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Agosto en la ciudad

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Agosto me daba la bienvenida esta mañana, antes de acudir a mi cita diaria en Amigas y Conocidas en Televisión Española, con un escenario de película, el de la Gran Vía madrileña aletargada, más sola que la una y con el asfalto comenzando a evaporarse por el calor.

Con las sábanas plegadas todavía en mi cara y el semáforo en rojo, había tratado de encontrar la cámara que estaría rodando de nuevo la laureada película Abre los ojos, escuchar un “acción” en boca de Amenábar o subir a Eduardo Noriega el día de su 43 cumpleaños en mi coche con aire acondicionado y escapar los dos a una paradisíaca playa de Santander. Pero, como en la película del cineasta chileno-español, la vida es sueño y el semáforo se ponía de nuevo en verde dejándome huérfana de mis ensoñaciones en dirección al desvío de Boadilla del Monte, aprendiendo a dominar los delirios (se me aparecen oasis de agua turquesa por la Avenida de Portugal) hasta encontrarme con la misma chica que, bajo una gruesa capa de crema solar, vende pañuelos (que esconde detrás de un vehículo azul) todos los días.

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En el plató de las mañanas de La 1 hace calor, por eso a las Rodríguez nos gusta enseñar pierna. Unos cócteles y una cerveza (nada etílica) adornan nuestra mesa y nos invitan a imaginar paraísos ajenos a la capital. Nos lo pasamos muy bien, pero sabemos que el mar está lejos y que lo único que nos deparará con certeza la tarde es una piscina de cloro o bromo, para las más afortunadas, o en mi caso las gloriosas neveras del súper de El Corte Inglés próximo a mi casa por las que pasear palmito cuando la calle te asfixia con los dedos y el canto de las cigarras y las tiendas ya han cerrado.

Los nebulizadores de agua, a estas alturas del partido, ya son mis amigos y los busco como si fueran Pokémons. Cualquier obra de teatro o concierto es bien recibido si los grados bajan en torno a ellos, y Madrid de eso va sobrada, es un lujo, por mucho que os empeñéis en empapelar de manera virtual vuestras redes con fotos en bikini luciendo cacharrería, lugares que mojan sólo con mirarlos, noches estrelladas a kilómetros de la urbe o un Daiquiri de saturado color fresa, resultado de un filtro más falso que el bolso de un mantero, que hace más pocho al que repta por mi garganta cada mediodía.

Mañana, cuando deambule por los senderos de Dios de nuevo en coche, con el rostro transfigurado, le compraré un cargamento de pañuelos a esa chica, para secar la envidia y las lágrimas que arrastro como una zombie más a la intemperie, cuando por las tardes tiro de mis pies por las aceras sujeta a un té helado que me recuerda que también existe el invierno, pese a las imágenes que me devuelven las olas, que suenan a distancia como bofetadas.

Contentémonos con saber lo fácil que es encontrar aparcamiento en agosto en la ciudad. Eso es a lo que se agarra todo el mundo, ¿no?

¡Felices vacaciones a los desertores! Pese a todo…

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Avec tout mon amour,

AA

‘Amigas y conocidas’

 

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Tengo un grupo de whatsapp llamado “Las Rodríguez”, la versión veraniega del programa Amigas y Conocidas que promete dar que hablar. Y es que, desde el pasado viernes -y por culpa del responsable del formato al que es imposible darle un no por respuesta-, mi trasero rubio invade los mediodías y una de las sillas del plató de una cadena que me es felizmente familiar.

Tenía ganas de incorporarme a esa mesa gamberra, pero crítica y sincera, inspirada en el talk show estadounidense The View, entre las que ahora me encuentro. Peligroso todo, por estar constituido sólo por mujeres. Es claramente un “me asusta, pero me gusta” diario.

