La elección del género en disputa

Por Abel P. Pazos (elle/a) – IG: @llorarbailando

Imagen de @xenonena

 

Hace unos días, en el contexto de una entrevista más o menos formal a propósito del borrador de la ley trans* estatal me plantearon una cuestión que lleva desde entonces saltándome como un pop-up. Me preguntaban por formas específicas en que la opresión enebefóbica (opresión transfóbica concreta hacia el colectivo trans* no binario) se transmitiera a través del lenguaje. En aquel momento respondí repasando algunas de estas violencias, pero como digo, me quedé dándole vueltas, pensando sobre todo en algunos de los debates a los que estamos asistiendo estos días. Concretamente me quedé pillada pensando en el debate que ha re-surgido recientemente a propósito de si el género está sujeto o no a elección[1], lugar donde esta pregunta de inmediato me proyectó y que tras reflexionar sobre ello he podido llegar a entender por qué.

Voy a intentar dar cuenta de la manera en que este debate transmite de una forma verdaderamente perversa estas violencias a través del juego del lenguaje que lo enmarca y lo pone a funcionar. Formas de violencia de éstas que son sublimes, pero igualmente bien intensas, generalmente para contra el colectivo trans*, y por algunas razones también de manera muy específica contra las personas dentro del paraguas no binario.

Para quien no esté al tanto, estos días Carmen Calvo ha hecho unas declaraciones contra el borrador de la Ley Trans Estatal haciendo referencia (entre otras cuestiones) a cómo ese supuesto lobby neoliberal queer pretende que les niñes menores de edad elijan su género y en base a esa elección empiecen su tránsito. Podéis encontrar la entrevista entera en internet, no me apetece reproducir su discurso más allá de este breve resumen pues contribuiría a traer explícitamente un tipo de transfobia que la verdad, no pienso que sea necesario reproducir en este medio. La cuestión es que contra estas palabras un montón de gente, tanto desde partidos políticos y espacios de activismo más institucionales, hasta desde activismos menos formales, ha empezado a clamar contra las palabras de Calvo que bajo ningún concepto el género está sujeto a elección. Que no se elige ser LGTBIAQ+, más concretamente que no se elige ser trans*.

– Que no se elige, que simplemente se es. –

Bueno, yo como persona no binaria que elige sobre su género muchas veces, de muchas maneras y en muchos sentidos, además fanática de la teoría feminista, y que por deformación profesional no puede evitar ver los presupuestos metafísicos asumidos y reproducidos en los lenguajes que hablamos, he entrado literalmente en crisis una vez he tenido delante los posicionamientos desde los que se polariza el debate que vengo introduciendo, y que creo, tiene el efecto de situarnos en una suerte de inmanencia en la que el género se asume como un devenir sobre el cual no tenemos control, como algo que nos fluye, casi como con vida propia. Algo que está entre la metafísica y el sci-fi.

Voy a intentar darle cuerpo a estas dos cuestiones, 1. Las controversias que plantea la forma lógica del predicado ‘’el género no se elige’’ y 2. Sus consecuencias políticas en los términos de la agencia de los cuerpos trans*, para intentar hacer ver cómo es la propia concepción de libertad neoliberal que asume,  demarca e impone Calvo desde su posición de poder la que pretende no dejar espacio a otras concepciones de la libertad y la elección como las que voy a plantear en términos de agencia política, y que obliga a sus detractorxs a defender postulados esencialistas con respecto a las realidades trans* que son igualmente problemáticos así como en cierto sentido también anti-feministas.

Sobre la forma lógica del predicado ‘’el género no se elige’’ me limito a decir que es falsa en el momento en que podamos fijar al menos un sujeto que elija su género (me ocuparé inmediatamente después de explicar la controversia con respecto al significado de ‘’elegir’’). Como eso es así, (al menos 1, yo) no es cierto que para todos los sujetos generizados no sea cierto que el género sea algo sujeto a elección. Y este argumento es válido en virtud de su forma.

Dicho menos rimbombantemente: que no es cierto que el género no se elige en un sentido universal y necesario. Y esta afirmación no implica que el género se elija en un sentido universal, que todo el mundo elija su género necesariamente, simplemente se extrae de esta argumentación formal que no se puede aseverar esa universalidad y necesariedad de la no elección del género. Que la cuestión de si el género se elige o no, como poco es contingente, esto quiere decir que depende de contextos, situaciones y otras estructuras que dan pie a una diversidad de posibilidades.

Esto que parece tan problemático creo que deja de serlo cuando ajustamos la semántica del concepto de ‘’elección’’. A mi juicio el debate tal y como se plantea solo da pie a entender la elección dentro del marco neoliberal desde el que se entiende el ejercicio de la libertad como la libertad individual sin intervención. En este caso sería algo así como la elección particular del género más allá de las estructuras sociales políticas y económicas que producen, condicionan y sistematizan los géneros dotándolos de sentido y organizándolos jerárquicamente en la forma en que sabemos opera el régimen cisheteropatriarcal.

