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Hola, soy Norma y soy heterosexual

Por Violeta Assiego

Un hombre británico es condenado a 6 meses de prisión por mantener relaciones homosexuales en Marruecos donde este tipo de relaciones se castigan con penas de hasta 3 años de cárcel. De él sabemos que ha sido puesto en libertad, de su acompañante marroquí no sabemos nada más. En la provincia de Aceh, en Indonesia, se acaba de aprobar una ley que permite el castigo físico de hasta 100 latigazos a aquellos que mantengan relaciones sexuales de mutuo acuerdo con personas de su mismo sexo. En Moscú aparece degollada en su propio coche una mujer de 29 años, profesora de tango y lesbiana, y en twitter un conocido homófobo ruso se jacta de un acto tan indeseable. En París acaba de celebrarse una multitudinaria manifestación que exige al Gobierno francés la derogación con efectos retroactivos del matrimonio entre personas del mismo sexo y que estas parejas no tengan acceso a las técnicas de reproducción asistida para formar su propia familia.

Estos, y muchos otros sucesos, niegan y persiguen la diversidad sexual del ser humano tratandole de imponer la heterosexualidad bajo el paraguas de creencias religiosas, de una identidad cultural o de valores tradicionales. Pero en último caso, son los Estados los que imponen esa heterosexualidad. Lo hacen cuando en sus legislaciones criminalizan —con castigos físicos, penas de cárcel o la muerte— a una persona por su orientación sexual y/o su identidad de género; o cuando no prohíben de manera expresa las terapias reparativas que dicen curar la homosexualidad o la transexualidad y que, además del sufrimiento que provocan, trasladan una imagen distorsionada a la comunidad. Los Estados imponen la heterosexualidad cuando no tienen leyes que  prohiben y castigan cualquier acto de homofobia y transfobia dirigido humillar y menoscabar la dignidad de alguien por el hecho de ser gay, lesbiana, bisexual o trans.

La norma es heterosexual, muy especialmente las normas del Derecho de familia. Lo son cuando no permiten el matrimonio entre personas del mismo sexo; o cuando permitiéndolo, no dan acceso a los medios de los que dispone la sociedad para formar una familia; o cuando, incluso dándoselos, establecen diferentes requisitos si se trata de una pareja de mujeres por ejemplo, a si se trata de una pareja de hombre y mujer.

Octavio Salazar lo analiza con acierto cuando dice:

Nuestro orden cultural y simbólico, y por tanto nuestro orden jurídico, ha respondido y sigue respondiendo en gran medida a la construcción de un sujeto identificado con los rasgos del varón heterosexual. Él ha sido el parámetro para todo tipo de relación jurídica —‘el diligente padre de familia’ según nuestro Código Civil—, así como el vertebrador de las políticas sexuales y la referencia de simbólica en unas sociedades regidas por ‘hermandades de varones’. Sus atributos esenciales han servido incluso para darle forma a la noción moderna de ‘ciudadanía’ y han condicionado, durante mucho tiempo, la misma concepción de los Derechos Humanos.

Las normas, las leyes, tienen orientación sexual, la heterosexual. Y tienen género, el masculino. Modificar ese heteronormativismo en aras de una mayor igualdad no es, ni debería ser, una lucha exclusiva del mal llamado ‘lobby gay’. Cambiar el trasfondo de ese enfoque jurídico, cambio ya iniciado hace unos años en la propia articulación de los derechos humanos, es simplemente un paso hacia una trasformación social que va más allá de  un cambio puntual en el articulado de una ley. Se trata, nuevamente mencionando a Octavo Salazar, de:

una transformación cultural y política que haga posible la convivencia pacífica de las diferencias —incluidas también las de carácter afectivo y sexual— revisando todas las estructuras jurídicas que han condicionado las fronteras entre ‘mayorías’ y ‘minorías’, entre ‘nosotros’ y ‘vosotros’, entre lo ‘normal’ y lo ‘anormal’.

Del sufrimiento y desigualdad que provoca esta heteronormatividad, de la imperiosa necesidad de superarla y de la construcción de un nuevo modelo de ciudadanía para todos y todas, es de lo que de vez en cuando  algún colega o  yo os vendremos a hablar.

Fotografía de Laura Ramírez

Fotografía de Laura Ramírez