Que el mundo virtual y, por ende, las redes sociales son como droga dura para muchas personas es algo innegable en estos tiempos que vivimos. Nos desayunamos con tuits, actualizaciones de estado, fotos de Instagram, vídeos en You Tube de personas a las que, en numerosas ocasiones, no conocemos en la realidad. Incluso, a veces, esas personas con las que mantienes contacto a través de las redes sociales significan más para ti que compañeros de trabajo o vecinos con los que no compartes nada más que los buenos días. Quién no se ha encontrado ignorando a un marido, a un amigo, a un hermano porque estaba en Twitter.
Las redes sociales han cambiado nuestra forma de socializar, de interactuar, de entretenernos e, incluso, de participar en política. Todas estas cuestiones, llevadas a un extremo, mostradas de manera hiperbólica para llamar la atención sobre desviamientos en la conducta o para aproximarnos a realidades posibles, es lo que ha hecho Charlie Brooker en ‘Black Mirror’, una serie que ha encontrado su tono y que, en esta segunda temporada, más redonda que la primera, ha demostrado que ha llegado para quedarse. (ATENCIÓN, SPOILERS)
¿Y cómo lo hace? Sin duda, intentando no aburrir al personal, sacudiendo conciencias y haciéndonos reparar en nuestro propio comportamiento. Si en la primera temporada nos zarandeaba y provocaba nuestra mirada más voyeur la escena de la cerda (mientras nos satisfacíamos maliciosamente —al menos yo— en cambiar el rostro del abochornado primer ministro por otros nada abochornados caretos del panorama político patrio), en esta segunda temporada la sorpresa se ha difuminado. Y, sin embargo, Brooker consigue que exclamemos de nuevo un sonoro «joder, no», cuando esa desesperada mujer accede por vez primera al software espiritista en el primer episodio, ‘Be Right Back’.
¿Qué define al ser humano?
El tema de si los ordenadores o los robots pueden llegar a ser humanos es un tema antiguo en la ciencia ficción. Lo sabe uno a poco que haya leído las historias de robots de Isaac Asimov, donde los cerebros positrónicos se rebelan, aman, se escapan y mienten. O, incluso, ‘¿Por qué sueñan los androides con ovejas eléctricas?’, de Philip K. Dick, célebre obra que inspiró ‘Blade Runner’. Pues el argumento que utiliza Brooker es el mismo. En las novelas y cuentos, a los robots positrónicos se les suministraba literatura de toda clase para que interiorizaran la psicología y las emociones humanas; en ‘Be Right Back’, el software se nutre de los miles de mensajes que vertemos en las redes sociales para emular nuestra personalidad / psicología.
El conflicto, por tanto, es el mismo que ya planteaban los maestros de la SF: ¿Qué define al ser humano? ¿Es posible que una máquina, robot o androide logre esa humanidad que escapa a definiciones? Brooker, como otros antes que él, llegan a una conclusión negativa. Pero esto no es lo importante, como no suelen serlo las temáticas de las historias, que se repiten una y otra vez. Lo relevante es el estilo, la forma de contar, que diferencia a los autores y los hace únicos. Brooker se nutre de las mejores fuentes para plasmar una historia que ya ha sido narrada, que sigue funcionando muy bien y que trata temas universales desde una óptica moderna.
El desarrollo de la historia, un thriller psicológico tan hipnótico como turbador, tiene un planteamiento soberbio y un desarrollo que va ‘in crescendo’, con la creación de ese Golem en la bañera. Sin embargo, el final es precipitado y poco creíble. Si tanta molestia le supone a la mujer este ‘ente’ que quiere suplantar a su marido, si tan claro tiene que no es él y casi lo impulsa a arrojarse al vacío, ¿por qué lo mantiene en el ático? ¿Por lástima? A mí esa presencia inquietante en el altillo (que no duerme ni respira y mira de forma espectral por la ventana), me daría no sólo infinitas jaquecas, sino innumerables pensamientos para deshacerme de él de manera menos sórdida que arrojarlo al vacío. Por ejemplo, que la empresa viniera a recogerlo y lo desconectara muy lejos. Sin embargo, ella lo tiene en plan mueble viejo y la hija hasta le lleva tarta.