Es muy gracioso porque, el primer día, debido a mi naturaleza loca y creativa, el director del programa estaba atacado, intentando atarme en corto como a una criatura que viene de la anarquía más absoluta y come con las manos. Me habría gustado besarle la frente para que se relajara, como creo que no hace ningún día (risas); motivos no le faltan, somos una mesa más que efervescente. Al final puede que le coja cariño por atreverse a que dé mi opinión públicamente, cosa que, por muy raro que os resulte, es nueva para mí en televisión -no en mi blog, donde no dejo títere con cabeza- ya que siempre he trabajado con guion, narrando acontecimientos de manera improvisada o jugando a ser otra.

En lo poquito que llevo con Las Rodríguez, me alegro de haber congeniado tan bien con ELLAS, además a algunas ya las conocía, como a Berta Collado, Sonia Ferrer o Beatriz Cortázar. Ahora no nos queda otra que compartir, además de risas, las audiencias y hasta la maquilladora que nos restaura cada mañana que, cada vez que ve que Sonia lleva su perfume habitual, Chloé, al que tiene alergia y contra el que mantiene su personal cruzada (que por cierto huele increíble), no hay más remedio que fumigar la sala con un spray de limón que evoca directamente los baños de una gasolinera de carretera (risas).

Y cómo no hablar de las reuniones previas a la emisión, son maravillosas, en esa sala de muebles color cereza y sofás verdes tendría cabida otro programa. Alrededor de un espectacular catering compuesto por croissants calientes, zumos naturales, tortillas caseras y brioches, las Rodríguez nos pintamos las uñas o nos sacamos los ojos mientras debatimos acaloradamente los temas que nos han pasado por correo la noche anterior. Yo aquí tengo que decir que soy mucho de economizar, contarles lo que voy a soltar por la boca considero que hace que se pierda el factor sorpresa, así que siempre me guardo un as en la manga que va por autopista al directo, sin pasar por el peaje. Vale, lo del catering es mentira, me llevo yo la manzana de casa, pero el resto es cierto.

Café sí hay, para que estemos despejadas y cabales.

Aunque mi mayor preocupación es disfrutar, es lo que permanece al cabo del tiempo cada vez que emprendes un nuevo proyecto en la vida.

¡Vivan Las Rodríguez!

¡Y un beso a Inés Ballester, te estamos cuidando muy bien el chiringuito!

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Avec tout mon amour,

AA

Un desconocido me cogió de la mano por la calle

 

Arrastraba el domingo unas cuñas de esparto bajo el sol madrileño, cuando un chico de mi edad agarró mi mano de improviso, sin darme tiempo a reaccionar y durante un par de interminables segundos, justo antes de adelantarse y pronunciar lo que yo creí que era mi nombre.

Cuando camino sola acostumbro a tener mis pensamientos a kilómetros de distancia y no supe qué decirle porque no regresé a tiempo para reírme, enfadarme o quedarme. Hasta ese momento no me había parado a pensar en lo íntimo del gesto y me apresuré a sacar corriendo el móvil del bolso, por si regresaba, mientras una idea asfixiaba a la otra pues no entendía nada.

Es natural ver a las parejas por la calle entrelazando sus dedos, pero ahora me siento extraña y pienso en el motivo por el cual nos damos la mano si conocemos el camino en una demostración de amor que ahora me cohíbe, porque la estoy analizando demasiado.

La forma en que cogen tu mano te descubre cosas y conlleva expresar abiertamente, al mundo con el que te cruzas, que te gusta la otra persona y que deseas estar más tiempo con ella. Significa no querer protegerse de los ojos de los demás en un delicado exhibicionismo que no ofende. Las manos te envuelven al cruzar la calle, al caminar en un mismo sentido, te acarician los dedos para romper un silencio que no pronuncian los labios. También te aprietan cuando sucede algo y deseas avisar al otro. Las manos tienen voz y sirven de linterna en la penumbra, cuando las sombras del suelo aportan un aspecto estremecedor, hasta peligroso.

