Un microrrelato por día y cada uno de 150 palabras. Ni una más, ni una menos.

Archivo de septiembre, 2010

Las dos caras de la moneda

En una cara de la moneda está construida su casa, con sus muebles, con su auto esperando en el garaje, con su plasma y su sillón. Están sus libros, su escritorio, su portátil con el disco rígido que almacena el trabajo de casi un año. En una habitación está su mujer y en el cuarto contiguo, la cuna de su bebé. Sobre la otra cara de la moneda se encuentra ella. Únicamente ella, con su vestido a lunares rojos, parada sobre una superficie plana, con un uno grabado debajo. Ansiosa lo espera a él, a que saque su auto del garaje y la pase a buscar.
El hombre arroja la moneda al aire impulsándola con el dedo y haciéndola girar sobre su eje. «Si hay que culpar a alguien, habrá que culpar al destino», piensa mientras la metálica suerte aterriza sobre la palma de su mano para ofrecer un resultado.

El discurso del director

Las tareas pueden ser varias y la rutina un tanto rutinaria, pero teniendo en cuenta la enorme cantidad de cátedras a elegir, es difícil que la rutina se transforme en un problema. Nuestro verdadero objetivo, alumnos, es dejar de hacer cosas. Tal es así que les aconsejo que tengan especial cuidado con la selección de cátedras y traten de no realizar muchas tareas juntas, puesto que la eficacia y eficiencia desaparecerían. Las lecciones van a ser mayoritariamente prácticas, totalmente sencillas y, obviamente, inútiles. El camino que tenemos por delante es inestable y si se esfuerzan en malgastar el tiempo, van a ir ascendiendo paulatina y cronológicamente de grado hasta recibirse en la majestuosa práctica de la vagancia. Incluso van a poder vaguear profesionalmente hasta dominar la mítica técnica de ser vagos hasta para vaguear. Sin más, les doy la bienvenida al prestigioso y reconocido Instituto Público de la Sagrada Holgazanería.

Un hombre con suerte

El hombre con más suerte no es aquel que un día encuentra una maleta llena de dinero, sino aquel que encuentra, a lo largo de toda su vida, la misma cantidad de dinero que puede entrar en una maleta. Cada tanto, Jorge encuentra un billete de diez o veinte euros y, por lo tanto, nunca se ve en la necesidad de tener que devolver la plata. Ante un monto tan pequeño, le es innecesario reflexionar sobre si está mal quedarse con lo ajeno ya que una suma tan escasa, tirada en la calle, no es de nadie. Los cientos de billetes de cincuenta euros, sumados a los miles de billetes de veinte y las docenas de cien euros, sin contar las monedas que levantó del suelo a lo largo de sus cuarenta y cinco años de pura suerte, dan como resultado la sustanciosa suma de una maleta repleta de dinero.

Nuestra experiencia en el crucero

Decidimos realizar un viaje de placer para tratar de recuperar nuestro matrimonio y ver si podíamos volver a sentir lo que sentíamos. Las cosas no funcionaban del todo bien y se nos ocurrió empezar de cero, por lo que nos habíamos querido y por lo que habíamos invertido. El barco se nos antojó simbólico. «Nos embarcarnos en un crucero del amor», bromeó ella y compartimos una sonrisa, la primera después de tanto tiempo sin compartir ni siquiera la misma cama. Los días en el mar superaron nuestras expectativas. Aunque comenzamos el viaje algo escépticos, extrañamente nos encontrábamos, a los pocos días, experimentando los placeres del amor en cualquier rincón del barco. Desembarcamos repletos de esperanzas, pero al tiempo volvimos a las peleas y los gritos. Supimos que para vivir juntos teníamos que hacerlo en un crucero. Lamentablemente, los cruceros están de moda. Son demasiado caros como para envejecer en ellos.

Un hombre con capucha negra

Faltaba el quinto cuerpo. Habiendo decapitado a cuatro, restaba el último. En cada uno de mis asesinatos, la gente había festejado y aplaudido mi labor. Cuatro eran las cabezas en la canasta de mimbre y yo me sentía lleno. Nunca había tenido tanto trabajo en una sola jornada. El sacerdote nos informó que el diablo ocupaba el alma de las niñas McAllister. Cinco preciosas criaturas idénticas. Quintillizas. El trabajo era sencillo: para no permitir la resurrección de los cuerpos, debíamos separar las cabezas con un hachazo y luego, quemar las partes por separado. Diez iban a ser las hogueras. Cinco para cada uno de los cuerpos y cinco para cada una de las cabezas que no podían diferenciarse entre ellas. Decidido, dejé caer mi afilado instrumento de trabajo al suelo. El sacerdote afirma que el diablo se metió en mi mente, impidiéndome completar la faena. Ahora serán 12 las hogueras.

