Un microrrelato por día y cada uno de 150 palabras. Ni una más, ni una menos.

Archivo de junio, 2011

Durante la noche

Las transformaciones duraban solo una noche y cada vez que volvía en sí, se encontraba con un cuchillo en la mano y una garganta degollada. Despertaba siempre al instante siguiente de haber matado a su víctima, cuando la aureola de sangre comenzaba a expandirse debajo del cuerpo. Pero aquella vez fue distinto. En vez de escapar y ocultarse en su casa, decidió alejarse del pueblo y vivir en el bosque. La única forma de no asesinar personas, era no poder encontrarlas. Fiel a su plan, se alejó lo suficiente como para que en el transcurso de una noche —tiempo que duraban sus transformaciones— no pudiera llegar hasta una zona poblada. Así lo hizo y logró su objetivo hasta que cierta noche, mientras sufría una de sus transformaciones, despertó con la garganta degollada. Ahogándose con su propia sangre, supo que la bestia que vivía en él había encontrado una nueva víctima.

Las instrucciones del mapa

El paso del tiempo sobre el papel generaban ciertas dificultades para interpretar el mapa. Aún así, metódico, el pirata se las arregló para seguir cada una de las indicaciones. Luego de su desembarco, equipado con una espada y una pala, se internó en la selva y caminó dos kilómetros hasta llegar al «ombú muerto». Las grandes ramas carentes de hojas en medio de un ecosistema tan lleno de vida le causaron cierto temor. Escaló el árbol y desde lo alto alcanzó a divisar la montaña con forma de cola de sirena. Descendió del ombú, emprendió el largo viaje y al llegar a la parte más alta de la isla, se encontró con la roca ilustrada en el mapa. «Caminar 55 pasos hacia el norte», se explicaba en la amarillenta hoja y el pirata, obediente, cayó por el acantilado en el paso número 50. El mapa había cobrado una nueva víctima.

Las ramas pelirrojas

De camino al mercado, una parejita de gorriones anidaron en el matorral de sus cabellos. Se dio cuenta al regresar a su casa y verse al espejo. Ambos gorriones, camuflados en un nido de cabellos pelirrojos, asomaban la cabeza. La noticia no es novedad. Año a año, al inicio de cada primavera, siempre termina hospedando alguna parejita. Se encariña con ellas y todas las noches, al acostarse a dormir, apoya su cabeza en la almohada con la mayor delicadeza posible. A la mañana siguiente, al levantarse, cuida y mide sus movimientos para tratar de no mojar a sus invitados en la ducha. Los días pasan y desde sus rojos cabellos brotan sin parar una multitud de hojitas. Durante seis meses se siente tan radiante como la copa de un frondoso árbol, hasta que el verano se ve interrumpido por la llegada del otoño. Las aves vuelan. Los cabellos se resecan.

Un barrio peligroso

Pasada la tarde, cuando la noche cae sobre las veredas y las pocas luces de las calles ocultan las malas intenciones de quienes las transitan, el barrio se convierte en tierra de nadie. Se traban las ventanas y las puertas y aquellos que se atreven a salir de sus hogares, inevitablemente tienen que lidiar con las consecuencias.
—No se mueva. Esto es un asalto —se escucha en la oscuridad a un asaltante mientras muestra el filo de una navaja.
—Cerrá el pico y dame la billetera. Esto es un asalto —responde el asaltado desenfundando un facón.
—Ustedes dos, levanten las manos. Esto es un asalto —grita un tercer asaltante mientras carga una bala en la recámara y apunta a los dos ladrones.
—Ustedes tres, cállense la boca y levanten las manos que esto es un asalto —se escucha decir a un cuarto asaltante, mientras apunta los caños de sus escopetas.

Serie Comentarios Microrrelatados

En este segundo ciclo de 150xdía, los Comentarios Microrrelatados renacen con la intención de seguir compartiendo textos inspirados en los microrrelatos del blog. Sean nuevamente bienvenidos a la Serie «Comentarios Microrrelatados», donde se recopilan las más destacadas historias escritas por los lectores de las 150 diarias.

Comentario publicado en la entrada «Las mañas del tiempo».

En la pura obsesión por estancar el tiempo, además de congelar relojes, cuidar toda su alimentación y evitar que cualquier torpeza o incidente no controlado, se decidió por experimentar con el tiempo y, a modo de engañarlo, se propuso rotar a contra eje en un continuo viaje parte de su vida.
Preparado de todo tipo de vituallas y repuestos necesarios para un largo periodo de tiempo, se despidió de amigos y familia. En un prolongado tour, navegó, voló y rodó hasta un día en que ya pasados treinta años decidió dar por concluida su tesis temporal.
La duda que le quedaba era si tal vez la gente de su pueblo aún lo recordaba, los cambios físicos ya eran notables y el adulto estudioso ya era anciano, aunque sano y lustroso.
Todo parecía cambiado y nuevo en su pueblo, incluso el busto al que un día, otro en su honor sustituyó.

Autor: Enmascarado.

