Un microrrelato por día y cada uno de 150 palabras. Ni una más, ni una menos.

Archivo de enero, 2011

Encerrado en vida

Desde aquel día en que escapé de mi cárcel, no soy más que el prisionero de mi constante fuga. Recluido en mi propia e ilegalmente alcanzada libertad, permanecí oculto la mayor parte del tiempo, vagabundeando entre las sombras para no ser visto. Me abstuve de la luz del sol usando gafas oscuras y dejé que mi barba y cabello ayudaran a cubrir mi rostro hasta que me creí irreconocible. Aún así me sigo sintiendo indefenso e identificable. Paranoico, insisto en proteger mi identidad con una capucha, caminando con la cabeza agacha, mirando hacia el suelo y con las manos enterradas en los bolsillos. Me muevo con más frecuencia de noche, cuando la luz escasea, y me alimento de la limosna que genera la exhibición de mi pena en las esquinas hasta que hoy, después de tantos años de anonimato, por fin alguien reconoce mi rostro. Ella también viste con capucha.

Una alergia de lo más extraña

La desgracia suele aparecer en sus más desgraciadas formas, pero en mi caso particular, la malicia del destino no tiene precedentes. Al verla me quedé estupefacto, y ese es un adjetivo que pocas veces utilizo. Su vestido floreado recorría las curvas de su cuerpo resaltando la perfección de su figura. Los bucles negros saltaban al compás de sus pasos, acompañando el movimiento de sus senos. Caminó hacia mí y al pasar por mi lado, reaccioné.
—Hola, me nombre es Ángel.
—Hola —respondió con sorpresa y automáticamente, el estornudo. «Achís»; mis manos no alcanzaron a cubrirme la boca y algunas gotas de saliva salpicaron el rostro de aquella hermosa criatura de cabellos negros. Ella, educada, se secó disimuladamente el rostro.
—Disculpame, debo ser alérgico a la belleza —le dije y si bien el improvisado piropo causó buen efecto, más tarde terminó convirtiéndose en una premonición. La conversación terminó al tercer estornudo.

El final recurrente de mis sueños

Muere en mis sueños desde hace algunos meses. Pareciera que fuese su razón de ser, su misión de vida, el por qué de su existencia: morir en mis sueños una y otra vez. Cansado de tal injusticia, hace varios días que pretendo rescatarlo; mover los hilos de mi mente para salvarlo de una muerte tan segura como cotidiana. Intenté sacarlo de la calle antes de que el vehículo lo atropellara, intenté aparecerme en el asiento del acompañante para advertirle al conductor e incluso intenté ser el conductor, pero nada funciona. El auto lo atropella siempre que cierro los ojos, reviviendo la tristeza de la primera vez. Ante los inevitables fracasos supe que cambiar un sueño recurrente parece ser tan imposible como cambiar el pasado, pero aprendí a verle el lado positivo. Vuelvo a ver a mi perro todas las noches, aunque sea unos pocos minutos, antes de su dramático final.

En el escenario de batalla – 2ª Entrega

El capitán Smith anima las tropas. «Aunque nos cueste morir cien veces», cierra su discurso antes de cada batalla. Al principio la guerra tenía cierto sentido. Era nuestra bandera y yo iba ciego a buscarla, aniquilando cuanto soldado rojo se interpusiera en mi camino. Al morirme, renacía en el galpón que me ha visto renacer una infinidad de veces. Con los ojos inflamados de furia apuntaba nuevamente a mis enemigos, sabiendo que los asesinatos no eran definitivos. Ellos también resucitaban.
Comencé a matar por costumbre. No por ideología, no por patria, no por convicción; simplemente porque me lo pedían. Ahora todo carece de lógica. Lucho por algo que vuelvo a perder, muero sabiendo que nunca moriré y ejecuto mis disparos sin la ambición de dar en el blanco. Vivo diariamente la pesadilla de una guerra que nunca termina y que en el mejor de los casos, se mantiene en pausa.

Nota: Ver la 1ª Entrega.

En el escenario de batalla – 1ª Entrega

Yo soy el capitán Roger Smith y comandaré esta misión. Ahora presten atención: Los muros marcan el campo de juego. No podemos pasarnos de los límites de este pequeño territorio. Por más que intentemos, nuestros pies seguirán trotando sin poder avanzar. Tal es así que nuestro objetivo es salir del galpón, pasar por el patio, dirigirnos al playón donde está nuestra bandera, tomarla y traerla a nuestra base. Es simple, Soldados. Traer nuestra bandera a casa cuantas veces sea necesario para ganar la batalla. No se preocupen por la muerte. Renaceremos constantemente en nuestro propio territorio cada vez que nos alcance una bala. Pero que la inmortalidad no nos castigue con perderle el respeto. Las muertes significan menos soldados en batalla; menos soldados nos conduce a la derrota y eso, Soldados, es peor que la muerte. Ahora salgamos y traigamos la victoria a casa, aunque nos cueste morir cien veces.