Un cinturón de dinamitas

Después de encontrar una bomba del siglo XIX sin estallar, a los pocos días, a unos pocos kilómetros, encontraron a un suicida sin inmolarse. El ciudadano, después de haber sufrido un fuerte golpe en la cabeza justo antes de morir por sus ideales, olvidó por completo la misión suicida que se le había encomendado. Alejado de su familia y de cualquier persona que lo cuidara, nadie denunció su misteriosa ausencia y después de unos días, habiendo perdido la memoria y la cordura, comenzó a vagabundear con el cinturón de dinamitas amarrado a su pecho. Abandonado a su destino errante y fiel a la zona geográfica donde se había golpeado la cabeza, terminó por hacerse amigo de la gente. «El loco del sobretodo», como lo conocían en el barrio, sobrevivió durante casi un año gracias a las limosnas de los amables vecinos, quienes ajenos al peligro, alimentaban a una bomba viviente.

El sacrificado trabajo del escritor

Después de darse cuenta de que sus textos mejoraban bajo los efectos de la tristeza, tomó ciertas decisiones de vida que lo llevaron a convertirse en un exitoso escritor. Como primera medida, le dijo las cosas más horribles que se le pueden decir a una madre, esperó su llanto y consecuentemente, entristeció con la tristeza de la ya anciana mujer. Repitió el trabajo con su padre. Al tiempo, decidió engañar a su esposa para que lo abandonara. Vivir alejado del amor de su vida le costó docenas de llantos que sirvieron para escribir una reconocida novela, y hacer lo posible para que le prohíban ver a sus hijos, resultó en un fantástico best seller. Todos sus sacrificios ayudaron a lograr el reconocimiento internacional de su prosa, que mejoró y se perfeccionó a medida que aumentaba su autoinducida tristeza. Ahora, solo en el mundo, se prepara para comenzar su obra póstuma.

Según la ocasión

—¿Lo vieron a Sergio? —preguntó Sergio con tono fanfarrón al entrar a mi casa. Siempre el mismo chiste, siempre el mismo comentario para dar a entender que esa persona que estaba bien vestida frente a nosotros, no se parecía para nada a Sergio, al Sergio que siempre andaba tan producido como se puede esperar de una persona que vende artesanías en la calle. Y ciertamente, esta vez era así. El Sergio que teníamos delante no se parecía en nada al que conocíamos. Traía un pantalón de vestir gris, una camisa blanca, calzaba un par de zapatos negros bien lustrados y estaba peinado a la gomina. —Conocí a una piba que me voló el balero —nos dijo haciendo uso de un exceso de lunfardo. Sergio se convirtió, por una mina, de hippie en tanguero. A los dos meses me visitó con la misma frase, vestido con campera de cuero y tachas.

Adicción a la delincuencia

Aquel que roba una billetera o un quiosco, después no le alcanza, quiere más, y consecuentemente termina robando un banco o secuestrando personas para pedir rescate. Hay quienes creen que la gente que comienza haciendo algo levemente ilegal, terminará, indefectiblemente, haciendo algo mucho más ilegal. Pero está el caso de un hombre que nunca dio el menor signo de rebeldía y que, siendo la excepción, se inició en la delincuencia sin antes haber realizado ninguna actividad ilegal de menor envergadura. Ni cerca estuvo de hacer algo que no correspondía. Nunca le sacó, ni siquiera, ni media moneda a escondidas a su madre. Aún así, cierto día sorprendió al país entero asesinando a 13 personas en pleno día y en pleno paseo peatonal. Escapó, y fiel a la ley natural de aquel que se inicia en la delincuencia con algún incumplimiento menor, nadie quiere imaginarse qué es lo que hará después.

Dieta estricta

Cansada de hacer las mil y una para llegar a su peso ideal, harta de soportar las inútiles dietas de los nutricionistas, decidió inventarse una propia. Así fue como descubrió los milagrosos nutrientes de sus uñas. Gracias a su constante estado nervioso, convirtió su mal hábito de comerse las uñas en algo beneficioso. Todo el tiempo se la veía con los dedos en la boca, cortando, racionando, masticando y tragando. Los resultados eran evidentes y al principio pareció funcionar ya que las propiedades alimenticias de sus uñas, aunque escasas, extrañamente le proveían las calorías necesarias para poder aguantar el día completo sin desmayarse. Pero naturalmente, no tenía más de 10 dedos y eran necesarios un par de días para que su limitada fuente de alimentación volviera a brindar frutos. Lejos de aguantar, el cuerpo terminó pasándole factura y en medio de un ataque de ansiedad, terminó comiéndose una falange completa.