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Las agresiones homofóbicas nacen de los discursos intolerantes

Hoy os vamos a hacer spoiler de una película, Oraciones para Bobby, pero es que la historia surgió primero y su versión cinematográfica llegó después. Os compartimos el discurso de Mary Griffith interpretado por Sigourney Weaver en el que enfrenta la incomprensión, que a veces toma forma de discurso de odio, con las trágicas consecuencias que genera. Sus palabras demuestran que no es posible callar ante la intolerancia o dejarse arrastrar por ella, que el respeto y el amor tienen mucho más que ofrecernos, infinitamente más.

Lo que viene antes y después de este discurso tendréis que descubrirlo viendo la película, que os invitamos a disfrutar, pero ahora elegimos trasladaros las palabras de Mary  tal cual se pronunciaron a principios de los 80 para recordaros que el odio se aprende, que el desprecio se  enseña, que las agresiones de hoy tienen su semilla en los discursos intolerantes de ayer, y que  al hablar hay que tener presente que «un niño está escuchando».

Dios, la Iglesia, las clases de religión y un profesor gay, un puzzle imposible para un Estado con complejos

Por Nayra Marrero Jaén

Hay quienes tienen ganas de creer y pueden hacerlo, miran al cielo, se nutren de esperanzas, sonríen. Hay otras personas que pierden esa posibilidad o jamás la tuvieron, les salen raíces terrenales que les apegan y pierden el interés por ir más allá. Hay quienes creen en la estructura de la Iglesia y hay otros que la viven como un castillo de naipes que se cae con rascar un poquito, pero con las cartas sobre la mesa ven más clara una verdad superior.

Luis Alberto González es creyente y durante más de 15 años ha estado vinculado a la Iglesia gracias a la missio canonica con que ésta le reconocía como apto para dar clase de religión en el sistema público de educación. Luis Alberto es gay pero en teoría la Iglesia con quienes sienten atracción por personas de su mismo sexo no tiene mayor problema. Según el Papa Francisco si buscan a Dios ¿quién es él para juzgarles? Pero Luis Alberto además de a Dios en el cielo buscó el amor en la tierra, y tras encontrarlo decidió formalizar su unión a través del matrimonio en igualdad.

Luis Alberto González. Foto de EFE

Luis Alberto González. Foto de EFE

Tras pasar por el Juzgado, y al término del curso escolar 2012/2013, el profesor de religión decidió informar del cambio de su estado civil al Obispado de Canarias y poner su puesto a disposición del mismo, según él “por transparencia”. Su carta recibió la callada por respuesta y Luis Alberto se reincoporó a su puesto el septiembre siguiente y al finalizar el curso celebró el silencio visibilizándolo en una carta al director de El País.

Saberse señalado, aunque fuera para loar su actitud, no parece que fuera plato del gusto del Obispado que en septiembre informa a la Consejería de Educación de que ya no confía en Luis Alberto para enseñar religión, que no debe ser renovado. Como todo en este mundo tiene sus plazos y el de la Iglesia para notificar cambios ya había pasado, Luis Alberto vuelve a incorporarse en su puesto en Lanzarote para el que ya había sido nombrado.  Tras meses de tira y afloja institucionales, el 1 de diciembre de 2014 el profesor recibe la notificación del Gobierno de Canarias que le informa de que su contrato era extinguido por razones objetivas y recibiría más de 30.000 euros de indemnización. Aquí paz y en el cielo gloria.

Independientemente de que Luis Alberto esperara esta resolución, porque no quería tener que ver con una Iglesia/estructura que no lo respete, su despido ha puesto a la Administración canaria en un brete: hacer valer un convenio de colaboración con la Iglesia o poner por encima del derecho fundamental a la igualdad y la no discriminación por orientación sexual.  El resultado no puede ser más lamentable porque muestra una vez más las vergüenzas de un Estado que no responde a los Derechos Humanos sino a las deudas contraídas con quienes cree más poderosos que él. Pero la soberanía, no lo olvidemos, nos corresponde a nosotros.