Concretamente me parece sibilino para una representante política que trabaja en cuestiones de igualdad fijar con tanta dureza ese uso, o bien inocente, o bien estratégico de la idea de libertad. Y digo esto porque es que llevamos más de un siglo intentando demostrar que las cosas no simplemente son, sino que de hecho llegan a ser. Que el género, las sexualidades etc., se construyen de formas complejas, y que una mujer, un hombre, una persona disidente sexual etc., no simplemente es, sino que, dicho en pocas palabras y por usar una referencia que se pille rápido, llega a serlo.

Esta cuestión ha tomado en las genealogías de las teorías feministas del último siglo y medio la forma de, y sin detenerme demasiado en ello, esencialismo versus constructivismo primero, y estructuralismo versus posestructuralismo después. Básicamente estos serían los debates a propósito de si existen unas propiedades específicas que puedan atribuirse al sujeto ‘’mujer/mujeres/colectivo feminista’’ a través de las diferencias estructurales que existen entre las mujeres y el resto de cuerpos oprimidos por el sistema de dominación patriarcal.

  • Esencialismos de género serían las perspectivas que defienden que ciertas propiedades son necesarias y universales a las mujeres, a lo femenino, o al feminismo/feminismos, bien atribuyéndoselas a causas místicas o religiosas, o bien a la biología entendida como destino social.
  • Las versiones social-constructivistas tratarían de des-esencializar esas propiedades apelando a las estructuras sociales que impulsan las condiciones materiales que oprimen a los sujetos y en su proceso también los construyen, por ejemplo, la división socio-sexual del trabajo y del espacio.
  • Y las visiones posestructuralistas intentarían dar cuenta de la forma en que los postulados estructuralistas en su intento de des-esencializar el género desligándolo de la biología y atribuyéndoselo a los efectos de las estructuras sociales habrían caído en una hipostasiación de esas estructuras, donde hipostasiar significa atribuir a las estructuras de dominación (el patriarcado, el sistema sexo/género, la matriz heterosexual etc.) un estatus de realidad absoluto y con efectos culturalmente deterministas al pretenderse con necesariedad sus significados sociales.

Pero bueno, este debate es muy anterior y ha sido abordado hasta la saciedad al menos desde finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX por la filosofía existencialista que se encargó de visibilizar las contradicciones internas a la libertad de los sujetos, y de estipularla razonablemente así como libertad radicalmente mediada. Lo que quiero decir es que desde hace mucho tiempo y por muchas razones dejó de defenderse la libertad como un libre albedrío absoluto independiente de las estructuras que articulan de manera sistemática las redes en que los sujetos nos comprendemos.  Sabiendo eso, obvio seguimos usando ‘’elección’’ y ‘’libertad’’, pero en otros sentidos totalmente diferentes.

Asumir en tu discurso una única idea de elección posible como ‘’libre elección’’ casi en el mismo sentido en que hablaba Erasmo de Rotterdam de la libertad en el siglo XVI, como absolutamente ajena a la intervención y conducida solamente por la voluntad de cada une me parece inocente, tan inocente que puede llegar a parecer estratégico.

A mi juicio ese uso de ‘’elección’’ es raro en los espacios feministas, donde está muy claro que la libertad siempre es mediada. No hace falta ser ávide lectore de Kierkeegaard para tener asumido que la libertad está radicalmente condicionada. Como que eso ya no hay que debatirlo. Y de hecho en los espacios feministas tenemos muy claro que son los proyectos políticos neoliberales los que tratan de defender una visión de la libertad en esos términos de elección sin mediación de las estructuras externas.

Cuando Carmen Calvo de esta manera crea las reglas del juego de este debate está asumiendo y estipulando ese sentido neoliberal de la libertad, concretamente de la libertad de las personas trans*, y nos obliga a caer en esa trampa del lenguaje que lleva a defender contra su crítica predicados esencialistas con respecto al género. A decir que simplemente se es trans*, cuando el ser trans*; en general el ser, es de todo menos simple.

Esto me lleva a 2., algunas de las consecuencias políticas que tiene esa metafísica extraña: el debate voluntarismo/determinismo, la libre elección erasmista guiada por la voluntad de las obras versus el modelo LadyGagaBornThisWay.mp4  –simplemente ser-, y sus efectos concretos para situarnos como meras víctimas estructurales sin agencia de transformación política.

Tal y como lo plantea Carmen Calvo solo existe espacio para las personas trans* en tanto que, o bien sujetos despistados que creemos elegir nuestro lugar en el mundo insensibles a las estructuras opresivas, o bien como víctimas estructurales objeto de las violencias repartidas sistemáticamente a través de las distintas estructuras sociales que condicionan materialmente nuestras vidas. Y esto lo veo cuando desde espacios transfeministas se le responde con esencialismos de género los cuales, estoy segure, no estaríamos dispuestes a reproducir tan a la ligera si nos estuviésemos refiriendo a otro colectivo. Se me haría rarísimo escuchar, por ejemplo, a Eduardo Rubiño decir que una mujer (cis) simplemente es mujer porque no elige las violencias patriarcales que la oprimen.

