Hablemos de lo trans* (bien): sobre el poder despatologizador de las palabras

Por Miguel Sánchez Ibáñez (@parasynthetic)

 

Metáfora Olive Oil

«Metáfora Olive Oil» by This is Pacifica is licensed under CC BY-NC-ND 4.0

Con frecuencia, tendemos a simplificar lo que nos es ajeno, extraño o novedoso para poder asimilarlo y encontrarle acomodo en nuestros diminutos universos personales. Un proceso que a priori puede ayudarnos a asimilar nuevas realidades, pero que a la larga termina por emborronarlas.

La manera en que nos aproximamos a las realidades trans* desde una perspectiva cis tiene mucho que ver con esa estrategia de generalización y brocha gorda: a menudo  metemos a todas las identidades trans* en el mismo saco, y asumimos el perfil de las que quieren modificar su cuerpo para que encaje en el heterobinarismo como el predominante: esta simplificación invisibiliza a las personas transgénero a les travestis o a las personas no binarias, y simplifica de manera muy perjudicial el entramado de identidades trans* que existen en la sociedad.

Detrás de esa simplificación se encuentran dos grandes factores:

Por un lado, el binarismo sexogenérico, que hace que pensemos que en el mundo solo existen hombres con pene y mujeres con vagina y que hace distingamos entre trans* de primera (aquellos que llevan a cabo una transición canónica que les permite alinear su identidad de género con características fisiológicas de acuerdo con los postulados binaristas) y trans* de segunda, es decir, aquelles que, o bien no ven necesario modificar su cuerpo para sentirse plenamente cómodes con su identidad, o bien huyen de modelos binarios para identificarse, y prefieren hacer de la transición y de los espacios fronterizos entre géneros su lugar de realización personal.

Por otro lado, la apropiación del discurso trans* (o lo que elles creen que es trans*) por parte de les profesionales sanitaries hace que se ubique a las personas de género divergente en un marco conceptual muy concreto donde, además de pasar a considerarse pacientes enfermes, se les desposee de su propio discurso, que pasa a estar en manos de especialistas. El sesgo profesional es acicate de discriminaciones y arrinconamientos que repercuten en la conceptualización de las realidades trans* por parte del resto de la sociedad.

Un ejemplo concreto de las múltiples consecuencias en las que se ramifica la patologización de las personas trans* es el hecho de que todas ellas deben ser consideradas pacientes para poder iniciar su transición física, pero también para llevar a cabo trámites administrativos que no tienen por qué depender de decisiones y resultados médicos, como cambiarse el nombre o modificar el género que se especifica en los documentos oficiales. Los trámites administrativos quedan así supeditados a acciones médicas, de manera totalmente arbitraria.

La erradicación del estigma asociado a las personas trans*, en cuanto que individuos enfermos o necesitados de algún tipo de mejora o modificación de sus vidas, pasa por ampliar el marco en el que se le ubica. Una de las vías privilegiadas para lograrlo es la del lenguaje como medio más extendido para vehicular realidades y, en consecuencia, denostarlas o legitimarlas.

Avalanche

«Avalanche» by Kevin DeBoer is licensed under CC BY-NC-ND 4.0

El motivo es sencillo, aunque quizá no demasiado obvio a simple vista: los códigos lingüísticos son los principales ejes gracias a los que vertebrar las transmisiones de conocimiento, lo que los convierte en una de las vías de acceso al análisis de las diferencias y las particularidades de los individuos que la utilizan. Cualquier lengua es, al mismo tiempo, reflejo de la sociedad que la utiliza y factor primordial para determinar su posicionamiento, ya sea voluntario o no, con respecto a cuestiones más controvertidas. En ocasiones, la manera en que esas cuestiones se vehiculan terminan por configurar el modo de vida de sus hablantes y, en consecuencia, hacer evolucionar a las comunidades que éstos constituyen. Es en estos casos cuando cristaliza de una manera evidente la importancia que tienen los usos y las formas lingüísticas empleadas, ya que de ellos depende la correcta transmisión y asimilación de las nociones, y, en casos como el de las personas trans*, la consideración que se tenga de sus características y sus maneras de vivir y de leerse en sociedad.

En las últimas décadas numerosos filósofos y lingüistas han centrado sus trabajos en dos nociones estrechamente relacionadas con estas cuestiones: los marcos cognitivos y las metáforas.

Los primeros son los armazones estructurales que nos permiten situar la realidad dentro de un todo, y las segundas son las estrategias que nos ayudan a hacer que esa realidad sea inteligible. Es decir, los mecanismos imaginativos que nos permiten comprender realidades novedosas apoyándonos en otras ya existentes. La experiencia resulta clave a la hora de conceptualizar y en el caso de las personas trans*,  paradigmas como el de “alma de hombre encerrado en cuerpo de mujer” o viceversa, o “persona enferma que necesita ser tratada” o, abstrayendo aun más la cuestión, “entidad incompleta o en movimiento que es necesario culminar y estabilizar” han calado profundamente en nuestro imaginario, hasta el punto de aflorar en el lenguaje y en la necesidad de categorizar a las personas trans* dentro de compartimentos estancos que huyen de los tránsitos y de los matices. Es cierto que generalizar y taxonomizar ayudan a comprender, porque son acciones que organizan el mundo, pero en el momento en que actúan en detrimento de las realidades que vertebran, su utilidad queda invalidada, ya que impiden comprender (y, en consecuencia, aceptar) esas realidades.

Por ese motivo además de la ingente labor social, legal, cultural o sanitaria que queda por hacer, no podemos olvidarnos del plano lingüístico, ya que se trata de la codificación de la realidad más presente y constante en nuestras vidas; la manera en que lo articulemos, lo usemos y lo promovamos repercutirá de forma sutil pero irreversible en el bienestar y la reubicación conceptual de les que nombramos y definimos. Este cambio de prácticas lingüísticas puede ir desde el uso de géneros gramaticales inclusivos al abandono de símiles sanitarios, pasando por la revigorización del prefijo trans- formante productivo de nuevas unidades léxicas, por nombrar solo algunos ejemplos concretos, factibles y visibles. Su normalización ayudará a trasladar el paradigma trans* de los cuerpos atrapados y defectuosos al de los tránsitos y las fronteras como espacios de éxito y realización personal.

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