Comentario publicado en la entrada «Las mañas del tiempo».

Llegó Juan a un especialista,
de esos que te quitan años.
Eufórico y contento,
alguien se lo aconsejó
por ser, el mejor del gremio
que, casi hace milagros.
Fue honrado ese doctor,
al contemplar al paciente,
su cara, una pasita con dientes
ya que, está recién “protesiado”.
-Juan, poco puedo hacer yo por ti,
(le dijo el amable galeno)
y no vaya por ahí,
buscando el mismo remedio,
no malgaste su dinero.
Su reloj no hay quien lo pare
y retrasarlo, mucho menos.
-Doctor, a mi me han hablado
que si abandono los vicios:
Del tabaco, la bebida,
del comer lo no debido
y también dejar el sexo
No es que lo gaga a diario
pero si que, yo me doy
de vez en cuando un capricho.
Que si, los abandono todos
voy a rejuvenecer,
que viviré muchos años,
prolongando mi vejez
¿Dígame, si eso es cierto?
-Juan, te voy a ser sincero
¿Lo de rejuvenecer? No,
de eso nada de nada.
Lo de que vivas más años,
la verdad que no lo creo.
Pero lo que sí es más que cierto,
que los años que te quedan,
se te harán a ti tan largos,
que te parecerán eternos.

Autor: Al Sur de Gomaranto.

Comentario publicado en la entrada «Colección de mascotas».

Un amigo me regalo una lechuza disecada, y desde aquel día en mi familia no paraban de haber fallecimientos enfermedades y desgracias de toda índole. Menos mal que otro amigo cuando vio la lechuza sobre el televisor posada, me informó que tener animales disecados en una casa da mal fario, o sea muy mala suerte. Así que regalé la lechuza aun vecino odioso y al poco tiempo falleció asesinado. Desde aquel día en mi familia las cosas han transcurrido normal, se terminó aquella serié de catástrofes, pero me siento incómodo, como si hubiera asesinado yo mismo aquel vecino odioso.

Autor: Antonio Larrosa.

Comentario publicado en la entrada «Los límites de un don».

Como en el sueño su hijo aparecía solo al volante, él decidió acompañarle en su viaje. Tenía el corazón en un puño, pero no le advirtió de nada. Ni siquiera se despidió de su mujer de una forma especial. En el fondo pensaba que podía cambiar por una vez el destino. Si cambiaba un factor, cambiaría el resultado. Y si no lo conseguía, al menos moriría con su hijo y no sufriría su pérdida.
Se dirigieron sin prisa pero sin pausa hacia su destino. El sabía exactamente la curva, había visto el color del camíón que se cruzó. Si se esforzaba un poco, hasta podría recordar el nombre de la empresa a que pertenecía.
En el momento justo, es decir, segundos antes del choque, suspiró y le dijo a su hijo cuanto le quería, y le dijo adiós. Cerró los ojos y solo los abrió cuando su hijo giró bruscamente hacia el arcén y frenó en seco. Le preguntaba preocupado si se encontraba bien, si quería que le llevase a algún hospital. Miró el retrovisor a tiempo para ver que el camión frenaba, hacía la tijera y se tragaba al coche que les seguía.
Llorando de incredulidad le dijo a su hijo que sí, que le llevara a un hospital, pues su corazón se había detenido en aquel instante.
Desde aquel día supo como evitar la muerte de seres queridos. Sólo tenía que introducirse en el instante de la tragedia, ofrecer su vida a cambio, de todo corazón, y podía conseguirlo. Su descubrimiento tuvo otra consecuencia: se negaba a dormir, al menos durante muchas horas…

Autora: Metamorfosis.

Comentario publicado en la entrada «Los frutos del sauce mágico».

Yo también me embarqué en la nave que nos lleva al pasado. En el me encuentro y siento el viento en mi cara, veo los extensos campos de trigo amarillo, corro feliz entre ellos buscando amapolas, me pierdo entra tanta espiga, ¡soy feliz!
Soy un pájaro más saltando, subiendo y bajando por entre tanto oro.
Escucho la voz y la risa de mi abuelo. Los dos somos felices.
La nave me trajo de vuelta al presente y ahora en lugar de oro puro ondeando al son del viento hay un complejo habitacional.
No hay pájaros, no hay risa de abuelo, no hay abuelo.
¡No hay magia!

Autora: Ana.

Comentario publicado en la entrada «De la soledad a la compañía».

Pobre hombre. La depresión y la tristeza lo terminaron llevando a la locura, cosa que tiene mucho de real.
La depresión es una de las peores cosas en las que podemos caer. En mi caso menos mal que pude combatirla. No fue la mejor manera pero las circunstancias así lo quisieron. Así fue como llegó ella a mi vida, fue mi salvación, se convirtió en mi todo, solo pensaba en ella en todo momento y por las noches al llegar a casa ya no me sentía solo, porque ella estaba ahí, siempre esperándome, impaciente al igual que yo, lo nuestro se convirtió en una verdadera locura, no podíamos vivir el uno si el otro. Hasta que un día mi esposa nos encontró juntos, consumando nuestro amor, nuestro prohibido amor.
Le explique lo sucedido a mi esposa y ella lo comprendió. Desde esa noche, mi amor prohibido acabó.
Aunque confieso que a veces por las noches salgo en busca de ella, se donde encontrarla. Solo me basta con dirigirme a la farmacia mas cercana y pedir: ¿me da una cajita de esas pastillitas para dormir?