Lo curioso es que en el momento en el que las extremidades no van unidas, lo echas de menos y te apetece que te conduzcan por las aceras de manera acompasada. A veces, una relación termina y las manos atan y desatan lazos.

Cuando las otras manos no son torpes, las necesitas. En verano notas cómo el sudor resbala obsceno por las palmas de tus manos; en invierno las mismas templan incluso una ceremonia de nieve, mientras se someten los huesos de ambas muñecas.

Si te las aprietan fuerte pueden amortiguar tu tristeza y hacer estallar un mal día en dos mil pedazos. Las manos son un buen refugio.

¿Qué buscaría aquel chico?

Ya nunca lo sabré.

Avec tout mon amour,

AA

 

Desnuda en terreno lunar para la revista FHM

fhm1Os escribo desde un precioso rincón de Mallorca y es por este motivo que todavía no tengo un ejemplar de la revista FHM, que este verano farda de rubia en su portada. Y es que comprenderéis que con una abuela viva (y maravillosa) que tampoco se prodiga en elogios, porque la tengo mal acostumbrada, una tiene que echarse no flores, sino un centro de ellas encima.

Lo sé, soy una abusona, es la tercera vez que me asomo a la portada de esta revista masculina y espero poder celebrar un reportaje anual coincidiendo siempre con estas fechas (para hacer doblete en julio y agosto), como si de la Obregón se tratara.

Sabía que este año me había agasajado con demasiados placeres culinarios y, horas antes de que me despojaran de mi ropa y la puesta de sol me descubriera las lustrosas pieles, decidí saltarme las normas básicas de no colorear la piel para no teñir los virginales estilismos y me lo unté todo encima para parecer una mulata de Barbados, rollo Rihanna.

Las fotos las hicimos en unas salinas toledanas, blancas como yo y que, por el aire que hacía, cambiaron de ubicación y ya no son manchegas. Con el sol se ven preciosas y blancas, pero el día no acompañó y una se sentía en terreno lunar, desnuda y oxigenada por lo que debía de ser un tornado.

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Mi querido Juanjo Molina, fotógrafo de infinita paciencia, sostenía la cámara para que no volara de sus manos y yo probé, no en pocas ocasiones, las mieles de mi pelo que se pegaba al gloss de mis labios con la fuerza de un velcro.

El fabuloso equipo se afanó tanto en evitar que pasara frío frotando una bata blanca contra mi cuerpo, que mi falso moreno fue progresivamente desapareciendo y mi piel, delatada desde el principio, nunca estuvo tan exfoliada. La misma bata -que ya no era blanca, sino marrón- me acompañó luego hasta un bar de carretera donde unos camioneros me observaban como si una chalada me tratara, ya que era imposible dejar de tiritar y ni siquiera el café hirviendo que me sirvieron hizo que desapareciera el morado de mis morros.

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Aún con todo, no recuerdo una sesión de fotos más rápida y divertida, pese a lo accidentada que resultó la puesta en escena. Me fascina el resultado y hará mucho más llevadero el drama de verme por las mañanas con la cara lavada (y el cuerpo también, porque a limpia no me gana nadie). Maravilloso todo.

Ni idea de cómo han eliminado la piel de gallina de mi cuerpo, esa es la magia del retoque fotográfico del que algunas de quejan (a veces con razón, cuando es excesivo).

Así que, inaugurada ya la temporada de bikinis, tengo que deciros que mi deber es huir de un par de coches de paparazzis que me persiguen por la isla para hacerme un roto y tirar por la borda tan magníficas fotos. Por respeto a la revista y su reputación, trataré de darles esquinazo, si no fuera capaz de evitar la hecatombe, trataré de enmendarlo en sucesivos robados acudiendo antes al gimnasio. Porque los fotógrafos de calle son muy puristas y no retocan, para desdicha del «muñeco» al que persiguen. Pero, de momento, permitidme que me despida de todos vosotros mientras lleno de grasa el teclado, saco de mi boca los huesos de unas deliciosas olivas y rompo patatas fritas en mi boca.

