Transfobia y terraplanismo

Por Abel P. Pazos (elle/a) – IG: @llorarbailando

 

Muchos grupos sociales se están encargando de señalar, al menos desde hace casi un par de décadas, el uso del modelo de la posverdad de difusión de información por medio del que se ejerce un tipo de control social muy peligroso. Tienden a señalarse como epítome del control del ideario desde las políticas de la posverdad las narrativas difundidas por Donald Trump y su gestión de la subjetividad pública desde el control de los medios y las redes sociales; o en el contexto del estado español, las estrategias fake news difundidas por partidos políticos como v*x, y de las que tanto se ha hablado en el contexto de la gestión pública del coronavirus.

Posverdad es la traducción al castellano de post-truth. Es un concepto que se usa para desentrañar la producción de ciertos idearios colectivos a través de la comunicación, sobre todo digital, de noticias falsas o bulos que por su difusión tienen más repercusión que los hechos que sirvieran para describir esos mismos fenómenos. Es la construcción de una realidad desde una disociación cognitivo-material general de los hechos que discursivamente se han manipulado.

Os estaréis preguntando qué tiene que ver todo esto con la transfobia, o más bien, por el título del artículo, qué tiene que ver la transfobia con el terraplanismo, y qué pintan la posverdad, los bulos, y Donal Trump en todo esto. Pues bien, el caso es que hace unos días volvió a estallarnos en nuestra bonita cara no binaria una noticia que ponía de nuevo nuestros derechos bajo tela de juicio. En este caso me refiero al documento titulado ‘’Argumentos contra las teorías que niegan la realidad de las mujeres’’, un panfleto de varias páginas escrito y firmado por el PSOE, difundido en redes sociales y en grupos militantes, y desde el que se acusa al movimiento transfeminista, al que se refieren por supuesto en otros términos, de ser una ideología que niega la realidad de las mujeres y las causas de su opresión, las cuales reducen al hecho de tener unos genitales concretos. Una de estas noticias bomba que te llegan, te decepcionan, pero no te sorprenden.

Desde este tipo de postulados se asevera el dimorfismo sexual como la naturaleza binaria del sexo, la verdad biológica con la que, dirán ‘’se nace’’. Es decir, entendiendo el sexo como naturalmente binario. Natural en el sentido de universal para todos los integrantes del reino animal (y por tanto también para las personas como animales mamíferos humanes), y por ello blindado ante la contingencia, es decir, inmutable y extensible a todo tiempo y a todo lugar.

Bueno, la cuestión es que desde esta idea luego devienen que los que refieren como los movimientos por la identidad de género, a los que nunca llegan a llamar feministas, no están amparados por la ciencia, son inconsistentes desde un punto de vista jurídico, y desestabilizan la lucha feminista, desviando la mirada a lo que piensan, verdaderamente es la causa de la opresión patriarcal, y lo escribo riéndome, el dimorfismo sexual y los roles de género estereotipados que se le asocian.

No es mi intención tratar los debates históricos de los feminismos en este artículo, pero solo para que quede claro por si alguien no lo sabe, este tipo de feminismo es conceptualizado como, pese a quien le pese, feminismo transexcluyente, la traducción al castellano de otro concepto importado de los Estados Unidos. Es la traducción de TERF (Transexclusionary Feminism). TERF es una corriente del feminismo que se populariza en los Estados Unidos a partir de la década de los noventa, transformando (más bien pervirtiendo) algunos postulados de las en su día conocidas como teóricas del feminismo radical, Andrea Dworkin, Catherine MacKinnon o Kate Millet, y que con las obras de algunas pocas autoras, Julie Bindel y Sheila Jeffreys, por nombrar algunas de las más relevantes, ha ido popularizándose en el occidente mundial, aunque no siempre autoreconociéndose en el concepto.

