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Solo nos queda bailar

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#CineLGTBI

 

Película Sueca de 2019 dirigida por Levan Akin, que también firma el guion. En el contexto de la conservadora sociedad georgiana y teniendo como telón de fondo los tradicionales bailes de carácter de esa región, la cinta nos presenta a Merab, bailarín de la Compañía Nacional de Danza de Georgia que aspira a llegar a lo más alto en su carrera. La aparición del carismático Irakli trastoca la vida del joven bailarín, ya que además de rival, Iraki se convertirá en objeto de su deseo. Llevado por este impulso, Merab sentirá la necesidad de romper con todo y ser libre.

Los padres de Akin son georgianos y el director de la película visitó con frecuencia Tbilisi durante su infancia y adolescencia. Cuando en 2013 se produjo un ataque brutal contra la manifestación del orgullo alimentado por los sermones de la iglesia ortodoxa, Akin quiso conocer la situación de las personas LGTBI. En el año 2019, 20.000 personas celebraron el orgullo bailando en la calle, convirtiendo la danza en un acto político, según refiere Loser.

La cinta refleja cómo, en la conservadora sociedad georgiana, la danza es una forma de expresar la masculinidad a través de los movimientos del cuerpo. El baile georgiano denota solidez y fuerza en el contexto de una sociedad donde la heterosexualidad es la norma indiscutible. Como advierte el maestro de danza a sus alumnado: La danza georgiana se apoya en lo masculino, aquí no hay espacio para la debilidad.

Una forma física sobresaliente y músculos exacerbados son componentes imprescindibles para ejecutar estos bailes. La danza, según el exigente profesor de la compañía, no es solo vueltas y músculos sino la expresión de la sangre de la nación. Pero a pesar de la férrea disciplina impuesta por el maestro, los jóvenes bailarines no se privan de la bebida, el tabaco y la fiesta. La danza georgiana no permite ningún resquicio para comportamientos que se aparten de una férrea masculinidad heterosexual. Por eso lo destacable de esta cinta es que Akin utiliza esta danza para contar una historia de amor homosexual.

A pesar de la vigilancia sobre los cuerpos y las conductas, los movimientos de la pareja protagonista abandonan poco a poco las normas de la danza para dar paso a la fluidez de la seducción y el erotismo.

Akin no solo cuenta una historia de amor entre dos bailarines, sino que también dibuja el retrato de una sociedad donde la masculinidad y la feminidad son espacios indiscutiblemente delimitados con códigos de conducta que no se pueden traspasar sin arriesgarse a sufrir exclusión y violencia.

El director utiliza hábiles movimientos de cámara para envolvernos en la danza. Los giros y posturas de Merab están descritos con pericia al igual que su entrega en los ensayos y las relaciones del protagonista con su entorno.

A través de la danza, la película nos sumerge en la lucha del joven contra la tradición que se opone a su deseo. El baile se convierte así en el instrumento a través del cual el bailarín intenta deshacerse de las cadenas de la tradición que le impiden alcanzar sus metas. Dulzura y determinación confluyen en Merab que encuentra la inesperada comprensión de su hermano a pesar de las evidentes diferencias entre ambos.

Al final, al protagonista solo le queda bailar, para seducir, protestar, liberar su espíritu y su sexualidad en un entorno hostil para las personas que difieren de la norma.

La cinta obtuvo en 2019 el premio Guldbagge ( Academia Sueca) a la mejor película y el Premio del Público en el Festival de Sevilla.