.

– Eso díselo a Juan – respondió Martín señalando la puerta por la que había desaparecido su compañero en cuanto había visto aparecer a Alberto charlando con Carlos. Por algún motivo que se le escapaba, cada vez le sentaba peor ver al pobre chico pasarlo mal por culpa de ese par de imbéciles. Y Alberto era el peor.

– Ya, con Juan sí es un capullo. Pero es que Juan es muy raro también, tío. En todas las clases hay uno o dos como Juan supongo, uno o dos que reciben siempre. Alberto puede ser buen tío, en serio –

Martín se miró las manos pensando que si era verdad aquello de que podía ser un buen tío, entonces estaba eligiendo no serlo en demasiadas ocasiones, y eso le parecía aún peor que ser un mal tío por naturaleza y no por elección.

El tono ligero de Manu intentando cambiar de tema le sacó de sus barruntos filosóficos.

– Este fin de semana va a hacer buen tiempo. Carolina está hablando de ir a pasar el domingo a la parcela que tienen sus padres, comer allí y todo lo demás. Estaríamos solos. Me lo ha contado Claudia, que la está ayudando a organizarlo. Entre hoy o mañana crearán un grupo de Whatsapp para contarlo. Me animó a que fuésemos. Creo que van a ir bastantes de la clase, Alberto dijo que iría por ejemplo. Y que conste, aunque ya me aburre el tema, que yo también creo que es un gilipollas –

– Si lo organiza Claudia y ella va a estar allí, puede contar conmigo. Y ya tenía clarísimo que tú ibas a decir de Alberto lo mismo que tu tortolito – dijo Andrés.

– Vete a la mierda – respondió Manu en broma. Luego miró a Martín directamente a los ojos, esperando que se sumara al plan.

– Sabes que el domingo por la mañana no puedo, tengo que ir con los perros. Y esa parcela está en el fin del mundo. Puedo llegar después de comer si mi madre me acerca en coche, pero no antes –

– Un pueblo de Toledo no es el fin del mundo – replicó ella.

– No, pero se le parece bastante –

La chica quiso evitar que se notara su decepción y se giró hacia Andrés para concretar cuanto habría que madrugar para coger el autobús.

El sol de mediodía ya anunciaba el verano. Era agradable sentir la piel caldeada sin necesidad de abrigo. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás dejando que la conversación entre Andrés y Manu, que se estaban lamentando de que no hiciera suficiente calor para aprovechar la piscina, se convirtiera en un rumor indistinguible, una marea creada por palabras.

El final de febrero había traído dos grandes cambios: el voluntariado en la protectora y a Manu. Marzo había transcurrido enseñándole a sentirse cómodo en esos dos nuevos mundos; ese mes a caballo entre el invierno y la primavera le había servido para crearse una nueva rutina en la que las mañanas de los fines de semana estaban dedicadas a la protectora, las tardes y noches a Manu y tras volver del instituto tocaba estudiar sin saber aún qué quería hacer con su vida.

No tenía mucho más tiempo para decidirse. El instituto acabaría en pocos meses y tendría que elegir el camino a seguir. Quedaban pocos en clase que no lo hubieran decidido, y la mayoría de los indecisos escondían en realidad la seguridad de no poder seguir estudiando por un motivo o por otro o de tener unas notas pobres que les impedían elegir lo que querían. Martín arrastraba una nota media bastante digna que podía abrir suficientes puertas.

– ¡Eh! – se encogió ante el delicado roce de unos dedos congelados en su cintura y abrió los ojos para clavarlos en Manu, que se reía en silencio a su lado como una ardilla que hubiera encontrado dos bellotas. Andrés había desaparecido.

– Tienes las manos heladas. ¡Tienes que estar muerta! Hoy hace un día estupendo –
Manu no solo no retiró la mano, sino que se dedicó a hacer arabescos por la espalda y el vientre de Martín, bajo la camiseta de manga corta del chico. Pese a lo frío del tacto, no resultaba en absoluto desagradable.

