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El día de la marmota

Por Sara Levesque

 

¿Sabes una cosa, Lector? Al momento de escribir esto tengo treinta y tantos años. Casi. A estas alturas, debería estar promocionando mis novelas, relatos, poemas y todos los escritos que andan cogiendo polvo en mis estanterías. Progresando, avanzando, en lugar de seguir atascada en la salida.

En cambio, vivo acurrucada en un déjà vu. Casi como una penosa repetición del Día de la Marmota. En vez de coger al animal por los testículos y afeitárselos, sigo permitiendo que se burle de mí.

Suspiro ante un cuaderno roñoso lleno de garabatos ilegibles, con un bolígrafo mordisqueado en una mano, y una taza de café solo que acabo bebiéndome helado en la otra.
¿Dónde está el empuje? ¿Dónde está la decisión de avanzar? Yo me lo digo. Es la pregunta equivocada. No es una competición. Lo que he aprendido en este puñado de décadas es que puede que el teléfono susurre una plegaria que me arregle el día; si no lo hace, debo ir yo a buscarla. Aunque tenga que llevarme de la mano a la marmota, a hacer juntas pedorretas a la vida.

Decir «te quiero» es como un duelo. Sé que, si disparas primero, mejor que no sea al suelo. Sé que escondida en el ropero es difícil hallar consuelo. Sé que bastó su impacto certero para que picara el anzuelo.

Mientras recapitulo sobre todo esto sigo escribiendo descalza. Es una de mis manías. Escribo sin nada en los pies, ni siquiera unos calcetines raídos, aunque haga mucho frío. La verdad es que no lo noto. Cuando escribo, solo una parte de mí puede sentir algo, ya sea frío, calor o excitación. No, no está tan abajo, hablo de mi corazón. Entretanto, subo el volumen de la música, la radio o lo que toque a cada momento, como si así pudiese hacer callar el silencio que dejó.

Si me mirase de cerca, si prestase más atención, y no digamos ya si se molestase en volver, entendería que no aprieto los labios porque esté tensa o enfadada. La quise tanto que soy incapaz de enfadarme con ella; sentirme dolida sí, pero por muchos desplantes que tenga conmigo, por muchos silencios que me grite, por mucho que me hable desde su parte más cínica, soy incapaz de enfadarme con ella. Más bien los aprieto porque, como los deje a sus anchas, la matarían con sus gritos de dolor. Y le gastarían el nombre, de todas las veces que se lo han callado. Tanto lo han silenciado que considero que he desperdiciado vida en ese camino.

Tanto, que me vuelven poeta de versos ahogados en vino.

Unión de olores es la ilusión de esta solitaria con daño, para caminar taciturna por su senda tejida. Dispuesta a recorrer distintos rumbos todo el año y subir la misma montaña toda la vida. Soy pura paradoja. Harapienta me hallaba recién aseada, desierta en mi época de filántropa. Muy furiosa mi naturaleza calmada, eterna infelicidad de experiencias pasadas más afortunadas. Suena absurdo, pero es así.

Algo que también me suena descabellado es cuando mi familia me pregunta «¿te pasa algo?». Yo niego con la cabeza y la mejor de mis sonrisas. No quiero dar explicaciones ni andar justificándome. No quiero que vean que sigo siendo la misma que, cuando sueña con ella, es muy heroica, adornándola con piropos y miradas entregadas; pero cuando la tiene delante, sonríe un milisegundo, incapaz de dejar de temblar, antes de esconder los ojos. La misma boba que le hace la zancadilla a sus propios pasos. La misma que no ha aprendido nada de la mayor hostia sentimental que se ha dado en su vida, por semejante actitud. La misma que teme ser valiente y se acomoda entre el pedernal para no sufrir. La misma que, cuando se enamora, apaga la vista con la esperanza de que la caída no duela mucho. La misma, al fin y al cabo, que termina perdiendo el amor, lamiendo una esperanza que no se merece. La misma que aspira a soportar una vida entre rocas grises.

© Sara Levesque

 

Bulos vs Realidad

Viñeta de Teresa Castro (@tcastrocomics)

 

Beautiful Thing

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#CineLGTBI

 

Película inglesa de 1996 dirigida por Hettie McDonald. Jamie, un chico de 16 años, vive en un barrio humilde de Londres con su madre, Sandra. Jamie sufre bullying en el instituto por lo que falta a clase cada vez que tiene ocasión. El joven vecino de Jamie, Ste, tiene que soportar constantes palizas por parte su padre y de su hermano. Cuando Sara encuentra Ste llorando lo lleva a su casa para apartarlo del maltrato que sufre. Entre Jamie y Ste surgirá una relación de amor.

La cinta se estrenó en un canal privado de televisión del Reino Unido como una tv movie más, pero su éxito fue tal que dio el salto a la gran pantalla llegando a estar presente en festivales de la talla de Cannes y San Sebastián.

