Entradas etiquetadas como ‘cosificación’

¿Quién teme a lo queer? – Intimidad y sexo: un conjunto de órganos fragmentados

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

Foto: «Lulú // Louise Brooks Duplicada» por Chema Ayuso @xemasanayu

Eva Illouz habla del sexteo como una exposición fraccionada, “la visualización y la sexualización del cuerpo, entonces, disocian al cuerpo del yo para someterlo a una mirada rápida e instantánea, dentro de una interacción cuyo objeto se reduce a un órgano”. Somos, en Illouz, un conjunto de órganos fragmentados y, en la práctica del sexteo, reducimos nuestro cuerpo a una fracción cosificada que, a la vez, cosifica. El sexteo invita a leernos (y a leer los fragmentos de otre) como pedazos desapegados no sólo del resto del cuerpo, sino de cualquier otra condición, virtud o fuente relativa a la identidad social.

Como conjunto de órganos fragmentados que ha practicado y practica el sexteo, con mayor o menor frecuencia, no tengo nada que decir en contra, faltaría más. Por más que uno siempre habite la crítica y la sospecha, a veces gusta de meterse en estructuras cosificadoras y en las lógicas mercantilistas del cuerpo, “una tiene sus locas vanidades”, que nos diría Woolf.  Entre esas críticas, claro está, se encuentra el ser consciente de que entrar y salir de una práctica cosificadora del propio cuerpo (más o menos) a voluntad, es fruto de un privilegio y una agencia que, al menos, me sirve para decirme a mí mismo que soy yo quien decide fragmentarse un órgano de vez en cuando, por mucho que, quizá, sea resultado de un autoengaño y la práctica fagocite más esferas de las que creo. Lee el resto de la entrada »

Porque no soy el ‘chico mono’ del que hablas

Hoy Enrique Anarte (@enriqueanarte) nos trae un relato del que no te podrás bajar.

Fotografía de Marina Tizón

Fotografía de Marina Tizón

Miradas. No demasiadas, más algunas veces, menos otras. Miradas que, sin decir nada, lo dicen todo. Si una imagen puede decir más que mil palabras, una mirada debe rondar niveles parecidos. Suele acompañarlas el comentario de turno: «Eres muy mono». O aquello de: «¿Te han dicho alguna vez lo guapo que eres?». Sonríes. Miras hacia abajo. Sientes, sin saber por qué, que deberías sentirte halagado. Es una sensación violenta porque, al mismo tiempo, algo dentro de ti, muy adentro, te insta a gritar un par de verdades. Las palabras se enredan en la lengua. Al final te limitas a sonreír y mirar hacia abajo.

El que habla es un hombre. El que escucha, tú, también. Vienes de cenar con una amiga, una feminista radical, de estas que no calzan tacones y ejercen la legítima defensa cuando un piropo les violenta en plena calle, en el metro o en un bar. Tú la admiras: le pides que te cuente una y otra vez sus anécdotas sobre cómo se enfrenta a los tíos que se le acercan demasiado en las discotecas, sobre cómo descarga todo su armamento transfeminista cuando un obrero precavido se fija en la chica solitaria que anda unos metros más allá. Te encanta aquella de El Rocío, cuando el capillita de turno se le arrodilló a decirle lo guapa que era y las mil bulerías que le cantaría a la semana y ella, en legítima defensa, apartó al acosador de un manotazo. Mon corps m’appartient, lleva ella tatuado en un lateral del torso. Qué suerte que haya mujeres como ella en este mundo. Lee el resto de la entrada »