Autor: Buscandovengo.

La novela de la tarde

Mi mamá me recostó en la manta que estaba estirada sobre la mesa del comedor. Ella usa siempre la misma manta, repleta de patos amarillos, con la excusa de que a mí solo me gusta esa. En realidad, si tiene patitos, ositos o perritos, me da exactamente lo mismo. A mi espalda estaba la televisión emitiendo una de esas telenovelas que hipnotizan a mi mamá y la dejan perpleja durante horas delante de la pantalla. Yo estaba desnudo y el viento del ventilador me daba un poco de frío. Tuve que empezar a patalear y a quejarme un poco para que me prestara atención, pero ella seguía con la mirada fija en la pantalla. De repente, la sensación de orinar me vino como anillo al dedo. El líquido emergió descontrolado, salpicando por completo el rostro de mi mamá. Aunque interrumpí su novela, ninguno de los dos pudo aguantar la carcajada.

Club de lectura

En el espacio muerto que se genera después de cenar y antes de acostarse a dormir, aprovecha para disfrutar del final del día. Prepara una buena taza de café, se coloca las gafas para leer, apaga la luz que se desprende del ventilador de techo y la sala de estar queda iluminada por una tenue lámpara de pie que tiñe de amarillo la tela color crema del sillón. Toma unos sorbos de café para poder despertarse un poco, y luego abre cuatro o cinco libros a la mitad y los apoya sobre la mesita. Había aprendido meses atrás, leyendo y opinando en un club de lectura, que leer es una actividad ideal para compartir. Se le ocurrió entonces la posibilidad de dejar de compartir con personas, y empezar a hacerlo con sus libros. Desde ese día, le narra las historias de sus libros a un atento grupo de tapas dudas.

Sobre el escenario

Tengo la imperiosa necesidad de salir corriendo. Me veo tentado a hacerlo e incluso me imagino haciéndolo, pero finalmente no lo hago. Tal actitud sería mucho más bochornosa que mi abucheado desempeño como cantante. Decido quedarme parado en el lugar, enfrentando la situación, haciéndome cargo. La vergüenza se torna insoportable y siento mis mejillas encendidas, pero me esfuerzo para ponerle buena cara a la situación. Soltar el llanto, tirar la guitarra al suelo, taparme los ojos y escapar por un costado del escenario, significarían demasiadas cosas por las que arrepentirme luego. Además, no me queda otra más que aceptar la cruda verdad: soy horrible como cantante y el espectáculo no le gustó a nadie. Ahora tengo que comportarme como el hombre adulto que soy, tratar de esquivar la mayor cantidad de tomates posibles, y esperar a que todos olviden esta situación. Aunque mucho más me gustaría poder olvidarme yo mismo.

La ancianidad temprana

Las adversidades a las que se vio obligado a superar de pequeño, lo convirtieron en una persona adulta y responsable. La falta de dinero en su casa hizo que tuviera que ayudar a sus padres a trabajar y sus derechos como niño, entre ellos la escuela, pasaron a ser secundarios. Poco a poco dejó de ver a sus compañeros ya que las nuevas tareas —mucho más agotadoras y exigentes que las dictadas por sus profesores— le cubrían gran parte del día.
Habiendo pasado algunos años el trabajo había prosperado, los sacrificios habían otorgado sus merecidos frutos y el dinero ya no era problema para la familia. Pero por aquella época, aquel que todavía continuaba siendo un niño, ya había crecido. Y no solo se notaba en sus actitudes sino también en su cuerpo. Tenía 10 años de edad cuando retomó las clases. Las manos de un anciano sostenían los lápices.

Desenmascarando sueños

Eran cerca de las 4 de la mañana y me desperté justo en el momento en que estaba por atraparme. Respiraba agitado y mi corazón golpeaba acelerado contra mi pecho. Tardé algunas horas en tranquilizarme. Las sabanas estaban completamente mojadas y el sudor era producto de haber corrido durante tanto tiempo tratando de escapar de mi verdugo: un desconocido con una máscara que simulaba mi rostro. Desde aquella noche la pesadilla continuó repitiéndose y me despertaba cada vez más agitado y cansado, tenso, con los puños cerrados. El excesivo ejercicio de la madrugada —al que me veía obligado a realizar para escapar de mí mismo— interrumpía mis sueños y me dejaba sin fuerzas durante todo el día, pero aquella noche fue la última noche. Decidí ponerle un punto final a la situación, dejar de correr y hacerme frente. Aquella noche, al despertar, lo hice con una máscara en mi mano.