El guión está basado en la obra de Jonathan Harvey también dirigida por McDonald que se estrenó en el teatro Bush de Londres el 28 de julio de 1993. En 2014 se representó en España bajo el título Maravilloso y la dirección de Noé Muñoz

La cotidianidad de las situaciones aporta naturalidad a la relación que surge entre los dos jóvenes a través de una narración sincera en la que afloran los sentimientos de los protagonistas, sus deseos, miedos y preocupaciones. Estamos ante una historia de amor apartada de los convencionalismos visuales sobre la homosexualidad. La cinta se acerca al tema a través de una narración honesta, neutral y sin dramatismos. Beautiful thing es la historia de dos jóvenes que descubren sus sentimientos y deciden afrontarlos en el entorno en el que les ha tocado vivir. El acierto de las localizaciones, nos permite sumergirnos en el ambiente propio de los barrios obreros de Londres. .

La banda sonora se apoya en el soul y en canciones de los 70 y 80. Mama Cash se convierte con su música en un personaje más de la cinta que además, nos ayuda a acercarnos al personaje de Leah, la excéntrica vecina de Jamie. Destacan los temas Dream a little dream of me y Make your own Kind of music, que suena en uno de los momentos más especiales de la cinta.

El final feliz de la película contrasta con los finales trágicos desafortunadamente frecuentes en películas sobre relaciones homosexuales. Hay que recordar que en 2006 se había estrenado Brokeback Mountain, historia de amor entre dos vaqueros de triste final. Durante mucho tiempo, el cine y la literatura, han transmitido un mensaje negativo sobre las personas LGTBI con el fin de reprimir, demonizar e invisibilizar la diversidad sexual y de género: Si te apartas de la heteronormatividad tu vida será un infierno. Esta cuestión es el tema central de El celuloide oculto, documental estadounidense de 1995 dirigido y escrito por Rob Epstein y Jeffrey Friedman que analiza el tratamiento de los personajes LGTBI en el cine de las grandes productoras de Hollywood. El documental entrevista a personas vinculadas a la industria de Hollywood que comentan, en base a escenas de películas, sus propias experiencias sobre el tratamiento de personajes LGTBI en el cine estadounidense; desde la ridiculización del homosexual a través del mariquita o los gais amargados y crueles y la codificación de los personajes LGTBI debido a la censura impuesta por el Motion Picture Production Code, más conocido como Código Hays.

 

Ammonite

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#CineLGTBI

 

Dirigida por Francis Lee en 2020, realizador de Tierra de Dios (2017). La película, coproduccida por el Reino Unido y Australia, está basada en la vida de la paleontóloga Mary Anning a la que da vida Kate Winslet. El argumento de la cinta se centra en la relación entre Anning y Charlotte Murchison, personaje interpretado por Saorise Ronan.

La acción se sitúa en los años 40 del siglo XIX. Mary Anning, elogiada paleontóloga, trabaja sola en la indómita costa sur de Lyme, Inglaterra. Anning, apartada de éxitos pasados, se afana en buscar fósiles para vender a turistas adinerados y sustentar así el hogar que forma con su madre, viuda enferma que depende de su hija. Uno de esos turistas, el adinerado Roderik Murchison, pide a Mary que cuide de su esposa aquejada de melancolía. Quiero que camine por la costa con usted, que aprenda de usted, le solicita el atribulado caballero. Anning no puede negarse a aceptar un encargo que, aunque no le agrada, aliviaría la maltrecha economía familiar. A pesar de las diferencias sociales que separan a ambas mujeres, entre ellas surge una conexión que les hace comprender que pueden ofrecerse mutuamente aquello que necesitan. De esta forma, surge una historia de amor que desafiará las convenciones morales de la época. Esta película viene a reivindicar la figura y la obra de Mary Anning cuyo aporte a la paleontología es indudable a pesar de que su labor ha sido invisibilizada, como ha ocurrido con otras grandes mujeres a lo largo de la historia.

Kate Winslet admiraba el trabajo de Lee en Tierra de Dios, película que a la actriz le había gustado por el ritmo y la emoción que el realizador imprimió a la historia. La actriz contó para Attitude que cuando el director le ofreció el papel no se lo pensó, aceptó antes de leer la primera página del guión. La relación entre las dos mujeres le pareció muy convincente. Kate Winslet siente admiración por Anning, una mujer autodidacta, dedicada a la paleontología en una sociedad patriarcal, en un entorno salvaje, con gran talento y a la que acabaron hurtando la autoría de su trabajo simplemente por el hecho de ser mujer. Winslet piensa que fue un acierto contar la historia de amor entre Mary y Charlotte. Para la actriz, si se hubiese emparejado a Anning con un hombre, éste no se hubiera sentido digno de ella puesto que Mary, a pesar de ser duramente tratada por la sociedad y habitar en un ambiente dominado por los hombres, era mejor que todos ellos.

Sobre la construcción de su personaje, Winslet contó que dado que Ammonite está ambientada en una época en la que las mujeres estaban silenciadas socialmente, su personaje era callado e introvertido. Tuve que conectarme mucho en el movimiento y la expresión de Mary, su forma de comunicarse. Debía elegir cuando sonreiría. Ella no sonreía habitualmente. Cuando lo hacía significa que era un momento importante.