¡Felicísima semana para todos vosotros!

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Avec tout mon amour,
AA

Cómo acudir dignamente a una boda

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Quién más, quién menos en estas fechas ha recibido en su domicilio, como si de una multa se tratara, una invitación de boda. Un evento al que muchas veces es imposible decir que no y en el que hay que poner toda la carne en el asador para estar a la altura de lo que esperan de ti los ilusionados novios, una vez ya se han engañado recíprocamente y van cuesta abajo y sin frenos hacia el altar.

Así pues, tengo el honor de contaros que este fin de semana he sido invitada a la boda de un televisivo amigo en Denia, cerquita del mar, y toca prepararse para el inmaculado día.

Basta un vistazo rápido a mi anatomía para comprobar la blancura de mi piel y emprender un viaje por la ruta de los pueblos blancos andaluces. Es una lástima, pero los autobronceadores en mi piel son más inútiles que un supositorio con sabor a fresa; aun siguiendo a rajatabla las instrucciones de éstos, me quedo como si me hubieran asaltado con subrayadores naranjas. Detesto, por mera envidia, a esa gente que con una simple toallita tiene el aspecto de haber compartido durante meses el sol de Marbella con Gunilla Von Bismarck.

Os confesaré que no puedo con los vestidos largos hasta los pies, en bodas, bautizos y comuniones. Suman años, suelen quedar excesivos y es casi imposible salir bien parada. La largura midi es perfecta. En esta ocasión, después de probarme media tienda de BDBA (una firma que me chifla), me hice con un vestido blanco y corto… pero que no se me enfade la novia (risas), salpicado de alegres colores que rompen con el mal gusto y la deshonra de vestir el color prohibido, a no ser que los novios pidan expresamente que eso ocurra o se trate de una boda ibicenca.

Como no puedo maquillarme las piernas sin manchar cada milímetro del vestido, el sábado recurriré a uno de esos pares de medias que dejan los dedos al aire y no emiten destellos cegadores con los disparos de un flash. Estas medias me gustan porque es como ir con el interruptor apagado y dan un tono a la pierna ideal de la muerte.

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Respecto al calzado, esta semana he arrasado con una de las estanterías de sandalias de Úrsula Mascaró, marca a la que juré fidelidad un día y que me viste para los eventos. Me está costando decidirme entre unas amarillas de tacón fino con las que hacer equilibrios por la finca (con la inestimable compañía de mi bursitis casi curada) o unas de tacón grueso y blancas -de nuevo, no se me enfade la novia- requetesaladas y, lo más importante, requetecómodas. Un yellow clutch (como diría la bloguera más puntera) completaría el look de dignísima invitada. Aunque, como me consta que en la finca donde se celebra el convite hay una piscina, imagino que acabaré allí la noche observando, con mis pies en el agua fresca, a improvisados nadadores etílicos mientras les saludo con los tobillos, en un movimiento semejante al de las manos de la realeza detrás del cristal de un coche.

El problema de jugar fuera de casa es que tendré que maquillarme y peinarme yo solita, cosa que entraña sus peligros, con franqueza. El eye liner a veces cae de pie y otros días con la barbilla en el suelo, pero como en esta boda pienso ponerme fina filipina de comer (sé de buena tinta que va a estar repleta de paellas gluten free), tengo previsto dar protagonismo a la mirada y dejar la boca descansada para engullir deliciosos granos de arroz alicantino. En el pelo, no hay un truco mejor que recurrir a una coleta de pelo natural, como la mía de Flequillos Postizos, es la única manera de ahorrar tacos y evitar quemazos con las jodidas planchas, fáciles de utilizar sólo si perteneces al gremio artístico de quienes la utilizan a diario.