Somos los de Sodoma y no vamos a callarnos

Por Javier Termenón

Los de Sodoma hemos aprendido a callarnos, a no saltar al ruedo de una discusión, desde nuestras realidades que antes se llamaban marginales y yo prefiero tildar de minoritarias. Tolerantes con la heterosexual regla (cómo apuntaba mi amiga Violeta no hace mucho por aquí) porque cuando pido tolerancia deviene en lógico que yo use de esa actitud.

Foto de Juan Punturiero
Foto de Juan Punturiero

No obstante no nos tapamos los ojos, ni los oídos, ni la boca, no somos los tres monitos sabios japoneses.

Somos los de Sodoma: descendientes de un pueblo masacrado por el dios de Israel. Hijos de Sodoma, aún a pesar de la dudosa probabilidad de que este pueblo tuviera descendencia para que su legado se volviera a extender, dada su ulterior destrucción, que me parece que no quedó ni un sodomita ni un gomorrita (¿se dirá así?) Y puestos a dudar, dudo también de su pretérita paternidad a tenor de las artes amatorias con las que este pueblo hallaba consuelo…

Incidentalmente reflexiono sobre mi curiosa laguna cognoscitiva sobre lo que hacían los de Gomorra. Los de Sodoma me queda más o menos claro, entiéndanme. Pero los de Gomorra pues no sé, tengo resquicios de incertidumbre. Me la imagino, a Gomorra, como una gran Eurovegas del Mar Muerto, o algo por el estilo, lleno de gente con tarjetas opacas y directores de sucursal que ofrecen acciones preferentes a incautos ahorradores. ¿Castigaría ese dios a semejante ciudad del despropósito con la destrucción? Hoy no, lo tengo claro, hoy dios y los suyos se ocupan de la familia cristiana.

En cualquier caso, que me despisto, iba diciendo que los de Sodoma nos hemos callado mucho, que toleramos (porque toleramos, que nadie se llame a engaño) las procesiones y disfraces de semana santa, que me niego, fíjense, a ponerlo con mayúsculas. Tampoco pongo verano con mayúsculas, que yo lo paso currando. Y mientras aguantamos estoicos el chaparrón de críticas hacia la Fiesta del Orgullo (nótense las mayúsculas, esta vez sí).

Miramos descreídos y hasta con cierta sorna interna que no se nos nota, los sínodos de obispos y demás prelados de la iglesia para decidir nuestro futuro, porque han comprendido, por fin, que también hay de los nuestros entre sus filas, vaya si los hay.

Hace unos añitos dejaron de tener vigencia el Infierno, el Purgatorio y el Cielo tal y como lo entendían y temían nuestros padres, ahora ya son estados de ánimo del alma. Manda narices haber pasado siglos y siglos cimentando la fe y la educación sobre carne quemada sin tregua para que ahora nos lo quiten de un “doctrinazo”. Pero inciden en el yugo de que los de Sodoma seguimos en pecado y estamos viviendo equivocadamente. A mí poco me importa, no se vayan ellos a creer pero, aún así, con toda su eclesiástica jeta, nos dicen, misericordiosos ellos y con el remedio a nuestra enfermedad, que tenemos hueco entre sus adeptos.

No estoy con ellos ni tampoco contra ellos, quería guardar silencio, como hemos hecho los de Sodoma tantas veces, pero no he podido, porque como ser humano me reconozco limitado y con esa necesidad, tan poco elevada, de quejarme en este condenado valle de lágrimas en que los seres humanos convertimos la existencia de algunos. Ni me callo, ni cierro los ojos, ni me tapo los oídos.

Eligiendo ser esclavo de mi palabra más que dueño de mi silencio porque, a veces, el silencio es la peor mentira, como decía Unamuno, y aunque hay tantas y tantas frases sobre las excelencias del mutismo y las sabidurías que adornan al mismo, no quiero callarme. Que tampoco se tomen por respuesta mis palabras, sólo son una reflexión abstracta, motivada eso sí por las palabras de otros, pero reflexión y no respuesta.

Que grande Groucho Marx al dejarnos aquella frase: Jamás formaría parte de un club que me quisiera entre sus miembros. Me pregunto qué pasaría si el susodicho club manifestara que le va a dejar igualito que a Rouco Varela ¿rellenaría la instancia para entrar?