Respecto a la relación íntima que aparece en la película entre Mary y Charlotte, hay quien criticó ese aspecto de la película argumentando que no existen evidencias históricas de que esa estrecha unión entre ambas mujeres hubiese existido. Sobre esta cuestión, Winslet afirmó que tampoco existen evidencias históricas de que Anning se casara o tuviese relaciones con hombres, por lo que es lícito explorar otras hipótesis sobre su vida afectiva, profundizar en lo que pudiese haber ocurrido. No entiendo por qué eso importa. No entiendo qué diferencia que hay entre quien era Mary y sus extraordinarios logros, al empajarla con una mujer. Yo amo y defiendo las historias de amor entre personas del mismo sexo y cualquier historia LGTBQ que podamos tener en nuestras manos. Y espero que podamos normalizar estas relaciones en el cine sin duda, secreto ni miedo. Y lo que me encanta de esta película es que no hay ningún elemento de vergüenza en la relación entre Mary y Charlotte. Su amor no está oculto de ninguna manera. Simplemente se aman. Y si incorporáramos más historias LGTBQ a la historia principal, contribuiríamos de una manera honesta a normalizar estas historias. Me sentí honrada de contribuir a la evolución de la forma en la que se presentan a las personas LGTBQ en las películas. Si la relación que muestra la película fuese heterosexual, no habría ningún comentario, por qué tiene que haberlo cuando la relación es entre personas del mismo sexo. Una persona es una persona.

Kate Winslet, que ya había interpretado personajes lésbicos en Criaturas celestiales (1994) y en Iris (2001), afirmó que todavía hay una gran falta de películas LGTBQ y esto debe cambiar. La película está construida a base de miradas furtivas y roces fugaces. Preguntada por la conexión que tuvo con Saorise Ronan en la película, Winslet afirmó que lo que hicimos en el ensayo fue trazar el arco emocional de Mary y Charlotte asegurándonos todo el tiempo, no solo de planificar los momentos específicos de conexión física porque hay muy pocos, aunque obviamente tenemos esas dos escenas íntimas muy significativas, porque se dicen tanto con las miradas y en los pequeños toques, como cuando Charlotte deja su mano en el hombro de Mary durante unos segundos demasiado largos. Respecto a las escenas íntimas, la actriz dijo que al hacer esta película se dio cuenta de que al eliminar los estereotipos heterosexuales, se abre el espacio para la libertad, la igualdad, el anhelo y la conexión reales. Simplemente se abre la tapa y fue realmente increíble. Ttener ese tipo de vínculo femenino, no solo ese vínculo de comprensión, las mujeres saben lo que quieren, los hombres no siempre lo saben y, a veces, hay que decírselo En realidad fue muy diferente, me enseñó mucho.

Abundando en el tema de las escenas de sexo que aparecen en la cinta, Winslet comentó que las rodaron como si fuera una coreografía. Afirmó que se sintió muy segura grabando esas escenas con Saorise. Las dos actrices acordaron los movimientos que iban a realizar con la intención de que todo resultase lo más natural posible. Winslet contó que sentía que Saorise y ella tenían la misma idea sobre lo que querían expresar en la escena. Para la actriz lo más importante era la conexión emocional entre las dos mujeres. Cuando vio el resultado terminado dijo sentirse enfadada por cómo se había comportado como mujer cuando participó en escenas íntimas en el pasado. Afirmó que , aunque nunca se sintió dominada o anulada, ahora era más consciente de cómo la mayoría de las escenas de sexo cinematográfico están informadas narrativamente únicamente por personajes masculinos y la mujer es dirigida de alguna manera. Sin embargo, para ella, Ammonite resultó muy igualitaria, muy segura, completamente neutral, respetuosa y conectada. Fue un diálogo entre dos personas. Kate Winslet reprogramó la escena de amor para que coincidiera con el cumpleaños de Saorise y la joven actriz tuviese un buen recuerdo de la película.

En cuanto a la puesta en escena, la cinta nos traslada por momentos desde la inmensidad de los paisajes abruptos, donde las protagonistas buscan fósiles, hasta la intimidad de las dos mujeres a la luz de la velas. El director nos transporta con voluntad realista a 1840 apagando la paleta de colores, estrechando el marco del plano y limpiando la narración de diálogos y música.

Francis Lee nos muestra dos veces a una mujer arrodillada fregando el suelo dejando suficientemente claro el papel de las mujeres en la sociedad de la época. Además la aparición en la historia de otro personaje femenino que tiene un encuentro áspero con Mary o las miradas de su madre, sugieren el pasado de la paleontóloga.

Los hallazgos más destacados de Mary Anning fueron el primer esqueleto de ictiosauro , los dos primeros esqueletos de plesiosauros, el primer esqueleto de pteosaurio encontrado fuera de Alemania y algunos fósiles de peces importantes. El sexo y la clase social de Anning fueron las razones de que le impidieran participar en la comunidad científica del siglo XIX ,dominada por ricos hombres anglicanos, y de que no se reconociesen sus contribuciones.