Conforme escribo va apeteciéndome cada vez más bajar a celebrar un día tan especial con mis amigos. En cuento complete el look, subiré foto a Instagram, no os olvidéis darme like (risas). Aquí va un adelanto.

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¡Que vivan los novios! Menuda os espera…

A&E

 

Avec tout mon amour,

AA

Barcelona

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La última vez en Barcelona terminé, tras la grabación de Insuperables (TVE), de madrugada en la habitación de hotel de Santiago Segura celebrando su cumpleaños, con Pitingo y Sergio, atiborrándonos todos de fartons y horchata artesanal de El tío Che, hablando de mil y una cosas interesantes y admirando la cantidad de cosméticos que Segura traía consigo.

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En esta ocasión, acudía a un evento con una tendinitis en el pie y sabiendo que tendría que estrangular mi tobillo en unas horas con la tira de mis tacones. En las cajas de deportivas, como en las de tabaco, deberían advertir que el deporte puede matar.

Al bajar del tren, la bella ciudad me sorprendió con rizos (la humedad se nota mucho más cuando vienes de un sitio seco como la mojama) y plataneros, que hacen estornudar y cerrar demasiadas veces los ojos, por lo que en estas fechas esta rubia no sería apta para sostener un volante en Barna, sin llevarse a alguien por delante.

Una vez en el hotel y encima de la cama de la 1007, me esperaban un ramo de rosas, brochetas de fruta y unas chanclas moradas glitter con las que gustosa habría acudido al evento si el color me hubiera encajado. ¡Me encantan los detalles!

La cena tuvo lugar en el glamuroso Gatsby. Un show de los años 20, con un concepto muy similar al Lío de Ibiza, amenizó nuestra mesa y los originales platos, entre los que destacaban el huevo dorado que escondía en su interior una crema de patata y trufa y la barra de labios de foie; sentí mucho no poder entregarme en cuerpo y alma al baile, mientras una Elena Tablada, de inmaculado blanco, intentaba convencerme de que saliera a menear mis carnes entre la gente ya chisposa.

Acabé en el hotel con el tobillo como un rodillo y los hielos de la bebida abrasándome la piel, pero ni siquiera el haber perdido las formas de mi ser impidió que al día siguiente me dopara, a base de ibuprofeno, para descubrir ilusionada Barcelona una vez más, en busca de una deliciosa paella de marisco y el olor a mar.

Anduvimos más de la cuenta, con la felicidad a corderetas por lo que supone tener la lengua recorriendo como una hormigonera un helado de cucurucho, Snapchat recogiendo cada inmediato placer y un sol marinero encendiendo cada rincón de Barcelona.

Con 17 años pasé unas semanas en la calle Muntaner, arropada por una familia cuyo padre adoraba a los Beatles, comiendo en el vegetariano que regentaban y subiendo y bajando calles como un ascensor, las cuales parecían siempre la misma, a excepción de Paseo de Gracia, Las Ramblas y la Diagonal.

En mi visita me dio mucha pena ver el puerto anegado de inmigrantes vendiendo marcas falsas. No sólo hace mucho daño a la imagen de Barcelona, sino que me parece de auténtica vergüenza que se permitan estas mafias que venden réplicas ilegales de marcas conocidas, mientras a su lado unos entrañables puestos pagan religiosamente sus impuestos. Sorprendente, al menos, que no se desmantelen estos mercados que convierten, a ratos, una ciudad maravillosa en un paseo de manteros. Aunque, obviamente, yo no tengo nada en contra de esta gente que intenta ganarse la vida como puede, meras marionetas de otra gente sin escrúpulos.


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La comida en la terraza del restaurante La Barceloneta, no decepcionó. Me quité a bocados las ansias de una deliciosa paella, hasta que no pude más. El postre lo acompañé de una montaña de hielo en mi pie y la siesta la pasé en la playa, atestada de gente con ganas de verano, y en la que unos paparazzis nos sorprendieron con la tripa llena, la ropa puesta y el pelo loco.

