La culpa no era mía

Por Marta Márquez (@marta_lakme) escritora y presidenta de Galehi, asociación de familias LGTBI

Foto: Ashley MacKinnon MacKinnon

Te reflejaste en aquel espejo y pretendías devolverme mi imagen, pero tú sabías que aquella jovencita no era yo. Quizá lo fui alguna vez, o lo fuimos, pero hace tanto de eso que ni siquiera tú te acuerdas. Tardaste al menos una eternidad en convencerme de que aquella niña dulce, inocente, absolutamente crédula y con un deseo enorme de amar, en algún momento, habíamos sido nosotras. ¿Por qué habías decidido aparecer ahora? ¿Tenías algo que enseñarme o eras tú la que debía aprender de la madurez alcanzada?

Sea como fuera, recordar puede ser el ejercicio más cruel que existe pues aún recordando los buenos momentos sabemos que nunca volverán y que tú no volverás a ser aquella niña por más que yo haya hecho un gran trabajo. Tú ese día venías con intención de hacer que los recuerdos saliesen del cajón del olvido. Te empeñaste en contarme esa historia que tenía olvidada, que tú misma quisiste olvidar y que nunca debió de suceder. Con la de cosas bonitas que te han sucedido y tenías que hablarme de eso.

La verdad es que no hay quien te entienda, no ha existido nunca nadie que sepa qué te pasa por la cabeza. Bueno, ninguna no. No es cierto. Existe una. ¡Qué sería de ti sin él! Pero quédate tranquila, sigue aquí con nosotras espero que por muchos años. ¡Menudo susto se llevó ese día! ¿Te acuerdas? Seguro que puedes ver aún su cara rota por el dolor de pensar que alguien le había hecho daño a su niña y sus piernas corriendo a todo correr por las escaleras de ese noveno piso en el que vivías cuando eras niña. Por suerte, no encontró lo que buscaba; si es que sabía qué buscaba.

Hace algo más de veinte años te costó tres de terapia y lo único que lograste fue creer que podrías haber hecho algo que te hubiese salvado y, al no lograrlo, tu victoria fue conseguir  meterlo en la caja del olvido para restarle importancia. Seguiste adelante como una campeona, pero ya no eras la misma. Siento tener que ser yo, que no quería acordarme, quien te cuente todo esto porque sé que te duele y lo último que me gustaría en la vida es hacerte más daño.

Tú no te acuerdas porque sigues ahí metida, en tus 18 años, pero a los 40 ya no eres tan dulce, ni tan crédula, ni tan inocente. A los 40 ya has ido a terapia muchas veces y has sanado numerosos males. A los 40 has madurado, has hecho grandes amistades y eres consciente de que no todo el mundo es bueno. Pero a los 40, al fin, eres libre de eso que te atormentaba. Libre, aunque sin embargo mucho más consciente de la cantidad de veces que sucede. Cuatro mujeres por minuto son violadas en el mundo y unas ciento cuarenta asesinadas al día por parte de sus parejas o familiares. ¿Te puedes creer que padres, maridos, novios, hermanos, tíos, abuelos, amigos violen y maten a las mujeres que “aman”?

  • Es que no entiendo por qué me eligió a mí ni desde cuándo me seguía, por qué no me di cuenta, por qué me subí a ese ascensor.
  • No lo sé. No tengo explicaciones para darte. Probablemente no exista un motivo y si existió solo él lo sabía. No tiene que ver contigo.
  • Podría haberme quedado fuera del portal. Desde el principio me escamó su presencia.
  • Hiciste lo único que se puede hacer: vivir. Siempre fuiste muy “echá pa´lante”, no tenías miedo y es una forma muy bonita de vivir, aunque poco consecuente con las maldades humanas. Pero, no te creas, que yo te entiendo. Seguirás siendo así siempre: independiente, cabezota, leal a tus propios principios y a tu forma de entender la vida, pero vas a aprender a cuidar de ti misma.
  • ¿Y el ascensor?
  • Lo superarás.

Tú es que creías que el mundo era cómo tú lo veías y no es así. No lo era y no lo es. Aún así no estamos solas. Por todos los rincones del mundo siempre han existido mujeres como tú, dispuestas a ir contra viento y marea por sus creencias, a enfrentarse al mundo tal cual lo conocemos para hacerlo un poquito mejor, decidida a que nadie te pise ni te diga qué tienes que hacer o cómo vivir tu vida. Como te digo, en estos más de veinte años han cambiado mucho las cosas. Internet ha revolucionado el mundo en todos los sentidos y, ahora, podemos estar más cerca de las mujeres del mundo entero, desde Chile a Japón pasando por cualquier país de Europa. No llores. Sécate las lágrimas porque nunca más las vas a necesitar. Ahora tienes muchas compañeras que te ayudan y te gritan que “la culpa no era tuya, la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía”.

Los comentarios están cerrados.