17 de mayo. Contra la LGTBIfobia y por la libre autodeterminación

Fundación 26 de diciembre

 

 

La Fundación 26 de diciembre comparte este texto hoy 17 de mayo, día internacional contra la homofobia, la transfobia y la bifobia.

 

A pesar de que ya en 1973 la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) retiró la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales, no fue hasta el 17 de mayo de 1990 que la Organización Mundial de la Salud (OMS) hizo lo propio. Por este reconocimiento se escoge esta fecha, el 17 de mayo, como el día internacional contra la violencia LGTBIfóbica. ¿Por qué es importante conmemorar este día? ¿Por qué hay un día internacional contra la violencia del colectivo, y en qué medida se relaciona aquel 17 de mayo con nuestro presente y con eso que llamamos autodeterminación?

Como bien sabemos existen muchos tipos de violencia, tipos que deben destaparse, identificarse y combatirse específicamente. Sin embargo, hay algo importante en el hecho de mirar la violencia en toda su complejidad, no como un acto aislado y concreto, sino como un conjunto de procesos que se dan dentro de una estructura social, o dentro de una cultura, podríamos decir. Los imaginarios culturales, los que dan un sentido narrativo y comprensible a nuestro entorno, a nuestra vida, son también los que sostienen la normatividad y los que generan estereotipos. Quizá es interesante preguntarse si los estereotipos (asociados en este caso a la orientación del deseo y a la identidad de género disidentes) son en realidad las piezas que, dentro del imaginario cultural, provocan la violencia, o legitiman al menos algún tipo de violencia. De la misma manera que habitar un estereotipo social ridículo y risible legitima la humillación pública sin consecuencias para quien agrede, ser consideradas personas enfermas conectaba nuestras identidades con los elementos culturales de la contagiosidad y la peligrosidad. Elementos que, como sabemos, tenían graves consecuencias políticas y se traducían en diferentes tipos de violencia. Violencias como el ostracismo, la marginación o el encarcelamiento, pero también el rechazo directo de entornos tan centrales como el laboral o el familiar, se sostienen detrás de la peligrosidad, que a su vez se sostiene por la contagiosidad y la desviación entendida como enfermedad. El tejido del imaginario es denso y frondoso, por eso a veces cuesta tanto identificar de dónde parte esa violencia concreta que hemos sufrido en un episodio de nuestra vida.

El anuncio de la OMS del reconocimiento de las orientaciones disidentes como partes de la diversidad y no como enfermedades, trastornos o “errores”, fue tremendamente importante por dos cuestiones. En primer lugar por lo que supuso para la vida particular y la dignidad de millones de personas, que contaban de pronto con el respaldo de un organismo institucional de esas características. Y en segundo lugar porque reconocimientos como éste interfieren directamente, además, en lo colectivo, ya que respaldan igualmente la modificación paulatina de los imaginarios culturales. Podemos decir hoy, cuando han pasado 33 años desde aquel anuncio, que en muchos contextos el imaginario de la enfermedad, la contagiosidad y la peligrosidad han quedado atrás, aunque de forma todavía muy desigual (y con intermitentes amenazas de reaparición).

Convivimos con varios imaginarios en disputa a nivel general, pero también dentro del colectivo se producen enormes desigualdades y sabemos muy bien que las siglas que componen lo LGTBI+ son muy distintas entre sí. Además, tampoco estamos ajenas a reproducir las discriminaciones sociales que se dan a nivel general, como el edadismo, el racismo o el capacitismo. Desde luego aquel anuncio de la OMS no fue absoluto ni determinante, es decir, no colocó un banderín desde el cual podemos claramente identificar el fin de la violencia, nada más lejos. Sin embargo sí sentó unas bases de soporte institucional que apoyarían el cambio en el imaginario, social y cultural, que ya se estaba produciendo en nuestro contexto desde hacía décadas. ¿De dónde viene esta lucha, esta disputa cultural por la dignidad de las disidencias de género y sexo, y cómo se relaciona con lo que hoy llamamos autodeterminación?

Desde finales de los años 60 y principios de los 70 del siglo XX, es decir, pocos años antes de que la APA retirase la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales y pocos después de las revueltas de Stonewall, comienzan a crearse agrupaciones por la emancipación homosexual. Desde el primer Gay Liberation Front estadounidense, los frentes de liberación gay comienzan a proliferar y a organizarse en distintos países de los continentes europeo y americano. Los frentes se componían por varones y mujeres, gays, lesbianas, bis, travestis y trans, que se oponían a la normatividad de género y sexo que los condenaba al margen y a la violencia. Una normatividad que se sostenía en el imaginario, entre otras cosas, por los discursos de la medicina y la psiquiatría que nos definía como enfermos. “Enfermos” en general, de toda índole, la literatura al respecto es muy amplia, desde psicóticas y agresivas con tendencias criminales hasta paranoides obsesivas, contagiosas por contacto o por proselitismo, siempre peligrosas. Respecto a estos discursos, los frentes de liberación organizaban protestas, textos de respuesta combativa y resistían en colectivo. Los frentes revolucionarios reivindicaban el gozo del deseo disidente, la alegría de ser quienes somos de verdad y públicamente, la feliz rebelión contra el patrón regulativo patriarcal y cishetero, que clasificaba como error y enfermedad peligrosa todo lo que se salía de su estrechez normativa.

Cuando en la historia de los activismos hablamos de “los años revolucionarios” hacemos referencia a la lucha de aquellos frentes, que plantaron cara a discursos normativos, como el de la psiquiatría, y que comenzaron a romper definitivamente los imaginarios para crear otros nuevos, más justos y más libres. Comenzaba un camino, el de quitarse de encima a la institución médica y psiquiátrica de nuestros deseos e identidades disidentes. Es decir, comenzaba a organizarse ese colectivo que hoy conocemos como LGTBI+ y que se enunciaba por derecho propio, sin tutelas, sin autorizaciones institucionales ni diagnósticos psiquiátricos, fuera de los agravios de los discursos médicos y jurídicos. Comenzaba un lugar, en ese sentido, de autodeterminación.

50 años después del anuncio de la APA, y 33 años después del anuncio de la OMS, la despatologización de las identidades trans* es una continuación de esas luchas emancipadoras. La continuación de una lucha por el derecho propio a la enunciación, por quitarnos de encima a las instituciones (médicas, psiquiátricas, jurídicas) que pretenden clasificar a los cuerpos disidentes y, en última instancia, autorizar la existencia de determinadas identidades. La autodeterminación tiene una genealogía de liberación extensa, una historia y una memoria. La autodeterminación, que hoy se asocia a las existencias trans* despatologizadas, encuentra su base en aquellos años revolucionarios, cuando comenzaron a escribirse las líneas que hoy continuamos. Las líneas que dicen que sobre nuestros cuerpos, identidades y deseos no hay más autoridad que nosotras, nosotres y nosotros. Celebremos el día contra la LGTBIfobia con memoria, con un diálogo entre generaciones que nos haga comprender la importancia de continuar. Porque el fantasma de la peligrosidad tiene unos brazos extensos, la despatologización es un ejercicio contra la violencia. La libre autodeterminación de género y sexo es un derecho fundamental. Feliz y combativo 17 de mayo, a todas, todes y todos.

 

Fundación 26 de diciembre.

Los comentarios están cerrados.