Volver a Madrid no apetecía. Con más pecas en la cara y mejor color de piel, a las 9 de la noche atravesamos el control de la Estación de Sants donde la mujer que ocupaba el puesto de seguridad, en lugar de estar pendiente de la pantalla con el interior de las maletas, escribía en whatsapp. Varios pasajeros le advertimos que eso no estaba bien, pero masculló entre dientes y se volcó de nuevo en la conversación que manejaba, que debía ser mucho más interesante que velar por la seguridad del tren.

En el trayecto: cena celíaca, un iceberg sobre mi calcetín rosa y una simpatiquísima tripulación que no paraba de preguntarme si me pedían una silla de ruedas al llegar al centro de la meseta. Pero una tiene que mantener una imagen… (risas)

Con las sábanas ya apagando mi estancia en la Ciudad Condal, bramé para mis adentros:  ¡viva Barcelona, viva la paella y, sobre todo… vivan los hielos!

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Avec tout mon amour,

AA

 

Nacida para correr

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En vistas a que en escasas horas deberé ponerme manos a la obra y convencer al mundo de que mi meta en la vida no es otra que poner pies en polvorosa, en el nuevo programa de TVE, Nacidos para correr, hago un repaso a mi actividad física de los últimos meses y sumo menos metros que de mi casa al Corte Inglés. Oh, yes!

Decido ponerme yo misma a prueba y me calzo unas deportivas tan ajenas que, al estirar mis atrofiados músculos, siento que hago equilibrios sobre un colchón de viscoelástica. El cuerpo me responde a medias y Zaragoza, donde hace meses que no paseo porque Madrid me retenía entre grabaciones, fotos y amigos, es un lugar en el que campan a sus anchas gramíneas, plataneros y cipreses, que hacen que mi nariz se comporte como un chile picante y mis ojos brillen emocionados. La misma emoción que me invade al saber que mis tiernos pies van a tener que golpear un rato el arenoso suelo de la ciudad que me ha visto crecer deportista, me encuentra ahora más oxidada que un tornillo navegando en el Ebro y más blanda que una letra de Pablo Alborán.

Inicio una marcha ligera y estiro en lo posible el momento de empezar a trotar, entre runners machos que utilizan un árbol como baño, que ya no van envueltos en bolsas de basura -como hace años- y que se recomponen el tipo con la maniobra de “la cobra” al cruzarse con el sexo opuesto, cuando venían a lo lejos doblados cual Torre de Pisa y tocándose el lumbago con ambas manos.

Es el momento de echarse a correr y, antes de que me sobrevenga un flato, ya siento que llevo meses corriendo, que puedo escupir a la hierba, que lo sé todo del running y que va siendo hora de dar consejos a diestro y siniestro en Instagram. Nueva York se me antoja como el próximo destino para colgarme el dorsal, entre altos edificios y meros aficionados.

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Pero un pinchazo debajo del corazón, que podría ser un inesperado infarto, me hace menguar la carrera. Con lo bien que iba todo, mierda. Para colmo, siento que se me ha subido un gemelo en una estúpida cuesta, hasta casi alcanzar mis ingles y no consigo zarandearlo lo suficiente para recolocarlo. Aprovecho para convertir una fea mueca en una impagable sonrisa y hacerme una foto que sirva para ilustrar mis palabras.

De repente, la boca se me seca y recuerdo haber olvidado el agua en casa porque ya mi smartphone era lo suficiente aparatoso para hacerme perder la vertical, al galope, por lo que es muy posible que sufra una deshidratación en minutos. Y es que la vida es cuestión de prioridades: con una mísera botella no puedes fardar, a lo sumo evitar un desmayo, pero qué queréis que os diga, caerse está sobrevalorado, siempre habrá alguien que te encuentre y te asista con amor. Sin embargo, amigos: un móvil os permite recoger el momento, muy práctico si tenéis alma de periodista egocéntrico.

