Diario de dos papás: “el tiempo y la espera” (página 7)

Cada domingo Juan Andrés Teno (@jateno_), periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar, escribe este Diario de dos papás. Estamos en la página 7.

Foto: Hernán Piñera

El tiempo. El tiempo es la mejor experiencia que te reporta ser padre. La concepción de la vida  cambia y eje sobre el que acaba girando tu realidad cotidiana es el tiempo. Los acelerones entre los que nos movemos diariamente encuentran una brida segura en las necesidades que tu hijo te va marcando. Hay que encontrar tiempo para sus juegos, para su comidas, para su sueño y este espacio temporal no puedes elegirlo tú, viene impuesto por la necesidad vital de quien no sabe (ni necesita) de convenciones sociales y programaciones ciudadanas.

El tiempo tiene que pararse necesariamente mientras juega en el parque y se tira una, dos, tres, mil millones de veces por el tobogán, y lo hace con la misma pasión, con la misa sonrisa. Y no vale acompañarle con un libro o el móvil en las manos, su seguridad necesita tu completa atención y su felicidad depende de que vuestros ojos se encuentren.

Ese es el tiempo el que te reconcilia contigo mismo, en el que queda suspendida la vida y tú atento a respiración del recién dormido o a que el maldito mercurio no suba más de lo deseable. Por si que si sube tienes que visitar de nuevo las urgencias médicas y acurrucarle entre tus brazos durante una hora, dos horas, aplazar la cena, anular las llamadas pendientes, dejar la serie para otra semana. El tiempo se paraliza entre su respiración profunda y su frente caliente. Y más allá de la inquietud y la esperanza de intuir que solo será cuestión de días alcanzar la plena salud, eres feliz, allí, paralizado en la sala de espera de un hospital abarrotado, sosteniendo su vida entre tus brazos, respirando despacio, encontrando tu lugar en el mundo, sin prisas, sin compromisos, sin sonrisas forzadas.

Es el tiempo el que desaparece en cada comida, en la impaciencia infinita de que ingiera un poco más de puré, de que no lo escupa, de contarle y cantarle mis historias a golpe de cuchara, pero con mesura, porque si te responde con una carcajada acabas con la  crema de verduras como suavizante de pelo. Y aun así el tiempo no importa, después de darle de cenar, de cambiarle los pañales, de dejarlo en su cuna y vigilar su sueño, después de todo eso, te darás una ducha para eliminar la masa verde de tu cabello.

Es el tiempo el que desaparece cuando duermes a tu hijo en brazos y cantas la misma estrofa de la misma canción hasta que la letra pierde su significado para convertirse en una melodía somnolienta. Y los brazos duelen y hormiguean, pero lo importante es que sus ojos se cierren y se almibare su respiración. Y pasa una hora y el tiempo no existe. Y ya está dormido y sigues meciéndolo porque te duele más dejarlo en la cuna que la rigidez que sienten tus extremidades.

Ese es el tiempo de la infancia y la paternidad: numerosos períodos dedicados a su día a día inalterable que te aíslan del ajetreado mundo exterior…. Y que, por encima de todo, te hacen feliz.

Pero este diluirse de las manecillas del reloj comienza mucho antes de que esa criatura llegue a tu casa. Cuando inicias un proceso de adopción o acogimiento sabes que la mejor compañía es la espera, una espera paciente y armoniosa que no puede angustiar tu devenir diario y que debe ser tomada como un espacio de reflexión ante la nueva realidad que vas a conocer.

La espera la interiorizas desde un principio o se hace una carga pesada. En nuestro caso, con nuestro primer hijo, fue de tres años; un periodo que no se hizo largo y en el que no nos comimos las uñas dejando los nudillos al aire. En esta ocasión la espera dura ya más de 1 año. Y también es un periodo feliz, de esperanza.

Son los familiares y conocidos los que te asaltan cada vez que te ven: ¿queda mucho? ¿sabéis algo? Y tú sonríes y les dices que sólo hay que tener un poco de paciencia, que llegará en su momento, como ocurrió con su hermano. Pero al día siguiente vuelven a preguntarte y tú te planteas el porqué de esa ansiedad que a ti no te ha llegado. Y atisbas que puede deberse al frenético ritmo al que nos hemos acostumbrado, que nos incita a tenerlo todo y en el menor tiempo posible.

Hace unos años decíamos burlones mi marido y yo que el embarazo de nuestro primer hijo duró tres años y el del segundo se prolongará lo que necesite para madurar. Somos alumnos aventajados en el temario del tiempo y la espera, asumimos con naturalidad que la templanza del minutero es la mejor respuesta a las situaciones diarias que nos plantea nuestra parentalidad, que es el tiempo el que lo cura, el tiempo el que lo consigue y el tiempo el que te da soluciones. Sólo hay que tener paciencia, aunque a veces nos sintamos como las mujeres protagonistas de una película de Almodóvar.

La puerta de casa sigue abierta a tu llegada. Aquí te esperamos,  embarazados, yo con miedo y tu hermano apostando para que seas niño y blanco; tus padres, ni héroes ni villanos, intentarán llevarte al mejor de los colegios y siguen saboreando la espera, del mismo modo que disfrutaremos del tiempo a tu lado.

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