Nota: Ver mañana la 2º Entrega.

Objetos voladores mal identificados

El antropomorfismo es una recurrencia bastante pobre a la hora de pensar en un ser que no pertenece a la tierra. De todas formas, la ufología hace caso omiso a la falta de imaginación por parte de las personas que dicen haber tenido contactos de tercer tipo. Yo les digo que lo más probable es que un ser espacial tenga tentáculos para poder ahorcar a sus enemigos, algo similar a un ojo para poder hipnotizarlos o bien, un cerebro gigante con el que sea capaz de gobernarlos. Como ven, yo no tengo tentáculos, poseo dos ojos normales y mi cerebro tiene un tamaño idéntico al de ustedes. Mi palabra es irrefutable y aún así, le siguen creyendo al idiota del granjero que dice haberme visto caer en una nave espacial. Por última vez, dejen de catalogarme de esa forma. Cuántas veces les tengo que decir que no soy un extraterrestre.

Las ofertas del turismo literario fantástico

Recorrer la ruta del Quijote o la de Ulises y sacarse fotos en el 221B de Baker Street, fueron los primeros pasos. Le siguió la posibilidad visitar la habitación de Ignatius Reilly y mirar desde la ventana por la que entró aquel inmenso asesino de Poe. Existió también la fantástica oportunidad de parar en la casa de los Buendía y esperar la llegada de los gitanos, subirse al buque que transportó a los ancianos en tiempos de cólera y navegar sobre la ruta recorrida por aquel desdichado náufrago. Pero aquellos lugares no son nada comparados con la nueva oferta del turismo literario fantástico. Ahora Usted puede visitar los marcianos paisajes de Bradbury, caminar por la famosa Segunda Fundación de Asimov y hospedarse en la cilíndrica nave de Arthur C. Clarke. Y aún habiendo conocido lugares tan increíbles, no le alcanzarán los ojos para creer la existencia del asteroide B 612.

Mis ideas a la basura

Después de tanto buscar, deduje que la búsqueda era inútil. Las hojas tenían varias ideas garabateadas y seguramente la mucama habrá pensado que eran basura (cuestión de gustos). Abrí la ventana para arrojar un par de puteadas. Luego me calmé y me aventuré al contenedor de basura con la esperanza de encontrar mis anotaciones. Lo abrí, me metí adentro armado con un broche en la nariz y al encender la linterna, me encontré con una habitación bien aseada, una cama tendida, una lámpara y una biblioteca repleta de libros. Al instante se abrió la tapa. “Estoy harto de los okupas”, me dijo un vagabundo. “Por qué no se busca su propio contenedor de basura”, protestó y casi me echó a las patadas. Mientras me alejaba, escuché nuevamente sus gritos: “Y dígale a su mucama que deje de meter basura en mi casa”, rezongó mientras tiraba mis ideas a la calle.

La nariz enamorada

Descubrió algo similar a una verruga en la palma de su mano y si bien al principio no tuvo por qué preocuparse, al pasar el tiempo, la verruga no paraba de crecer y sutilmente fue tomando una extraña forma, similar a una nariz aguileña. Al alcanzar los dos centímetros de alto y ancho, la verruga fue perdiendo su rigurosidad típica y comenzaron a formarse dos pequeños orificios paralelos que poseían la virtud del olfato. Notó que en su mano, los diferentes aromas se sentían y distinguían con mayor claridad, tanto que ante olores fuertes se veía obligado a cerrar el puño. Por supuesto que ahora le da al sentido del olfato casi la misma importancia que al de la vista, y si tiene que elegir la mayor de las virtudes que la deformación trajo consigo, es la de poder acariciar la piel de su amada, al mismo tiempo que respirarla.

Las segundas oportunidades

Con una soga al cuello deja de ser lo que es. Con la alfombra del living envuelve lo que era. Con una pala y un poco de empeño, comienza a cavar su propia tumba y al terminar, se entierra en el patio, a unos pocos pasos del deshojado ligustro que lo vio crecer. Escondido al costado de las profundas raíces del árbol que tantas veces trepó, escapa, en aquel simbólico acto de desesperación, de las incontables evidencias de una vida pasada repleta de errores. Intenta regalarse una segunda oportunidad y después de la última palada de tierra, emerge desde su piel un sudor frío. Ante la inminente y amenazadora falta de aire, reconoce en sus pensamientos un sutil grado de arrepentimiento que no tarda en ser correspondido. Vuelan paladas de tierra sobre su espalda queriendo deshacer lo terminado, mientras recuerda la incontable cantidad de veces que enterró su propio cuerpo.