Un microrrelato por día y cada uno de 150 palabras. Ni una más, ni una menos.

Archivo de diciembre, 2010

Una pareja despistada

Su esposa lo abrazó para saludarlo antes de salir hacia el trabajo y fue tal el despiste, que se olvidó de soltarlo. Caminó algunas cuadras, entró al túnel y pasó la tarjeta del subte sin darse cuenta de que su mujer estaba colgada a su espalda. Tal si fuera una capa, subió con ella al vagón y se sentó sobre sus piernas sin siquiera notar su presencia. Bajó después de cuatro paradas, caminó otras cuadras, sacó las llaves que estaban guardadas en el bolsillo izquierdo de su sobretodo y la usó para abrir el negocio. Al entrar y cerrar la puerta, el sonido de las campanas sonó estrepitosamente y al seguir caminando hacia el mostrador sintió un tirón en el cuello, como si alguien lo estuviera enlazando con los brazos. Al darse vuelta pudo ver que su esposa, quien se había enganchado la pollera en la puerta, seguía abrazada a él.

Las manos de mi padre

Era de noche cuando mi padre entró a mi habitación y me tomó del hombro para despertarme. Recuerdo que al abrir los ojos no pude contener la alegría y me abalancé hacia él, abrazándolo con fuerza. Mi papá era mi adoración y desde que nos había dejado, lo extrañaba con locura. Me tomó de la mano, me pidió que lo siguiera y en ningún momento me importó el hecho de que se había matado tres meses atrás en un accidente. Me le pegué como a su sombra. Salimos de la casa tomados de la mano, esquivando el fuego, y afuera nos encontramos con los bomberos que intentaban apagar el incendio. Nunca más lo volví a ver hasta que hoy apareció a mi costado y volvió a colocar su mano sobre mi hombro, impidiéndome cruzar la calle. Le grité a la gente para que no avanzara, pero no me hicieron caso.

Una noche de limpieza

Después de tanto tiempo dando vueltas en la cama sin poder dormir, ojeroso se levantó a tomar un vaso de agua. Cuando entró a la cocina vio la vajilla sucia, se dispuso a lavarla y al terminar, volvió a hacer el esfuerzo. Descansar fue imposible. Su cabeza insistía en un mismo tema que había desaparecido únicamente mientras fregaba los platos. Testarudo cerró los ojos con fuerza, enterró la cabeza debajo de la almohada, trató de relajarse y pasado algunos minutos divagando sobre la pérdida de su amada, volvió a levantarse. Puso la ropa a lavar para no pensar en ella. Lustró el parquet de la sala de estar y enceró los muebles para no pensar en ella. Lavó el baño para no pensar en ella y por último, rendido ante el cansancio, acomodó las sábanas. Definitivamente, la cama es un mueble con demasiados recuerdos como para no pensar en ella.

Vuelta a empezar

Aquel día en que se le cortó la luz, un pequeño grupo de luciérnagas que entró por pura casualidad a su casa le dieron una gran idea. Se mudó al bosque, a una cabañita de madera que adquirió con los ahorros de casi toda una vida y con un poco de esfuerzo, dejó de consumir electricidad. Abandonó el trabajo y aunque le costó horrores superar la adicción, ya no necesitó del ordenador, el celular o la internet. Siembra y cosecha. Caza y pesca. Orgulloso se encuentra de ser independiente. Cambió la música por el cantar de los grillos y el croar de las ranas y cuando el cielo vuelve a aclarar, la emisora natural reproduce el canto de los pájaros e intensifica el manso sonido del río que corre a unos metros de la cabaña. La única energía que conoce es la del sol, y nadie le cobra por ella.

La vida callejera

Una jauría de perros callejeros encontró una caja con un bebé adentro. Había sido abandonado a su suerte en el fondo de un terreno baldío, pero el destino no fue tan malvado y el niño logró sobrevivir gracias al grupo de perros que tomó la bondadosa decisión de criarlo. Prepararon una cuna hecha con algunos trapos donde el bebé habitó algunas semanas amamantándose con la leche de una caniche a la que le habían robado sus cachorros. Educado en las mañas caninas, sobrevivió hasta ser rescatado e internado en un orfanato. Aún así, el niño no se olvidó de sus raíces y habiéndose escapado del instituto, siguió siendo parte de la pandilla hasta el día en que fue arrestado. Tenía 13 años cuando lo encontraron por cuarta vez robando carne en una carnicería. En medio de un ataque de ladridos, cinco oficiales resultaron heridos mientras intentaban separarlo de su familia.