– Me ha contado mi padre que ya sabe porqué las mujeres tenemos casi siempre las manos y los pies fríos. Estuvo leyendo que por lo visto es una ventaja evolutiva. Cuando hace frío, las mujeres concentramos más el calor en los órganos vitales para poder aguantar más tiempo vivas. Que nosotras sobrevivamos asegura que la especie se perpetúe. En cambio en los hombres era muy importante que siguierais pudiendo usar brazos y piernas, para trabajar, hacer fuego, cazar… yo que sé. La cosa es que nosotras aguantaríamos más, pero perderíamos los dedos por congelación en el proceso. Vosotros moriríais antes, pero activos hasta casi el final. No tengo ni idea de dónde ha sacado la teoría o si es cierta, pero he decidido creérmela. La verdad es que me encaja. Hay un montón de respuestas a cómo somos y porqué nos comportamos como lo hacemos que responden a cuando vivíamos en el Neolítico. Nos olvidamos que el periodo de historia escrita del hombre moderno es muy reciente, un pico insignificante en toda la historia de la humanidad sobre el planeta. La gran mayoría de siglos que ha vivido nuestra especie nos limitábamos a sobrevivir en un entorno hostil. Todo eso nos marca más de lo que parece. Tal vez incluso haya una explicación basada en todo aquello para el hecho de que Alberto se comporte como lo hace y Juan sea el paria de la clase. Es algo que habría que investigar. Somos animales sociales y todos los animales sociales tienen jerarquías. Los lobos tienen alfas y omegas, tal vez nosotros estemos hechos para que también los haya –

– ¿Te he dicho que me pone mucho oírte en plan sabionda, pequeña futura bióloga? – bromeó Martín interrumpiendo a Manu con un beso que iba cargado de sonrisas en la recámara. – Aunque lo único que me importa de que tengas las manos frías es que eso me permite calentártelas – añadió mientras atrapaba con los dientes el lóbulo de su oreja. No se permitió hacer mucho más, dentro del instituto no era plan.

Tampoco dijo que el ser humano debería ser mejor que cualquier animal jerárquico de esos que necesitan un paria en su estructura. No dijo que dudaba mucho de que el alfa animal ejerciera su autoridad movido por la crueldad o la diversión. No dijo que esa predestinación a ser alfa u omega le parecía sencillamente una mala excusa para justificar lo injustificable. No lo dijo, pero estuvo a punto de hacerlo. Y calló no porque no creyera tener razón, sino porque a sus diecisiete años el mundo insistía en demostrarle que estaba equivocado. Calló también porque, a sus diecisiete años, todo a su alrededor se desvanecía mientras se entregaba a un beso olvidando dónde estaban.

***

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Algo más de un mes acudiendo sin falta dos días por semana, parecía media vida cuando estabas de voluntario en las instalaciones de la asociación. Ya conocía a todos los ocupantes de los cheniles, sus historias y sus peculiaridades. Se movía con libertad por cualquier rincón, sabiendo lo que había que hacer y lo que no. Y siempre reservaba un rato al final para dedicárselo a los perros más asustados, los que necesitaban volver a confiar en el ser humano.

Lucas, el cachorrón de mastín estaba mucho mejor. Hacía tiempo que había pasado a compartir chenil con otros perros y había superado bastante su miedo. Con Martín llegaba a ser hasta juguetón. El perro había decidido entregar su devoción al chico que había pasado tres semanas sentado con él, ganándose su confianza, mientras duró su periodo de aislamiento. Era un animal dulce y tranquilo a pesar de ser tan joven. De nada valía, su enorme tamaño y su timidez hacía muy difícil que lograra una adopción. Ella se lo había dejado bien claro desde el primer día. La gente busca perros de tamaño pequeño, cachorros, adultos de razas de moda… esos son los primeros en salir hacia un hogar. Los adultos grandes y sin raza definida lo tienen negro. Y era una lástima porque Lucas florecería en buenas manos, se convertiría en un impresionante perrazo feliz.