O sea, ¿una mujer cisgénero no nace mujer llega a serlo pero una mujer trans* simplemente es trans*?. A mí me chirria un montón esa implicación que, aunque quizás de manera inconsciente, sin duda se deviene de los predicados ‘’el género no se elige’’ y, ‘’simplemente ser’’ cuando estos refieren exclusivamente al colectivo trans*.

Y es que es obvio que nadie, trans* o no trans*, elige sus opresiones. Esto es porque ningún sujeto tiene poder de elección entre las estructuras sociales que lo sujetan, que nadie puede elegir ser oprimide o no serlo, y de serlo, ser oprimide por unos ejes opresivos y no por otros. Defender que eso sea posible sería defender que une pueda situarse en un supuesto momento previo al reparto de privilegios, en una especie de limbo, tras lo que John Rawls llamó el ‘’del velo de la ignorancia’’, pero de manera consciente, y en ese limbo decir: me sitúo aquí y no en otro lugar. Quiero estos privilegios, no quiero estas opresiones. Una vez más estaríamos haciendo sci-fi.

Por estas razones crear el debate desde esta polarización niega otra visión posible de la libertad, aquella que desde los espacios transfeministas intentamos reconocer en los términos del agenciamiento político dentro de las estructuras sociales de dominación. Esta visión anti-neoliberal de la elección se ha explicado como la capacidad de llevar a cabo cortes agenciales en los cursos del poder de las estructuras de dominación contra las que resistimos: es reconocer el carácter opresivo y condicionador de las estructuras sociales, pero también ser capaces de ver el efecto subversivo que los colectivos oprimidos tienen para des-estabilizar estas mismas estructuras y construirse y auto-definirse a través de ellas.

Defender que existe un componente de elección en el género es dar cuenta que une no solo es víctima de la transfobia estructural que condiciona su vida, sino que es de hecho además super-viviente. Que somos personas que estamos, contra todo pronóstico, sobreviviendo a las capacidades de nuestras vidas, generando fisuras en el régimen cis-heteronormativo y desestabilizando sus mecanismos de gobierno. Cuando se plantea el debate en los términos del reconocimiento de la libertad y la agencia política de las personas trans* se reconoce nuestra agencia para crear espacios donde el género es menos opresivo, tanto para el colectivo trans* como para el resto. Nos reconocemos como agentes políticxs que llevan a la esfera pública sus propias demandas, las cuales no pedimos por favor, sino que exigimos por derecho.

Pienso que no podemos permitir que el neoliberalismo nos expropie la capacidad de pensar la libertad y nos imponga la única acepción de ella que rema en favor de su proyecto político, tal y como le ha pasado a Carmen Calvo. Para evitar eso hay que perderle el miedo a reconocernos como sujetos políticos capaces de realizar cortes agenciales en las estructuras de dominación que pretendemos desestabilizar, esto significa no temer a decir que sobre el género tenemos capacidad de acción; que en el género de muchas maneras y en muchos sentidos sí se elige.

Yo no sé si Calvo piensa en términos esencialistas con respecto al género, pero sí que creo que es incapaz de entender la libertad más allá de la matriz impuesta por el régimen neoliberal. Sospecho que cuando plantea el debate de esta manera y pretende que sus detractorxs defiendan postulados esencialistas con respecto al género, en este caso con respecto a las identidades trans*, sibilinamente hace entrar en conflicto los transfeminismos desde los que respondemos estos ataques con la genealogía feminista anti-esencialista que llevamos tanto tiempo intentando trazar. La disputa aquí pivota sobre si estamos dispuestes o no a perder la ‘’libertad’’, en el sentido de perder el derecho a conceptualizar la libertad más allá de una agenda neoliberal impuesta, y sobre todo en si estamos o no dispuestes a permitir que un juego de este tipo nos sitúe afuera de la tradición feminista no esencialista de la que no solo formamos parte (más que le pese a muches), sino que con tanto esfuerzo hemos contribuido colectivamente a edificar.

[1] Sé de antemano que esta es una cuestión con la que muchas personas, tanto dentro como fuera del colectivo trans*, no estarán de acuerdo, a saber: que el género esté de alguna manera sujeto a elección. Asumiendo ese riesgo, creo que hay ciertos temas dentro del colectivo que es necesario someter a la crítica para que no queden asumidos como dogmas de fe, como así pienso que está sucediendo en el proceso del mainstreaming de lo trans*. De este modo presento este texto, pues creo que para construir un modelo de lo trans* en que todas las experiencias del género y vivencias del tránsito sean válidas es necesario, o bien no depender conceptualmente de la dupla universal/contingente, o bien articularlo desde la contingencia de manera que admita así contrafácticos, es decir, quepan en él, en este caso concreto, otras relaciones entre el género y la elección/libertad. Esto es ejemplificativo de cómo el colectivo trans* no funciona mediante una mente colmena común, existiendo como es lógico controversias internas al colectivo, del mismo modo que sucede en el resto de los movimientos sociales, y esto no es una debilidad del movimiento que haya que ocultar, sino al contrario, al menos bajo mi punto de vista, una potencialidad a visibilizar, pues es la posibilidad de crítica y debate interno lo que exime del dogmatismo, además que sería muy paradójico intentar imponer una homogeneidad interna a colectivo que literalmente abandera la idea de la diversidad.

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