 

 

Ojalá regresara

Por Sara Levesque

 

—Voy a ser sincera: de ti, me gustas tú —deseé admitirle.

Aunque no reuní agallas para decírselo, tuve un cuajo enorme para esperarla. No fui valiente para hacérselo ver, y sí cobarde para aguardar su regreso de brazos cruzados. La eché de menos veinticuatro veces al día. La eché en falta tanto tiempo que cogía el teléfono y me quedaba mirando su número, buscando el empuje para llamarla y estar con ella un ratito. Pero me sobraban dudas y me faltaban señales suyas. Al final, la pantalla se apagaba, aburrida de tanta indecisión.

Quise que cumpliera sus promesas y me abrazara para que pudiera dejar de mojar la funda de mi almohada con lágrimas, para no sentir más rabia por una huida que fue una retirada a tiempo por su parte, y un abandono por la mía. Y yo dejaría de jurarle imposibles en una cena con velas para prometerle solo aquello que pudiera cumplir a la luz de la luna; o a la de sus ojos, que viene a ser lo mismo.

Durante una temporada la apodé Mimi, que me parecía mejor idea que usar su nombre real. Si pudiera, si me dejara, si me lo permitiera, le escucharía y luego le besaría la voz. Después de besar las lágrimas de las nubes, porque, a veces, cuando la leo me habla a través de ellas. Siempre lo hace. A ratos es auténtica, a ratos da miedo. Sea como sea me invade el pensamiento. Sí, sigo leyendo todo lo que escribe, aunque no se lo diga. Es una anémica forma de volver a sentirla junto a mí. Ojalá volviera. No, ojalá regresara, porque dentro de ese verbo está mi nombre. Y yo me fumaría la vida entera esperándola, porque dentro de ese vicio está el suyo.

Y al pensar en ella, por mucho que duela, se me sigue asomando una sonrisa a la boca. Unas veces tímida, otras valiente, depende de cómo me haya despertado. Es normal. Esté en el país que esté, visite la ciudad que visite, o se levante de la cama de quien se levante, lo cierto es… que hacía los días preciosos. Fue mi más linda casualidad. Solo por eso, merecía la pena soportar que viviéramos cada una en un extremo del mundo.

Quise recoger todos los pasos que se le cayeran al caminar. Acompañarla en cada uno de ellos si cojeaba. Enseñarle a mirar hacia delante cada vez que el desánimo la obligase a agachar la cabeza; y a cómo seguir avanzando, aprendiendo de los golpes. A rescatar las fuerzas cuando no tuviera ganas de enfrentarse a la vida, cuando se atascase con los lunes por la mañana…

Quise que le dieran por saco al protocolo, a las formas, a lo correcto; a no quejarse, a pedir perdón y a fingir afecto. Que le fuera bonito a guardar silencio, aunque por ello creyera que todo lo desprecio. Que se cegara la luz del sol y todos sus efectos, porque a mí me apetecía seguir soñándola en mi magullada cama, aunque eso fuera lo incorrecto.

© Sara Levesque

 

20.000 especies de abejas

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#CineLGTBI

 

Estrenada en 2023, 20.000 especies de abejas es una película escrita y dirigida por Estíbaliz Urresola Solaguren y protagonizada por Sofía Otero, Patricia López Arnáiz Ane Gabarain e Itziar Lazcano. Seleccionada para competir en el Festival de Cine de Berlín, su protagonista, la niña Sofía Otero, ganó el Oso de Plata a la mejor interpretación protagonista. Además, la película fue nominada al premio Teddy y Urresola obtuvo una nominación al Premio GWFF a la mejor dirección novel. También consiguió la Biznaga de Oro a la mejor película española de la 26ª edición del Festival de Málaga.

Cocó (Sofía Otero) tiene ocho años y no se identifica con el género que le han asignado al nacer. La llaman Aitor pero ella no reconoce ese nombre como suyo ni se ve reflejada en la mirada de quienes la rodean. Durante un verano que pasa en la casa del pueblo del País Vasco, Cocó reflexionará sobre su feminidad junto a otras mujeres de su familia.

En una entrevista concedida por Estíbalíz Urresola durante el Festival de San Sebastián, la directora afirmó que desde el principio tuvo claro que no se quería centrar solamente en el viaje del personaje trans de la película, sino que la quería rodear de unos personajes suficientemente construidos, poderosos y fuertes como para poder observar que lo que se transforma ahí no es la niña, que la niña no emprende una transición, que la transición la emprende la familia al completo y cómo esa transición también ofrece a los miembros de esta familia, que son mayoritariamente mujeres, la oportunidad de aprender algo de sus propias vidas. Ese aporte en positivo era importante traerlo al relato. El cómo afrontar este proceso no tiene porqué ser una calamidad, una tragedia, un sufrimiento para la familia, por supuesto sin evitar las sombras y las asperezas pero sí que quería también, incidir en en cómo podía ser una oportunidad de aprendizaje para el colectivo. Ese ha sido uno de los retos más grandes. Quién realmente hace el arco mayor en ese proceso de aceptación quizás es la madre, sin embargo, no es menor el recorrido que hace la niña. La protagonista de la película es la relación entre esa madre y esa hija. Esa forma de mirarse y entenderse que hace que también que la otra se construya a través de esa mirada. Es una relación bidireccional, esa es la relación que se transforma. Conseguir el equilibrio en esa relación ha sido mucho trabajo de guión.