Circo de masas
El segundo episodio, ‘White Bear’, es una excelente demostración de que nos gusta una historia que no nos deje respirar. Miedo, incomodidad, suspense, situaciones que nos hacen pegarnos a la pantalla desde el minuto uno… con (perfecto, baby) un símbolo ominoso que aparece de manera obsesiva por todas las pantallas de la casa. De nuevo, todo en ‘White Bear’ presenta un déjà vu de algo ya visto / leído. El terror apocalíptico con los crucificados en el bosque, los psychos sueltos con máscaras, la amnesia de la protagonista. Podríamos citar de nuevo numerosas películas, series y novelas donde aparecen estos planteamientos tan efectistas. Pero Brooker consigue encajar todas las piezas de manera magistral y dar, al final, un giro de crítica social muy lúcido y aterrador, que cuestiona una tendencia que ya vemos hoy en día: la espectacularización de la sociedad. De hecho, pocos días después de ver el episodio, encontré en ‘El País’ esta noticia que me revolvió las tripas: “China pasea delante de las cámaras a cuatro presos antes de ejecutarlo”. ¿Aterradora coincidencia?
‘The Waldo Moment’, quizás el más criticado en las redes sociales (allá vamos de nuevo) por su falta de dinamismo o por ser más aburrido, digámoslo claro, es el que más me inquieta desde el punto de vista de que el futuro ya está aquí. Este episodio es una llamada de atención en toda regla y, además, es el más original de los tres. ‘The Waldo Moment’ me impacta y aterra por una sencilla razón: la tendencia en política a que todo se pervierta. Es decir, cómo de planteamientos honrados y necesarios (denunciar un sistema corrupto donde los políticos han sido desenmascarados y no representan a los ciudadanos, ¿os suena?) se pueda caer en la demagogia y en un espectáculo-producto de consumo de masas. ¿Qué queda de Waldo al final mas que su rostro-app-videojuego-marca? El sistema lo institucionaliza para controlarlo, al igual que sucedía en ‘15 Million Merits’, el episodio más irregular de la serie, donde la valentía del protagonista lograba ser aniquilada convirtiéndola en un nuevo (y exitoso) formato televisivo.
Con esta tanda de episodios, ‘Black Mirror’ se convierte en una de las series que más aportan a la ficción televisiva actual, donde las historias no son meros entretenimientos sino que sirven para hacernos reflexionar sobre el mundo en el que vivimos y el ¿futuro? al que nos enfrentamos.
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Totalmente de acuerdo contigo. Las críticas de las redes sociales a The Waldo Moment tienen su razón de ser, a nadie le gusta mirarse en un espejo.
04 marzo 2013 | 20:44
Gracias Marien, aunque creo que es totalmente necesario hacerlo. Y más en estos momentos. Aunque las críticas que yo leí iban más en el sentido de que era más aburrido. Después del segundo episodio, todo adrenalina, se puede comprender. The Waldo Moment tiene un ritmo más pausado pero lo que cuenta es terrorífico. Un abrazo y gracias por comentar.
05 marzo 2013 | 07:16
La idea de The Waldo Moment es aterradora, lo se, pero aún así no me acaba de convencer. ¿El hype? No lo se.Quizá está tan estandarizada la política de circo que este episodio nos ha dejado frios. Yo la primera. Y eso si que da miedo.Un saludo y genial entrada, as usual^^
05 marzo 2013 | 11:33
Muchas gracias, Dids! Muchísima gente piensa como tú, incluso a mí me pareció más flojo que los dos anteriores cuando lo vi. Pero después, pensando en él, me gustó casi más que White Bear. De todas formas es matizar mucho, porque los 3 episodios son fantásticos. Y lo que dices de la política de circo y lo acostumbrados que estamos es lo que me parece tan interesante de ‘The Waldo Moment’. Y sí, es terrible. Y acojona un huevo. Un saludo!!
05 marzo 2013 | 13:32
No sabía que The waldo moment había recibido malas críticas en las redes. A mí me parece magistral. The Waldo moment es el capítulo de «esto ya está pasando» y White Bear es el de «éste es el camino que estamos tomando». El primero es el más flojo, pero los otros dos son magistrales. Enhorabuena por el post
04 septiembre 2013 | 08:00
Hola Alfonso! Pues sí. En su día fue el episodio que menos gustó en general por los motivos que expongo en el post. Y, sin embargo, a mí (al igual que a ti), fue el que más me hizo pensar porque, como bien dices, es el que nos muestra «lo que está pasando o lo que está muy próximo de pasar». Me pone los pelos de punta. De verdad que tengo ganas de una nueva entrega de Black Mirror, una serie esencial que remueve conciencias y entretiene a partes iguales. De lo mejor de la tele británica. Un abrazo y gracias por comentar 🙂
04 septiembre 2013 | 17:02