“Si te soy sincera, no es así siempre. Hay perros que encajan perfectamente en este lugar. Si los adoptaran probablemente no les harían ningún favor”, le había dicho ella uno de sus primeros días como voluntario. Un buen ejemplo era Bruce Willis, el culpable de que estuviera allí quitando mierda y uno de sus favoritos. La displasia apenas había mejorado con el tratamiento, pero se le veía feliz en aquel lugar, guardando el sitio sin moverse demasiado.

En el otro extremo estaban los perros tan deprimidos que no querían ni comer, que se dejaban morir sin comprender el abandono y la soledad, la locura de una vida en una perrera. Ahora tenían uno de esos, el primero al que Martín se enfrentaba: un cruce de pequinés bastante anciano al que tenían aislado en una habitación que también usaban para los cachorros más jóvenes y los convalecientes. Había que alimentarle a mano con comida húmeda, se veía claramente que el pobre animal no entendía qué hacía allí y se le veía nervioso esperando a que volviera su dueño. No iba a suceder, el hombre había muerto y el perrillo se había convertido en una herencia que los hijos no quisieron.

– Unos gilipollas. El mundo está lleno de ellos – gruñó en voz baja Martín sin dirigirse a nadie en particular.

Martín decidió que parte de ese domingo se lo dedicaría al pequinés. En la perrera le dejaban bastante libertad para decidir qué hacer durante el tiempo que pasaba allí. Guardó el cepillo, enrolló la manguera y se dirigió a la humilde construcción de ladrillo visto en la que estaba el perrillo.

– Hola colega, ¿hoy no me dices nada? – el pequinés le miró con sus ojos redondos y sus dientecillos torcidos sacudiendo el rabo con poco entusiasmo. Martín se sentó a su lado con una lata abierta en la mano. – Toma un poquito. Tienes que comer. Y nosotros tenemos que encontrarte una casa, aquí lo estás pasando fatal – Aquel perro le enternecía, le recordaba por sus ojos lechosos, las canas en la cara, el andar lento y el sueño constante a Logan.

– Habría que arreglar esto, está a medio hacer – comentó en voz alta Martín mirando alrededor. Tenía comprobado que una voz suave y tranquila ayudaba a los perros, daba igual lo que dijera – Esa puerta va a romperse en cualquier momento, en aquella zona no hay bombillas y no se ve nada y falta poner un suelo en condiciones. Mi padre era bastante manitas, pero me temo que no lo he heredado para poder echar una mano –

– Sí, tienes toda la razón Mastín. Habría que intentar convencer a algún albañil para que se viniera de voluntario. Con su cuadrilla a ser posible. ¿Conoces alguno? –

Martín se volvió hacia la voz, sabiendo de sobra que procedía de su vecina. Nadie más le llamaba Mastín.

– Nos han dado el aviso de una perra preñada vagando junto a la nacional. ¿Quieres venir conmigo a buscarla? Si tenemos suerte y damos con ella sería tu primer rescate. De hecho si he venido a buscarte es para ver si traes la suerte del novato contigo. Algo me dice que no va a ser fácil –

Martín vació la lata en el comedero del pequinés, se puso en pie y se sacudió un poco los viejos vaqueros.

– ¿A qué estamos esperando? –

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Gonso es un mestizo de Basset Hound de unos seis años y unos 22 kilos. «Estamos seguras que será muy tranquilo en casa, que no tocará nada y que esperarará pacientemente que volvamos de trabajar para dar su paseo. Os podemos garantizar que se hacer querer, es zalamero, inteligente y en el paseo está muy pendiente de quien lo lleva. Su tamaño es muy cómodo para un piso porque su alzada es pequeña, aunque su envergadura es parecida a un Basset Hound. No es compatible con gatos».

Para adoptar a Gonso o pedir más información sobre él hay que completar este formulario.

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Y si no podéis esperar a la próxima semana ya sabéis que podéis comprar mi primera novela, Galatea, una novela de ciencia ficción solidaria con los perros y gatos abandonados, ya que la mitad de los beneficios irán destinados a ellos.

Algunas reseñas y entrevistas sobre Galatea en Lectura y Locura, Público, Nuevo BestSeller Español, 20minutos, PACMA o TodoLiteratura.

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