Gerard Piqué no dijo lo que dijo ni hizo lo que hizo en vano. Tenía un por qué: vengar los insultos que desde la grada de Cornellà-El Prat dirigen en cada derbi los aficionados del Espanyol a su mujer y a sus hijos. Comenzaron con una pancarta donde se podía leer «Shakira es de todos», y siguieron con gritos como «Shakira es una puta», «Milan muérete» o «Shakira tiene rabo, tu hijo es de Wakaso». Y no fue una vez, fueron varias las ocasiones en las que muchos (seguro que no todos) de los hinchas pericos ofendieron a coro a la familia de Piqué. La última, este pasado domingo.
LaLiga ya multó la pasada temporada con 24.000 € al Espanyol. El equipo pagó la sanción. Pero ¿de qué sirvió si su afición sigue faltando el respeto del contrario? Eso mismo se preguntará Piqué, que harto de que se metan con su familia, se ha tomado la justicia por su mano. Una justicia que ha fallado y que ha pasado por alto muchas de las ofensas de la grada. Piqué no hace más que defender a los suyos, una y otra vez, como haríamos cualquiera.
Se ha jugado que el Comité de Competición de la Federación Española de Fútbol (RFEF) le abriera un expediente y que le critiquen más de lo que ya lo hacían. Y es que prefiere ser él quien esté en ojo del huracán, no sus hijos ni su mujer. Por eso el domingo el central culé hizo un gesto para mandar callar a los pericos (como ya hicieron muchos jugadores en otros estadios). Por eso dijo que «el Espanyol está desarraigado». Porque intenta lograr que, al menos, se pongan en su lugar con su misma medicina.