Australia siempre tuvo mala suerte con las especies invasoras. Desde hace miles de años la introducción de distintos mamíferos por parte de los humanos ha comprometido a las especies endémicas. No fue poco habitual que incluso se introdujeran ciertas especies para combatir la invasión de otras, nunca con éxito. El mejor ejemplo se dio cuando los agricultores vieron cómo un escarabajo invasor asediaba sus cultivos de caña de azúcar. Tomaron la peor decisión. Otra vez.
El comienzo desastroso para los cultivos
En 1935 importaron un centenar de sapos de caña de Hawái, para controlar las plagas. Por desgracia este plan salió peor que mal, primero porque los escarabajos de la caña viven en lo alto de las cañas y estos sapos rechonchos habitan el suelo siendo incapaces de trepar. Y segundo, porque el suelo ofrece una dieta fácil y rápida. Así que los sapos comenzaron a consumir hasta 200 escarabajos por noche, pero de la especie incorrecta. Poco a poco fueron acabando con el escarabajo pelotero, una especie que sí cumplía su rol como especie introducida para fertilizar el subsuelo australiano. La consecuencia ha sido un empobrecimiento en las tierras de cultivo y una reducción de las cosechas, un desastre.
Toxicidad e ingenuidad
Los sapos de caña, anfibios insaciables, no sólo no salvaron las cosechas, sino que además se convirtieron en una amenaza para las especies locales. Estos batracios son tremendamente tóxicos en todos sus estadios, desde huevos a adultos, lo que provoca el envenenamiento de la mayoría de los predadores incautos que habitan Australia. Curiosamente en el país del veneno, donde habitan las especies más tóxicas del planeta, no existían sapos venenosos antes de la introducción del de caña, por lo que los depredadores ingenuos les atacan sin percibir el peligro. Lamentablemente sus toxinas son letales para dingos, lagartos e incluso cocodrilos. Así, las poblaciones de un gran número de especies australianas se han visto reducidas originando un desequilibrio que amenaza la estabilidad de los ecosistemas. Incluso la famosa y temible serpiente real marrón, uno de los ofidios más grandes y venenosas de Australia, ha visto su población reducida un 90% en los estados donde el sapo de caña está presente.
Sapos provida
La clave del éxito de los sapos de caña es su capacidad reproductiva: cada hembra puede poner hasta 70,000 huevos al año, lo que les sitúa como uno de los vertebrados más prolíferos de la tierra. En 85 años su población ha pasado de 100 individuos a 200 millones. Esta creciente e imparable amenaza sólo tiene una solución: la ciencia.
La ciencia al rescate
Efectivamente, no todos los depredadores australianos sucumben al veneno de los sapos. Existen algunas especies nativas capaces de predar sobre ellos sin efectos adversos. Sin embargo no son suficientes para controlar el crecimiento exponencial de las poblaciones de estos anfibios. Afortunadamente, investigadores de las universidades de Queensland y Sídney acaban de descubrir que los renacuajos se sienten atraídos por las feromonas de los sapos adultos, y han conseguido crear un efectivo cebo atrayente usando el contenido de sus glándulas parotoides, las mismas que secretan su veneno.
Su trampa es su propio veneno
Los señuelos hechos con veneno de sapo se introducen en trampas diseñadas por la ONG Watergum para capturar renacuajos. La formula es sencilla, se introduce el cebo en un contenedor de plástico al que los renacuajos acceden a través de embudos quedando atrapados en su interior. Esta trampa es capaz de capturar hasta 40,000 renacuajos por día y lo mejor es que no atrae a otras especies, sólo al sapo de caña.
Gracias a la ciencia, esta podría ser la primera vez que se consigue frenar la invasión de una especie en Australia sin meter la pata. Crucemos los dedos.