En el tiempo del florentinato, cuando se hacían dinero (dicen) y estupideces a partes iguales, el Real Madrid fichó a David Beckham: un chico estupendo, disciplinado, algo faldero, eso sí, que fue, entre otras cosas, un modelo de adaptación a la vida española: ¡cómo largaba el tío en castellano, oiga! Creo recordar que Beckham jugaba por la derecha. En la derecha tenía el Real Madrid un crack: Luis Figo (¿habrá pedido disculpas al chaval del Zaragoza al que retiró del fútbol? No digo ya que le pase el 0,7% de lo que ha ganado, que tampoco estaría mal: disculpas, sencillamente…). Total, no hay problema: sacrificamos a Guti, como siempre, y a otra cosa (luego se extrañan de que el chaval no haya sido una estrella: con aquel presidente, lo meritorio es que siga jugando al fútbol). La cosa salió como salió: o sea, mal, para qué vamos a engañarnos. Los jugadores tienen un sitio, salvo los polivalentes, tipo Pablo García (¿se acuerdan?). ¡Qué peligro, madre…!
Todo esto viene a cuento de la próxima Eurocopa, la de la garrapata. Si hay un club que ha mimado a los chavales es el Barcelona, y ahí está, recogiendo unos frutos de ensueño: Leo Messi, Bojan Krikic, el denostado Giovanni dos Santos, que triunfaría en cualquier otro equipo… En el Barcelona de los éxitos Andrés Iniesta NO era titular: iba entrando en los segundos tiempos, cuando ya Deco había hecho su función demoledora, lo que los taurinos llamamos el toreo fundamental, y el equipo podía permitirse el lujo de adornarse. Un lujo, Iniesta, quién lo duda…
De ahí el clamor por su tirularidad. Ahí empezó el declive del Barcelona, pero ésa es otra huistoria, de la que no tien culpa alguna el duende de Albacete, uno de mis vicios (y de cualquiera que ame el fútbol).
¿Cómo es posible que ese mismo equipo se deje escapar a Cesc Fábregas? Por una cuestión de sentido común. Cuando llegó el maravilloso Guardiola se tuvo que ir Luis Milla. El trono de Pep tenía heredero: aquel chaval que deslumbró en el Mundial sub-20 de Nigeria en el que Casillas era el suplente de Aranzubía (¡cosas veredes, amigo Sancho, que farán hablar a las piedras…!) Ya saben: un bajito de Terrassa que es un portento, el señor Hernández. Harto complicado era hacer convivir en un mismo diseño Xavi y a Iniesta: ya tener a los tres juntos era una ecuación insoluble para cualquier entrenador.
Salvo para nuestro seleccionador, jaleado por los fanáticos del tiqui taca.
Yo no puedo hacer otra cosa que sentirlo. Un equipo ganador es aquel que está equilibrado. Y que además tienen suerte: la que le faltó a Luis Suárez en Italia, a Clemente en los Estados Unidos y en Francia (¡ay, aquel autogol de Zubi…!) o a Camacho en Corea, con aquel egipcio que Dios confunda arbitrando (¿?).
Si Luis consigue equilibrar un equipo con tres talentos andando por donde Dios les dé a entender (porque la manija es de uno solo, el chico de Terrassa) ruego a la Academia de Suecia que le den el premio Nobel de Física. Habrá escrito el primer capítulo de la Termodinámica de la Imposible. Y eso, ni Ylia Prygogine…