Esta corriente del feminismo habría empezado a popularizarse en España a partir de la década del 2010, los 10/20 años de delay con el que nos llegan a españita estas fancy teorías de importación. Y será defendida en el ámbito académico por señoras como Amelia Valcárcel o Ana de Miguel, en las redes sociales por influencers como las Devermut, y acogido en algunos movimientos feministas sobre todo internos o cercanos a movimientos obreros y sindicalistas. Contexto del que surgen las palabras de Carmen Calvo en el panfleto en cuestión, y que sitúan los estudios queer, (bueno ellas dicen la Teoría Queer, como si fuera un rezo, y no lo que es, a saber todo un compendio de producciones teóricas y de políticas activistas recogidas bajo el concepto paraguas queer, que no fue en su día sino un insulto para referir a las personas -raritas- con respecto a la normatividad sexual y de género), como un enemigo del feminismo, una ideología que no tiene en cuenta la ciencia y piensa que el sexo es una creencia.

Bien pues, y sin entrar en el debate desde un argumentario que desde estas visiones pueda entenderse como queer, voy a poner sobre la mesa lo que -la ciencia- verdaderamente dice del dimorfismo sexual, frente a los bulos sobre los que se sostienen estos discursos de odio.

Mientras que desde un punto de vista posestructuralista y queer, el contra-argumento iría por la demostración de la construcción semiótico-material de los hechos científicos limitados por las capacidades lingüísticas humanas, y por tanto culturales, de las sociedades, lo que implicaría por tanto que todos los hechos científicos fueran producciones discursivo-materiales en una constelación lingüística entre naturaleza y cultura; como digo, aquí no vamos a decir lo que dice el posestructuralismo o las teorías queer, aquí vamos a decir lo que dice la ciencia. Y la ciencia, concretamente la biología, la etología, y la endocrinología, dicen del dimorfismo sexual, que, tal y como se entiende desde esa supuesta necesariedad de la expresión del -sexo- de los animales que no admite contrafácticos, esto no es sino una falacia.

Por aclarar un poco los términos. Por dimorfismo sexual se entienden las variaciones en la fisionomía externa de lo que se nombran como los machos y las hembras de una misma especie como expresión de una diferencia en su combinación cromosómica. Idea desde la que, aplicada a las personas humanas (animales humanes), se ha dicho: son rasgos, como la presencia de un aparato genital u otro, la cantidad de bello corporal, el tono de voz, etc., la expresión de una combinación de cromosomas concreta que es interespecíficamente dual: XX o XY.

Por las combinaciones cromosómicas se entienden XX como la combinación de cromosomas de la que se espera, se devenga una hembra animal, y XY como la combinación de cromosomas de la que se espera, se devenga un macho animal.

Pues mira, la verdad es que se demuestra que en todas las especies dentro del reino animal, se dan divergencias al dimorfismo sexual, es decir, presencia, por ejemplo en mamíferos, de cromosomas distintos de XX y XY, como pueden ser XXX, X0, etc., así como expresiones fisionómicas visibles de combinaciones cromosómicas distintas. Lo que se suele llamar, una disposición cromosómica contraria al sexo fenotípico. Estas cuestiones generan una realidad muy estigmatizada social y culturalmente (en sociedades humanas, claro, porque el resto de animales no se estigmatizan entre elles), y que abarca un campo amplísimo. Desde mujeres (cisgénero) cuyos genitales visibles no difieren de una vagina o una vulva normativos, pero que por tener una combinación cromosómica que se expresa desde el par XY generan insensibilidad a los andrógenos, o cuerpos cuya presencia de andrógenos o testosterona es más alta que la media, pero que no generan cambios o expresiones del cuerpo visibles, pero que sí son detectados por ejemplo en tests deportivos, hasta cuerpos con genitales, desde el punto de vista del modelo biomédico de la patologización, ‘’indescifrables’’, por no adaptarse a las medidas que se esperan de una vagina o un pene que se consideren en esta sociedad patriarcal como funcionales (es decir, un pene que pueda penetrar y una vagina que pueda ser penetrada).

