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Cómo acudir dignamente a una boda

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Quién más, quién menos en estas fechas ha recibido en su domicilio, como si de una multa se tratara, una invitación de boda. Un evento al que muchas veces es imposible decir que no y en el que hay que poner toda la carne en el asador para estar a la altura de lo que esperan de ti los ilusionados novios, una vez ya se han engañado recíprocamente y van cuesta abajo y sin frenos hacia el altar.

Así pues, tengo el honor de contaros que este fin de semana he sido invitada a la boda de un televisivo amigo en Denia, cerquita del mar, y toca prepararse para el inmaculado día.

Basta un vistazo rápido a mi anatomía para comprobar la blancura de mi piel y emprender un viaje por la ruta de los pueblos blancos andaluces. Es una lástima, pero los autobronceadores en mi piel son más inútiles que un supositorio con sabor a fresa; aun siguiendo a rajatabla las instrucciones de éstos, me quedo como si me hubieran asaltado con subrayadores naranjas. Detesto, por mera envidia, a esa gente que con una simple toallita tiene el aspecto de haber compartido durante meses el sol de Marbella con Gunilla Von Bismarck.

Os confesaré que no puedo con los vestidos largos hasta los pies, en bodas, bautizos y comuniones. Suman años, suelen quedar excesivos y es casi imposible salir bien parada. La largura midi es perfecta. En esta ocasión, después de probarme media tienda de BDBA (una firma que me chifla), me hice con un vestido blanco y corto… pero que no se me enfade la novia (risas), salpicado de alegres colores que rompen con el mal gusto y la deshonra de vestir el color prohibido, a no ser que los novios pidan expresamente que eso ocurra o se trate de una boda ibicenca.

Como no puedo maquillarme las piernas sin manchar cada milímetro del vestido, el sábado recurriré a uno de esos pares de medias que dejan los dedos al aire y no emiten destellos cegadores con los disparos de un flash. Estas medias me gustan porque es como ir con el interruptor apagado y dan un tono a la pierna ideal de la muerte.

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Respecto al calzado, esta semana he arrasado con una de las estanterías de sandalias de Úrsula Mascaró, marca a la que juré fidelidad un día y que me viste para los eventos. Me está costando decidirme entre unas amarillas de tacón fino con las que hacer equilibrios por la finca (con la inestimable compañía de mi bursitis casi curada) o unas de tacón grueso y blancas -de nuevo, no se me enfade la novia- requetesaladas y, lo más importante, requetecómodas. Un yellow clutch (como diría la bloguera más puntera) completaría el look de dignísima invitada. Aunque, como me consta que en la finca donde se celebra el convite hay una piscina, imagino que acabaré allí la noche observando, con mis pies en el agua fresca, a improvisados nadadores etílicos mientras les saludo con los tobillos, en un movimiento semejante al de las manos de la realeza detrás del cristal de un coche.

El problema de jugar fuera de casa es que tendré que maquillarme y peinarme yo solita, cosa que entraña sus peligros, con franqueza. El eye liner a veces cae de pie y otros días con la barbilla en el suelo, pero como en esta boda pienso ponerme fina filipina de comer (sé de buena tinta que va a estar repleta de paellas gluten free), tengo previsto dar protagonismo a la mirada y dejar la boca descansada para engullir deliciosos granos de arroz alicantino. En el pelo, no hay un truco mejor que recurrir a una coleta de pelo natural, como la mía de Flequillos Postizos, es la única manera de ahorrar tacos y evitar quemazos con las jodidas planchas, fáciles de utilizar sólo si perteneces al gremio artístico de quienes la utilizan a diario.

Conforme escribo va apeteciéndome cada vez más bajar a celebrar un día tan especial con mis amigos. En cuento complete el look, subiré foto a Instagram, no os olvidéis darme like (risas). Aquí va un adelanto.

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¡Que vivan los novios! Menuda os espera…

A&E

 

Avec tout mon amour,

AA