Sé de antemano que mañana tendré agujetas y estaré más limitada de movimientos que mi propio culo en estas mallas. Será estupendo poder mostraros mis resultados de runner rubia durante la friolera de 21 días, como en el programa de Cuatro. Si me veis cojear por las aceras, no os dé pena, pensad en que este verano seré la primera en llegar a las Rebajas.

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Chupaos esa.

Avec tout mon amour,

AA

Un día en el Open de Tenis

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No soy muy deportista, ni entiendo demasiado de tenis; pero no hay mejor manera de que “ellas” se muerdan la laca de las uñas y “ellos” suden de impotencia, que gritar al mundo entero -a través de tus redes sociales- que tienes entradas para un palco en el Open de Tenis de Madrid.

Así que, vestida de Minion y calzada cómodamente (hay trampas mortales para las que eligen ir con tacones a este encuentro), me acerqué ayer a La Caja Mágica para ver a Rafa Nadal y a Novak Djokovic pelarse las rodillas en el campo, con tal de ganar cada uno su partido, en octavos de final.

Nada más aterrizar en el recinto, a orillas del río Manzanares, es de obligada visita coger fuerzas en el riquísimo catering de Niki Lauda (expiloto de Fórmula 1), que cuenta con ocho espacios temáticos en los que los celíacos tenemos muchas opciones para sentirnos felices y colmados.

Después de guardar bajo mi peto vaquero aprovisionamiento para todo un año, nos personamos en el campo de juego, henchidos de energía que repartir entre los jugadoresPor cierto, debo de ser la única persona que no entiende por qué en los partidos de tenis hay que estar en completo silencio. Intimida y a mí, personalmente, me cuesta hasta tragar saliva.

🎾 Un día en el Open de Tenis 🎾 ¡Ya podéis leer mi nuevo post en @20m! Arriba, en el link de mi perfil 💋

Una foto publicada por Adriana Abenia (@adrianaabenia) el

El pasado año me escaldé los cuartos traseros al fundirme en los asientos VIP metálicos del encuentro, que en los días más calurosos podrían dar electricidad a toda una ciudad. Este año el tiempo ha respetado y no luciré encarnada. ¡Hurra!

Algo que me fascina es cómo esos ojos sin gafas, a pie de pista, son capaces de enfocar los saques con la fuerte luz que les ilumina. Los tenistas se convierten en guerreros de un manga que lanzan pelotas que se aproximan al oponente como bolas de dragón, emitiendo destellos luminosos. También me asombra ese fair play a pie de pista, lo cual deja en evidencia mi naturaleza tramposa.

Y hablando de jugadores, Djokovic me tiene ganada: por gluten free -estuvo merendando en la pastelería Celicioso conmigo- y por simpático.

NOVAK DJOKOVIC ROBERTO BAUTISTA

Ayer observaba jugar al serbio contra Bautista, con camiseta roja el primero y varias pelotas en fila india en el bolsillo de su pantalón blanco -al más puro estilo del 7 de junio- y recordé la divertida anécdota que protagonizó Silvia Abril en Tu cara me suena, cuando Miguel El Sevilla se introdujo unos calcetines para dar visibilidad a sus partes más nobles durante los ensayos, mientras Silvia jugaba a aplastárselos con las manos; sin embargo, el programa optó por obviar las manualidades del sevillano y quitar la improvisaba coquilla para que no acudieran durante el directo en masa a la falsa diana. Pero, cuando la Abril, que a mí me tiene enamorada, aprisionó los Santos Sacramentos de El Sevilla con precisión y abnegación, se dio cuenta de que los calcetines habían desaparecido y que entre sus manos flotaban canicas de las buenas.

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Por cierto, ¿de qué color es una pelota de tenis?

¿Amarilla o verde?

¡No tendré más remedio que comprobarlo en la final del domingo!