Un traumático suceso ocurrido en el País Vasco desembocó en el guión y en el rodaje de esta película. Ekai un chico trans de dieciséis años, se suicidó en Ondarru, muy cerca del lugar donde vive la directora. Ese suicidio conmocionó a la sociedad vasca y consiguió visibilizar la realidad de la adolescencia trans porque era un tema del que no se hablaba. Este hecho impulsó a la realizadora a acercarse a la asociación de familias de menores trans. Según comentó, nunca quise basarme en la historia de Ekai ni hacer un relato de él, pero sí quería comprender, a través del resto de familias, ya que esta iba a estar pasando por un proceso suficientemente doloroso. En la relación y en el proceso de conversación con estas familias, fui encontrando el enfoque y el valor también que ellas ponían sobre la mesa, de lo que había sido atravesar estos procesos de acompañamiento y que en muchas ocasiones, habían fortalecido los lazos familiares. En algunos casos se habían degradado, pero no porque este caso los degradara, sino porque ya eran frágiles y quizás hacer un acompañamiento así hace que termine por romperse lo que está quebrado ya. Pero en otros casos la familia se había visto más unida porque había visto la oportunidad de mirarse y de comprenderse unos a otros dentro del seno familiar de una forma nueva, con otra atención, desde otro lugar y eso para mí era una de las cosas más reseñables de las entrevistas que hice con estas familias y quise traer esta positividad, sin esquivar las sombras. Esto desde el inicio del guión era algo que quería imprimirle a la peli.

Para Patricia López Arnáiz, según manifestó en el estreno de la película, es el personaje más complejo que ha interpretado. Meterse en el papel de la madre le supuso descubrir la realidad que estaba detrás de la escritura. Contaba que fue un trabajo de ensayo y de generar relaciones entre los personajes para construir la memoria familiar. Para crear su personaje debía explorar la manera de afrontar la situación que se le presenta. Según la actriz , el personaje de Cocó viene a romper el eslabón de la falta de comunicación entre las mujeres de la familia. Les trae un regalo al generar una tensión que rompe la incomunicación. Arnáiz decía que estamos ante una película que habla mucho de la identidad, de cuánto hay de la mirada ajena en tu identidad y de cómo tu identidad se basa en la percepción que tienes de ti. Igual que Cocó, está pidiendo que se le llame de una manera determinada, la madre se está buscando también. Según contaba la interprete, en Ane hay un despertar, gracias a lo que le pasa a Cocó, ella se da cuenta de que quiere que le llamen por su nombre.

La presencia de la apicultura en la película da pie a deslizar la metáfora implícita en el título sobre lo variado de la colmena humana. El abordaje de Cocó y las reacciones que provoca a su alrededor, se realiza con delicadeza, manteniendo una actitud respeto hacia los personajes, sean del signo que sean, siguiendo el precepto consagrado por Jean Renoir: Todo el mundo tiene sus razones.

 

Mi yo

Por Sara Levesque

 

A veces escribo para mi yo, como esta noche. Cuando eso ocurre, me fascina la sensación que produce el sabor de un cigarro de madrugada. La primera calada, en especial. El humo, al ascender, dibuja las letras de su nombre en trazos barrocos. La toxicidad del tabaco se suma a la suya; así duele menos. Se escapó como se escapa esta neblina venenosa por mi ventana abierta.

Se está levantando aire… Es la anticipada brisa en una noche con estrellas en la que yo me he estrellado. Un gran tapiz salpicado de lentejuelas. Cada una me recuerda a sus casi inapreciables pecas. Y las dos relucientes Osas, las orillas de su busto, perdidas en el horizonte como esas constelaciones.

El humo me envuelve como se arremolinaba ella a mi cintura cuando solía abrazarme; consentía todos sus arrumacos. Al darme la vuelta, me perdía en su mirada, deseando besarla hasta olvidarnos. Deseando acabar, cómo no, enredadas bajo la sábana. Deseando que me susurrara tenues caricias en otro idioma, uno nuevo que había aprendido. Deseando confirmar que sonaba delicioso desde sus labios. Sonaba lindo. Deseando respirar con un siseo aspirado, como si al tocarla estuviese ardiendo y quisiera incinerarme a su lado.

Era muy prudente cuando tenía que serlo. Y la más puta cuando se lo pedía el cuerpo, como al irse corriendo, en el sentido menos visceral de la expresión: no el fisiológico, sino el que implicaba una mudanza.

Ahora me consuelo besando el filtro cada noche. Para ser sincera, si este es exquisito, su sabor debía de ser la hostia.