Un vampiro depresivo

Es de noche cuando el murciélago golpea la ventana del consultorio. Su psicólogo, quien lo espera desde hace unos minutos atrás, lo hace pasar. La rata voladora entra a la habitación y después de revolotear en círculos se posa en el diván. Luego de una explosión bastante dramática, el murciélago se convierte en una persona de carne y hueso con un traje pasado de moda y una larga capa roja. Al recostarse, su psicólogo lo invita a continuar con la charla de la sesión anterior que habían tenido una semana atrás, y el pálido individuo parece no recordarla.
—Cuando usted se dejó de ver al espejo, Señor Ramírez— le dice su psicólogo e instantáneamente comienza a rodar una lágrima por la mejilla del desdichado.
—Cada vez me siento peor —declara el vampiro—. Siento como si tuviera colgado una ristra de ajos sobre mi cuello. Me espanto a mí mismo.

Detrás de la pared

Sus interpretaciones de Yesterday en el piano eran magníficas. Yo disfrutaba todas las mañanas de las armoniosas melodías que se filtraban por el fino bloque de ladrillos que nos separaba. Ella era mi despertar. Yo abría los ojos, apoyaba un vaso de vidrio sobre la pared y lo utilizaba para amplificar el sonido. Los arreglos cambiaban semana tras semana y nunca se conformaba con algo similar. Yesterday siempre era distinta y a lo largo del año había creado incontables versiones. Cierto día me decidí a realizar una idea que planeaba desde hacía tiempo, y le entregué un sobre al portero de su edificio. A la mañana siguiente ella tocó mi partitura, dándome a entender que aceptaba mi propuesta. Ayer fue nuestra primera cita y hoy me desperté con una alegre interpretación de Norwegian Wood. En su versión, nadie se había marchado y por primera vez, no necesité de ningún vaso.

Bajo el único farol de la noche

El hombre con capa aguarda donde la oscuridad es más espesa. El Señor del bombín cruza la angosta callejuela y el golpear de sus zapatos sobre los adoquines retumba entre las edificaciones. El vaho que se desprende de una alcantarilla se mezcla con la niebla un tanto espesa que descansa sobre el suelo, cubriendo los pies del caminante. «Clap clap, clap clap, clap clap» son los únicos sonidos de la ciudad dormida. El Señor del bombín descubre su rostro al pasar por debajo del único farol de la acera. El hombre con capa emerge desde la oscuridad, ondulando su marcha, dejando una estela de tela negra ante el avance de sus largos y ligeros pasos que se plantan firmes delante del acechado. Las penetrantes miradas no dan espacio al pestañeo y se desafían unas a otras. El hombre con capa blande su espada. El hombre del bombín desenvaina la pluma.

A la hora de la siesta

—Carlos Augusto. Te haz vuelto loco. No puedes estar aquí, mi marido está a punto de llegar.
— Sí, estoy loco. Loco de amor por ti, Ana María. Al verte, mi corazón golpea mi pecho queriendo salir hacia tu encuentro, mi lengua cae desde de mi boca y se desenreda en el suelo, mis ojos orbitan hasta tu escote para disfrutar un primer plano de tus pechos. Te deseo, Ana María. Te deseo ahora.
—No podemos, Carlos Augusto. Esto es un error. Alguien puede entrar en cualquier momento por esa puerta. Si supiera de lo nuestro…
—Que lo sepan, Ana María. Que todo el mundo se entere. El amor no…
—Pará Pablo, ya me cansé de jugar a la telenovela. Es muy predecible. Juguemos a otra cosa.
—Bueno, ¿querés jugar al doctor?
—Dale, dejame ser la doctora: Siéntese por favor. Cuénteme, ¿qué le anda pasando?
—Gracias Doctora. Hace tiempo que siento…

El hombre y el ombligo

Al ser Adán y Eva los primeros seres humanos que habitaron el planeta, ambos personajes tendrían que haber carecido de ombligo. De haberlo tenido, no podríamos especular más que una cuestión puramente estética desprendida del antojo creativo del artista que modeló el barro. Aún así, desde aquel séptimo día el ombligo pasó a ser producto del desprendimiento del cordón umbilical. Una cicatriz inevitable para aquel individuo que aspire a nacer. Y como toda persona nace una única vez, sobre el centro de su abdomen se forma un único pupo. Al menos así sucedió hasta que Carlos fue alcanzado por una bala perdida que se incrustó a unos pocos centímetros de su ombligo. La herida fue tan grave que estuvo clínicamente muerto durante algunos minutos. «Ha vuelto a nacer», dijeron los médicos después de la operación y sin más, Carlos terminó convirtiéndose en el único hombre del planeta con dos ombligos.