De puta a puta…¡taconazo!

Por Beatriz Ramírez Saveedra

Foto: Hernán Piñera

“(…)…El feminismo históricamente ha excluido a ciertos sectores, no solamente a las compañeras lesbianas, negras, musulmanas o a las compañeras trans, sino que también hay una historia de exclusión dentro de los feminismos hacia las prostitutas…(…) Creemos importante que, cuando se despliegan políticas punitivas sobre un sector, sea ese sector el que tenga que decidir, no que otros hablen por él…(…)” (Georgina Orellano, puta, sindicalista y feminista, es la secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR))[1]

Haciendo frente a un feminismo claramente abolicionista y que persiste, hoy más que nunca, en poner el punto de mira sobre las putas en vez de sobre la estigmatización a las mismas (algo a lo que contribuyen con argumentos vacuos continuamente), hoy, y teniendo en cuenta el lugar en el que resido (la calle San Francisco en Bilbao, muy cerca de Cortes, donde numerosas mujeres ejercen la prostitución), me hago varias preguntas mientras paso por delante de ellas, cuyas cabezas permanecen bien altas: ¿cómo es posible que con la que nos está cayendo, pandemia incluida, sigamos sin ver que sin cuidados mutuos y sororidad no vamos a ninguna parte? ¿De dónde sacan la fuerza estas mujeres para sostenerse sobre esos preciosos tacones de cristal desde los que ven, día tras día, el mundo pasar cuando no reciben más que críticas o una suerte de victimización de quienes, precisamente, deberían apoyarlas?

He comenzado este artículo con una frase de Georgina Orellano, cuya fuerza admiro profundamente y que refleja muy bien esa vuelta de tuerca a la que regresamos a través de discursos feministas anticuados, tránsfobos, y aunque no acaben de apreciarlo, también bastante misóginos. Y es que, como muchxs historiadorxs, sociólogxs, etcétera, reflejan, la historia es circular y tiende a repetir los mismos patrones, cayendo en los mismos errores y dejando constancia de que parte de la esencia humana, es “caer sobre la misma piedra”, una y otra vez. ¿Ni siquiera el COVID-19 nos enseña nada? Qué rápido se nos olvidan las cosas…

Pues bien, cogiendo de la mano a esta increíble mujer, a quien dejo de referencia desde el principio, recojo una vez más las demandas de un colectivo profundamente discriminado, y que desde los márgenes, piden y exigen ya: autonomía laboral, garantía al acceso a la obra social y a una jubilación digna, a la vivienda y en último lugar, pero no menos importante, a la educación de todas aquellas personas que quieran seguir formándose (no quiero referirme sólo a las “mujeres” si no a diferentes identidades, como lxs trans) que ejercen la prostitución.

Evidentemente y sin ser una gran entendida en el tema, de lo que sí que sé, es de empoderamiento desde los tacones, y desde ahí, desde mi femme-inidad, hablo y opino. Independientemente del contexto en el que nos hallemos (cada país se rige por sus propias leyes aunque pocos ejercen una verdadera protección a la figura de la puta), se torna imperativo ya un nuevo enfoque a esta cuestión como mentada por cierto por Orellano respecto a Nueva Zelanda cuyo cambio apostó en su momento por un modelo neorregulacionista para aumentar los derechos laborales de las trabajadoras sexuales.

En otra entrevista a Georgina, encontramos otras palabras suyas que hay que reseñar:

“Lo primordial es romper con la idea de la víctima y de la sumisión a la que nos someten algunas miradas de la sociedad…(…)”. [2]

Siguiendo la misma línea, no puede obviarse, por otro lado, algo que seguro a estas alturas del artículo, se preguntan muchas personas: ¿y la trata de personas? ¿Regular el trabajo sexual no es lo mismo que desentendernos de estas personas?

Una cuestión que hay que empezar a contemplar dejando de lado ya tanto moralismo religioso y tanta ética desfasada es que trata y trabajo sexual son dos cosas diferentes y que el segundo, desde luego quiere erradicar al primero, algo que nunca será posible mientras “la criminalización y la clandestinidad” desaparezcan para darles un lugar y una identidad social (en fin, a todos los niveles) , como se merecen.

“Abandonamos algunos espacios por creer, desde los pocos conocimientos que teníamos entonces, que sólo existía un feminismo”[3],desde la comprensión de lo que significan estas palabras, no dejo de salir al balcón. Hay una chica trans, de mirada oscura y pelo eterno, largo azabache como si fuera una capa de heroína de película, que acostumbra a cogerse del brazo de otras amigas/ compañeras, y que recorriendo las calles mientras va a comprar una barra de pan o a por algo de fruta, se sube el pronunciado escote con un orgullo tal que ya me gustaría a mí a la hora de realizar cualquier acto, por cotidiano que fuese. La miro y la contemplo como una mera expectadora, admirando sus pasos, imaginando las dificultades que se encuentra en el camino, bajo a veces ese tedioso txirimiri vasco, y de repente, me veo reflejada en su historia, aquella que imagino, aquella con la que fantaseo.

Tenemos mucho camino que recorrer para reconocer la capacidad de autonomía de todas las personas. Tenemos mucho camino aún que andar y muchas voces que recoger (y otras que desoír, carajo) para dejar el paternalismo a un lado, para dejar de opinar por el resto, para utilizar la lengua para mejores menesteres y para no seguir abonando el campo de cultivo de una ignorancia que lo único que hace es poner más baches en el camino a quienes menos los merecen.

Y ahora yo pregunto, ya del balcón a por mis propios zapatos de tacón, no tan brillantes ni bonitos como esos de cristal, ¿se pueden llamar feministas todas esas “mujeres” que terminan por sellar los labios de sus propias compañeras de lucha, silenciando sus deseos, sus anhelos, sus impresiones…? Yo sé que no, aunque se les llene la boca.

Como última reflexión, ¿no es cierto que la sociedad heteropatriarcal nos asume a todas, a todes, como putas desde que nacemos? ¿No es cierto que la imagen de “virgen o puta” es encarnada siempre por esa eterna feminidad/feminidades? Porque yo, ya no hablo de genitales, hablo de expresión de género femenina, hablo desde el tacón, hablo desde la barra de labios, hablo desde la mota de purpurina que, si sabemos utilizar bien, puede dejar ciego al sistema que nos oprime.

Hoy, más que nunca, esa chica que contemplo desde el balcón es mi propia hermana, soy yo misma luchando por hacerme respetar, tratando de romper una cadenas que, si nos ayudamos entre todes, perderán toda su fuerza hasta alcanzar la tan ansiada libertad.

Yo quiero gritar, quiero poder elegir, sin ser señalada. ¿A caso tú no? 

“Es ahora cuando la estamos levantando [la historia], cuando vemos cómo otras feministas más jóvenes levantan la bandera de las trabajadoras sexuales…(…)”.[4]

[1]   Entrevista realizada por Ter García en la sede de Hetaira (Madrid) el 12 de noviembre de 2017 cuyo título “Trabajo Sexual” puede encontrarse en red en www.elsaltodiario.com
[2]   Artículo de Guillermo Martínez el 23 de agosto del 2019 de título “ Entre el abolicionismo y el regulacionismo, quienes estamos en medio somos las trabajadoras sexuales” disponible en red en www.ethic.es
[3]   Ibídem
[4]   Ibídem

Los comentarios están cerrados.