Envuelta en estos pensamientos, comprendo cómo sería la triste, pero breve vida de mi cigarro. Imaginé que permanecería en silencio con él olvidado en mis labios temblorosos. El furioso viento lo fumaría por mí. Dos gruesos ríos encharcarían el maquillaje de mis mejillas. Lloraría sin pronunciar ningún sonido. Sin aspavientos. Lloraría muerta en vida con un llanto enigmático, mudo, casi anónimo.
Recordaría cómo Mimi, durante años, se expresó con tanta seguridad en sí misma que la creí. Siempre habló mucho; nunca dijo nada. De igual modo, me tragué sus mentiras.

Observaría, con el aire otoñal bailando en estado salvaje junto a mi pelo castaño, cómo mi otra mitad se alejaba cada vez más calle arriba. Así vería mi futuro en aquel momento: cuesta arriba.

Me sacaría de la boca lo que quedase del cigarro y lo arrojaría al suelo con furia, apuñalándolo hasta la muerte con el tacón de mi zapato. Con el otro pie pisaría mi propio corazón, que Mimi habría dejado resbalar hasta el suelo el día que se lo regalé. Entonces, comenzaría a llover. Caería en la ciudad un chaparrón de recuerdos en forma de afilada y afónica llovizna. Las nubes esconderían el cielo tiñendo el día de oscuridad. Sería algo más que negro, parecería el antónimo de la luz. El agua acabaría por enterrar los restos del pitillo, poniendo punto y final a dos historias de amor que empezaron donde lo hacen todas: en los labios de alguien especial.

© Sara Levesque

 

Allí estaba yo

Por Sara Levesque

 

Olvidé cómo sonreír hasta que me miró, enseñándome que los labios también pueden estirarse hacia arriba y atrás. Algunas veces nos rozábamos las manos casi sin tocarnos, como si se susurrasen secretos. Como si su piel quisiera fundirse con la mía, pero solo a pellizcos. O viceversa. Y algunas veces se levantaba brisa, acercándome el afrutado olor a romero de su pelo, encantando con su exquisito veneno a todo mi ser.

Con mi compañera de vida quise empezar de cero y no salió bien. Con mi musa me hubiese gustado empezar de verdad, hacer las cosas con buen pie. O mejor, con otros pies. No fuera que, por usar los de siempre, me llevasen al mismo camino en que una vez me perdí.

A veces la observaba, preguntándome qué clase de encantamiento poseía. Y por qué me embrujaba tanto. Y yo me sentía dichosa al descubrir que, en realidad, me daba igual si lo averiguaba o no.

Me agradaba pensar que algún día nuestra complicidad secreta se desvelaría y podríamos llegar a casa, echar un polvo salvaje para saciar nuestro instinto animal y, después, hacer el amor para acariciarnos el corazón con nuestro dedo corazón…

Porque ella y yo hablábamos desde el mismo sitio: desde nuestros corazones. Lástima que su conversación fuera contradictoria. Mi corazón permanece en el pecho. Cuando late, es todo bondad. El tuyo tenía forma de dedo. Cuando lo alzaba, era pura realidad.

Y entre toda esta bruma ahí estaba yo siempre, en el metro, como casi cada día. En uno de mis vistazos inconscientes conseguí distinguirla entre el gentío. Quise llamar su atención, pero mi voz se tropezaba con la muchedumbre sin alcanzarla. Entonces, metí la mano en el bolsillo y saqué mi arma para apuntarla: un lápiz. Un raquítico trozo de carboncillo rojo y beige. Un pobre diablo de grafito con la punta agónica.

Estaba casi consumido, como mis días buscándola. Le susurré con él a mi libreta, emborronada hasta el último recuadro. Repleta de sueños garabateados.

Lucía su abrigo verde y mi corazón realizó un salto mortal al recordar. Parecía despreocupada, a pesar de la multitud enfermiza del vagón. Del hombro le colgaba una mochila roja con forma de búho, de esas que estaban de moda. Y llevaba la boina color camel que le regalé. Igual que la que yo uso a veces, solo que la mía era granate. Estaba tan preciosa… Sí, fue muy mortal.

La vi, me fijé bien en ella, y comencé a escribirla de mentira. Porque, en realidad, no era ella, solo una que se le parecía. Una que intentaba imitarla y casi lo consigue. Una broma de muy mal gusto.

Allí estaba yo, viéndola en la vida pasar. Viendo qué guapa estaba, maldita sea. Viendo qué lejos andaba, maldita sea. Viendo cuánto hablaba, maldita sea. Viendo qué tajante era, maldita sea. Viendo qué bien olía, maldita sea. Viendo cómo la extrañaba, maldita sea. Viendo qué bien sonreía, maldita sea. Viendo qué gran artista era, maldita sea. Viendo que tenía novia, maldita sea. Viendo cómo la quería, maldita sea(s). Y entre tanto vistazo falso descubrí que observarla en el tiempo era como ver la fotografía más hermosa del mundo, aunque estuviera vacía de su esencia.