(risas malintencionadas)

Avec tout mon amour,

AA

* Foto Djokovic: EFE/JuanJo Martín

Cuando un amor del pasado te vuelve loca

Una foto publicada por Adriana Abenia (@adrianaabenia) el 28 de Abr de 2016 a la(s) 1:10 PDT

Permitidme que, después de hablar de culos, me ponga romántica. Esto ocurría una tarde de abril, coincidencias de la vida el día 11, cuando nacía mi primera novela.

Una porción de tarta forrada en fondant, media docena de sugus de piña y un batido de fresas con nata después, una chica le confesaba a otra creer estar perdiendo la cabeza, mientras rompía una servilleta con los dedos y canjeaba azúcar por consejos.

Desde luego, no estábamos en una íntima cafetería de esas donde la distancia entre las mesas aparca las miradas de los curiosos. Y así, sobre restos de comida, apareció un tercero en la conversación.

Admito que no está bien escuchar conversaciones ajenas, pero a mí me fascina robar historias, sólo que ésta me condujo a una propia.

Hago una pausa efectista.

¿Creéis que se puede amar a dos personas a la vez, cuando a una de ellas apenas la conoces?

La memoria es una gran traidora y yo era todavía una niña cuando conocí a Arnaud Lemaire rodando un anuncio, hace ahora más de una década. Me citaron muy temprano en una preciosa casa de la calle Covarrubias, en Madrid, exactamente en el número 9, un edificio en el que una placa reza que allí vivió el poeta Gerardo Diego:

Un día y otro día y otro día.

No verte.

Y el corazón y el cálculo y la brújula,

Fracasando los tres. No hay quien te acierte.

No verte.

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No esperaba tropezarme con aquel belga veinteañero de ojos grises y una cicatriz en la ceja derecha aquella mañana. Parecía cansado por culpa del jet lag, aspiraba el humo de un cigarro e iba a ser mi pareja en la ficción durante dos largos días. Cuando le vi por primera vez, no sé cómo pudo suceder, pero me vi arrastrada por un irracional sentimiento que puso mi mundo patas arriba, pese a compartir mi almohada e ilusiones ya con alguien. Una absurda jugarreta del azar; entretanto, la calle brillaba húmeda para que diera mejor en cámara.

Recuerdo las sonrisas de esos días, aterrada por tanta alegría. No hubo besos, tampoco caricias y, sin embargo, no pude no sentirme como un barco a la deriva. Le idealicé de tal manera que, cuando nos despedimos, entendí que aquello me atormentaría durante años, convencida de que no volvería a verle.

Sin embargo, no fue así, él regresó a Madrid al año siguiente para grabar otro anuncio. El destino quiso que le viera desde lejos, junto a la glorieta de Alonso Martínez; me acompañaba una amiga y yo era una criatura que lloraba a lágrima viva, pensando que se me iba la vida en un ahogo. Vacilé si acercarme… todo era una estúpida locura. Cuando eres tan joven el suelo es de cemento fresco y, si vuelves la vista atrás con los años, tus decisiones siguen allí.

Supe hace tiempo que vivía en París y, cada vez que he pisado esas calles, he temido encontrármelo.

Regresó a Madrid, sin pudor, en las páginas de mi libro Lo que moja la lluvia, donde nunca se hará viejo y mi mente pudo darle vida más allá de los minutos que pasó a mi lado. Para quienes habéis leído la novela, esta es su cara.

Ahora finjo no saber de él. Y, cuando miro sus fotografías, veo en ellas los ecos que me devuelven a un Arnaud que nunca existió más allá de mi imaginación.

Regresé de un salto a la cafetería, a la conversación de aquella chica despeinada y pantalones rotos que no paraba de explicarse entrecortada.

Hay una frase que dice «Nadie puede amar lo que no conoce». Pero quién no ha amado en el segundo que dura un semáforo y lo recuerda casi una vida.

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Avec tout mon amour,

AA