De este modo la gente, gente que probablemente se dormía en las clases de biología en el instituto, pero que para abanderar la transfobia performan el ser biólogue, etólogue, endocrinólogue, and so on, está argumentando desde un bulo, a saber, que el modelo sexual binario es natural y no admite más diversidad. Como digo, entendiendo ‘’natural’’ tal y como se entiende desde estos posicionamientos como universal y trascendente interespecíficamente a todo contexto histórico y geográfico. Es decir, desde la asunción que no se da en ninguna especie de animal, concretamente pensando en los alosomas ‘’sexuales’’ de les animales, ninguna divergencia al par XX-hembra, XY-macho, razón por la cual llegan a derivar que el hecho de que se manifieste en la especie humana es una patología.

En ese sentido, sobre la primera premisa del activismo transexclusivista, (porque pienso que referirlo como feminismo dos veces en el mismo artículo ya es concederle más de lo que podría soportar, porque sin trans* no hay feminismo), que el sexo es biológico y es la base natural del género. En lugar de argumentar desde una perspectiva queer que la noción de ‘’naturaleza’’ de tintes roussonianos no puede satisfacer los análisis de una sociedad cíber-tecnificada donde los discursos sociotécnicos se entraman en las producciones científicas construyendo el producto científico -hecho- que se entiende como -verdad- desde un ensamblaje de discursos que moldean toda posibilidad de lectura de la materia; lo que estoy argumentando es que precisamente lo que la ciencia dice es otra cosa. Y esto lo defienden investigadorxs como Eulalia Pérez Sedeño y Dau García Dauder en obras como ‘’Las mentiras científicas sobre las mujeres’’ (2017), dos investigadorxs de la Agencia Estatal para la investigación científica y el desarrollo tecnológico, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), probablemente una de las instituciones públicas de investigación científica más importantes del país, hasta de manera internacional la ONU, desde el Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas (CRC) quienes ya han categorizado las prácticas quirúrgicas llevadas a cabo para contra bebés intersexuales desde la patologización social de la divergencia al modelo dimorfista como mutilaciones literales, prácticas nocivas por las que los países que las llevan a cabo, piensan, debieran ser reprendidos, llegando a acusar a países como esapañita de genocidio y crímenes contra la humanidad por las mutilaciones a bebés intersexuales.

Bien,  dicho esto, y convocada ya a la tan añorada por muches Madre Ciencia, la referencia de autoridad que parece que tanto se necesita, queda definir, para quien no lo sepa, lo que es el terraplanismo. Bien, el terraplanismo es un movimiento que empieza a tener popularidad en redes sociales más o menos en 2017, y que básicamente defiende la idea que la Tierra es un disco plano. Bueno, pues como el activismo trans-excluyente. Ambos movimientos provocan una disociación cognitivo-material de los hechos científicos, desde bulos que nada tienen que ver con las verdades científicas que muestran, en el mismo sentido y desde los mismos métodos, que ni la Tierra es plana, ni que todas las mujeres tienen vagina, ni todos los hombres tienen pene; en los términos en los que lo he ido narrando, que los cuerpos que divergen del dimorfismo sexual en cualquier especie animal, no son una creencia o una ideología. Por esto ser TERF está más cerca de ser terraplanista, negacionista de la teoría de la evolución, antivacunas, etc., que de ser feminista, pues todas estas son reivindicaciones políticas que orientan sus prácticas y sus discursos desde bulos y fake news que nada tienen que ver con los discursos de la astronomía sobre la forma del planeta o de la biología la diversidad del sexo biológico.

Así, para les negaconistas del sexo. Porque esto es lo que son: defensorxs de un modelo biológico propio del siglo XVIII. Negacionistas de La Verdad del Sexo, a saber, que no es necesariamente dimórfico. Feministas TTeras (como peperas del PP, pero tránsfobas terraplanistas, del TT), y argumentando contra estas activistas trasnexcluyentes de la misma manera que argumentábamos hace un par de años contra el grupúsculo fascista de Há*te Oír, otra cosa que también me decepciona, pero no me sorprende; concluimos que ni todas las mujeres tienen vagina, ni todos los hombres tienen pene, y que por ello un movimiento feminista no sustentado en la posverdad tiene que ser mucho más amplio que esa pre-científica reducción del género a los genitales.

 

 

Los comentarios están cerrados.