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Otoño

Por Sara Levesque

 

Recuerdo recitar uno de mis latidos a su zona más íntima:

Al pensar en su otoño mojado de placer me enrojecía como se enrojece septiembre con la llegada de la estación. Un jardín privado con los matices propios de la etapa más madura.

Conocí sus voluminosas cordilleras al norte de su panorama, cada una con su propia cima sonrosada y sedosa; picos apacibles, esponjosos, cercanos. Fue entonces cuando me dio por el alpinismo. Y armada de valor trepé hasta el monte más hermoso que me quiso desvelar: el de Venus. Un lugar recogido y misterioso que guardaba en secreto. Aquella loma contaba con su propio otoño, envuelto por un denso seto color café.

Qué hermoso resultó curiosear entre su prado e ir descubriendo, paso a paso, lugares cada vez más acogedores. Hasta llegar, a través de un pasadizo oculto, a la abertura que daba acceso a un mundo subterráneo. Su mundo subterráneo. Con el carmín de mis labios le dejé claro lo lindo que me parecía su paisaje.

Después de tres meses explorando zonas tan espléndidas, decidió que había llegado la hora de marcharse a un lugar más frío y borrar la huella que dejé en su tierra cuando la escalé a besos. Ahora creo que el color castaño de su piel se ha difuminado, tornándose blanca. Sus sendas son níveas. Aun así, no me parecen pálidas, sino puras, de lo claras que son.

Y yo, desde entonces, me paso los días buscando horizontes inéditos, visitando nuevas praderas, siempre encharcadas, de tonos ocres o cobrizos, con intención de encontrar otro monte tan auténtico como aquel suyo.

Recuerdo lo que pensé antes de que mudara de época: para ser otoño no le hacía falta olmo, roble, arce ni ningún miembro arbóreo. Tan solo con su follaje marrón oscuro, raso o acolchado, pero siempre cálido, se convertía en la estación más completa y sabrosa del año.

Le confesaré algo: Siempre he querido comérmela a versos. Y así se lo diré para que le llegue mejor, pero, sobre todo, para que lo sienta mejor:

Adoro el otoño
del color del madroño.
Mi ánimo es algo ñoño,
cada día, más de ti me encoño.
Con mis propios lamentos me escoño,
me tienen hasta el moño.
Al contemplarte entre el cambroño,
recuerdo lo que más me abrigó: tu otoño.

Y recuerdo que repetí curso hasta la saciedad durante toda mi edad para aprender a olvidar por completo la bondad del latir de su mirar. Ni septiembre, ni el otoño ni ninguna otra franja trimestral le sirvieron a mi corazón para limpiar la suciedad de su silencioso recuerdo espectral.

Me dejé engañar por una fantasmal segunda ocasión de sentir su complicidad. Porque sus palabras fueron una cruel casualidad. Y yo, que nunca he sido valiente para cruzar nuestro umbral, solo me restaba escribirle en la oscuridad en vez de sujetar sus pupilas y repetir mi verdad.

Aún me pregunto por qué no nos concedimos una oportunidad, lluviosa Musa veraz… Una y nada más. Y si no sale bien, ella podrá seguir con sus idas y venidas y yo prometo que, durante una vida, le dejaré en paz.

© Sara Levesque

 

MariClones y modas

Por CompiBloggui (@CompiBloggui)

Parada 2009

Foto: Renata Nascimento

¡¡Hola Compis!!

¿Qué tal llevamos el final de verano? A mi septiembre me gusta. A la gente se la ve muy guapa con algo de color cuando pasean por la calle. Y ahora que empieza el otoño es el momento de sacar la ropa de temporada. ¡Nervios!.

A mí este año sé que me va a valer casi todo porque este verano he perdido dos kilos. Por una vez no tendré que decir aquello de que la naftalina me ha encogido los jersey. Es la excusa que uso en cada cambio de temporada aunque ya sé que no tiene mucha credibilidad. Lee el resto de la entrada »