El héroe de cada mes mes de mayo, el de los cabezazos imposibles, ya está en ‘modo invierno’. Sergio Ramos es un jugador que elegiría sin dudar para jugar una final. Hace apenas unos meses, en la final de la Champions de Milán, no solo fue el autor del único gol del Real Madrid y anotó su penalti en la tanda, también fue el verdadero líder del equipo.
En los momentos en los que mejor estaba el Atlético, más apareció Ramos. Tirando de sus compañeros, animando a todos, levantando con sus gestos al público madridista que se desplazó a Milan. Fue, en definitiva un líder, un verdadero capitán.
Y en esas que ha llegado la liga, y nos volvemos a encontrar con algo que por común empieza a ser cansino: la peor versión de Sergio Ramos. Con excesos de confianza, fallos de juvenil y errores impropios de un jugador de su jerarquía. No hay partido en el que no tenga un fallo importante. «¿En qué minuto será la ‘Ramada’ hoy?», pregunta con sorna y acierto un amigo en las redes sociales antes de cada partido de los blancos.
Ante el Espanyol, un ejemplo más. Un mal control le costó la amarilla cuando apenas había pitado el árbitro el principio del partido. Exceso de confianza habitual en el sevillano. Le tocó jugar todo el partido con una amarilla y casi acabó expulsado, algo habitual en su carrera. Un disparo Hernán Pérez le golpeó en el brazo y, aunque de manera involuntaria, bien pudo haberle sacado el colegiado la segunda amarilla dejando así a su equipo con diez toda la segunda mitad.
Ramos es, centrado, uno de los mejores centrales del mundo, y en Milán lo demostró. Lástima que decida brillar solo en las ocasiones especiales y ser mediocre el resto de la temporada. Porque si algo se le pide a un gran central es regularidad, que no falle nunca. Justo lo que no aporta el camero.
Por Raúl Rioja, @RaulRiojaZubi, madridista.