© Sara Levesque

 

 

Las trampas de Lánthimos: ¿Es «Pobres Criaturas» una película antifeminista?

Por Konstantinos Argyriou

 

Vi Pobres Criaturas (Poor Things) en Atenas, el segundo día de su estreno en cines. Me quedé estupefacto por el guion tan elaborado y transgresor, las excelentes actuaciones, la escenografía mágica, primero en blanco y negro y luego en color, y por supuesto, la dirección de este director tan potente y distinguido que es Giorgos Lánthimos. Pero por alguna razón, no compartió todo el mundo la misma visión que yo. ¿Qué le pasa a esta película y genera tanta polémica?

Es verdad que estas Navidades, la gente en Grecia se volvió loca con la nueva referencia cultural que llevaría la reputación nacional hasta los Óscar. Hubo, además, mucho batiburrillo respecto a los contenidos de la película, que culminó en varios memes contra quienes habían expresado sus opiniones no solicitadas sobre ella. Es cierto que hubo mucha gente comentando la película en redes y en medios, así como en el espacio público en su conjunto. Fue, definitivamente, el talk-of-the-town a lo largo de este enero.

Pero, ¿dónde está el problema? Para algunas voces, es por el “tono woke” que hace que la película parezca feminista sin que lo sea. Quienes apuestan por esta lectura no son ninguna sorpresa: se trata de neorrancios y ciertas “feministas radicales”. Para otras, es por la parafernalia de engendrar éticas y seres humanos interviniendo a la lógica celeste –crítica de neoconservadores cristianos. Por último, miradas puritanas que se molestan por el exceso de escenas sexuales y provocadoras. Al menos hay poca gente que critique la actuación de Emma Stone, Willem Dafoe o Mark Ruffalo (que sí se merecen muchas distinciones).

Lánthimos sigue siendo una figura polémica, particularmente en Grecia. Representa a aquella gente que ha tenido que buscarse la vida fuera, traicionando a su patria y rechazando sus recursos y desafíos –se queja muy a menudo en prensa de que en Grecia no podía desarrollar sus ideas adecuadamente por falta de fondos. Incluso ahora que se celebra su obra y ha ganado fama a nivel internacional, hay gente en Grecia que lo sigue considerando irrelevante, impertinente, usurpador, descarado. En definitiva, no todo el mundo le concede la importancia, el éxito y la lucidez que se merece.

La película molesta porque transmite una metamorfosis incómoda, atravesada por una experimentación que no está exenta de peligros. Pero yo incluso diría que molesta porque viene a interrogar saberes expertos y científicos, a hablar de temas incómodos como la emancipación a través del trabajo sexual y la lectura de libros filosóficos, y a liberar a los sujetos subalternos de una tradición (aquí decimonónica, pero persistente hasta nuestros días) que los mantiene subordinados a la observación autoritaria.

En cuanto a las críticas de antifeminismo, ellas se basan principalmente en la mirada masculinista y cosificante que supuestamente emplea el director. Bella Baxter es el objeto de satisfacción de los deseos escopofílicos de toda una congregación de tíos que, tanto en la trama como en la propia ejecución de la película, la manipulan y se aprovechan de ella. Bajo esta lectura, Emma Stone no le otorga ninguna faceta emancipadora a su personaje, sino que reproduce acríticamente la hegemonía misógina de Lánthimos.

Es más, según esas lecturas, la hipersexualización y cosificación tan exuberante (sucumbir a caprichos de clientes en el burdel de París, descubrir deseos lesbianos, y para culmen, someterse a la luz de gas del nuevo marido) parece que no hace más que validar, humorísticamente, la explotación sexual como acto legítimo de subjetivación. Como leí en una infame página del Facebook griego, Feminismo Herético:

“El mayor fracaso de la película es el intento de dar una connotación feminista a una historia que no trata de lo que quieren las mujeres, sino de lo que los hombres imaginan que quieren las mujeres, ya que las elecciones de la protagonista están determinadas por las posibilidades del mundo de los hombres. El sexo, el matrimonio y el secuestro de una niña por hombres adultos no son violación, explotación y trauma sino un despertar sexual. En el universo cinematográfico de Lánthimos, una niña puede dar su consentimiento para casarse, viajar e incluso suplicar por más sexo (lo que se llama salto furioso para que no olvidemos que estamos tratando con una niña) y la autorrealización definitiva llega a través de su prostitución. La definición de la mirada masculina con una endeble fachada de empoderamiento femenino donde nunca vemos al personaje realizar algo verdaderamente empoderador.”

Me pregunto cómo es posible que se lea tan superficialmente un largometraje que, ya de por sí, implica una indagación y una profundización del público en cuestiones transversales, universales, que plantean una transformación social precisamente a partir de la independización de una mujer de los mandatos de su padre creador, sus pretendientes y maridos, y de la cultura patriarcal en su conjunto.
Estamos ante una historia que requiere de nuestra participación activa en las formas de mirar, de interpretar conductas y motivos, de comprender los cuerpos y de construir relatos, es cierto. Pero ¿acaso se puede pensar tan inocentemente que una película dirigida por un hombre no puede tener ninguna implicación feminista? ¿Se pueden reducir todos sus mensajes en un plan malvado de quitar agencia femenina?

Evidentemente, Lánthimos no es ningún paria de la cinematografía contemporánea. Al contrario, si desde los 2010 se consideraba avant-garde con sus lecturas contra la familia, ahora nos lleva a su nueva era más literaria-filosófica con la fuerza de alguien que ya sabe usar las herramientas que le ofrece el stardom hollywoodiano. Pero antes de tacharlo de woke y antifeminista a la vez (woke antifeminista sería una panacea maravillosa, la que nos faltaba), ¿qué tal si nos fiamos de sus intenciones?

 

 

Retrato de una mujer en llamas

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#CineLGTBI

 

Película francesa dirigida por Celine Sciamma en 2019. La acción se sitúa en Francia, año 1770. Marianne debe pintar, por encargo de una condesa, el retrato de bodas de la hija de ésta, Héloïse, que abandonó el convento y no tiene claro su próximo matrimonio, al que ha accedido por guardar obediencia a su madre. La artista tiene que llevar a cabo la encomienda sin que Héloïse lo sepa ya que aborrece la idea de dejarse retratar solo para complacer a su futuro esposo. Con el propósito de cumplir su cometido, Marianne investiga todos los días a la muchacha. La negativa de Heloïse a permitir que la pintora la retrate dará lugar a acercamientos y rechazos que acaban por entrelazar los anhelos de las dos mujeres.

Sciamma se centra en representar el surgimiento del amor. Marianne, al tiempo que plasma en el lienzo la imagen de Héloïse, se va enamorando del cuerpo de su modelo. Desde los cuidados títulos de crédito – breves trazos de pincel sobre un lienzo en blanco, anticipo de lo que vendrá después- cada una de las imágenes, cada encuadre pretenden aprehender el magnetismo entre la pintora y su modelo. Adèle Haenel y Noémie Merlant, a través de medidas expresiones y, sobre todo, de las miradas y los silencios que se intercambian, dan forma a la pasión que las consume.

La simplicidad expresiva de Sciamma provoca que la belleza se desborde sin hacer alardes visuales. La realizadora utiliza la panorámica para trazar el dramatismo de las imágenes. Con el plano-contraplano encierra los rostros de las actrices en ajustados encuadres. Los primerísimos planos mantienen a las protagonistas separadas y en el momento en el que nace el amor, aparecen juntas en el encuadre.

Una de las escenas más relevantes de la película es el momento del aquelarre. A través de un travelling lateral, las brujas empiezan a cantar y a dar palmas y al acabar el travelling, con la música que llena el fondo sonoro, Marianne mira a Héloïse a través del fuego, se distorsiona la imagen por el calor y vemos el vestido de Héloïse en llamas, imagen que da título al film.

Otro momento destacable de la cinta tiene lugar cuando se ha practicado un aborto y las dos mujeres acuerdan reproducirlo para que Marianne lo pinte, convirtiéndolo en un evento público y comunitario. Esto se le ocurre a Sciamma después de leer El Acontecimiento , libro en el que Annie Ernaux describe su propio aborto clandestino. A raíz de esa obra, la realizadora decide incluir la escena. Al elevar a lo público el aborto, Sciamma empodera a las protagonistas y las hace partícipes de su propia historia.

Los trabajos de fotografía comenzaron en octubre de 2018 y duraron 38 días. Sciamma y la directora de fotografía Claire Mathon, se dedicaron a visitar museos para ver obras de pintoras del siglo XVIII.

El rodaje se desarrolló en Saint-Pierre-Quiberon en Bretaña y en un castillo en La Chapelle-Gauthier, Seine-et-Marne. En este castillo no se podía instalar ningún tipo de de aparato de luces, por lo que las escenas están rodadas con luz natural y de candelas. Las pinturas y bocetos que aparecen en la película son obra de la artista Hélène Delmaire. Pintó 16 horas todos los días durante la filmación. Sus manos también aparecieron en la película.

Retrato de la mujer en llamas bebe de la pintura, la literatura y la música, con el acompañamiento del magistral Vivaldi.

La película reivindica a las mujeres pintoras de épocas pasadas invisibilizadas por siglos de hegemonía masculina en el arte. Noémie Merlant afirmó no considerar la cinta como una película de época. Para ella es muy actual, habla de mujeres, entramos con ellas en la intimidad en la que rompen con todas las reglas y los protocolos, todo eso que las ahoga y las constriñe. Y también está esa asociación en el arte y en el hecho de que no haya una musa y una pintora. No, aquí hay una colaboración. Esa mirada de igualdad me conquistó. Para Sciamma se trata de una historia de amor e igualdad donde los personajes se relacionan como iguales, no importa de quien se trate. Yo quería una horizontalidad en las relaciones amorosas y de amistad. Igual que entre el artista y la modelo, es una película sin verticalidades. En ese sentido creo que es bastante subversiva.