Me da miedo salir de mi círculo LGTBI

Por Marta Márquez (@marta_lakme) escritora y presidenta de Galehi, asociación de familias LGTBI

Foto: kelly bell photography

El mes de junio es mi mes. Es como si fuese mi cumpleaños, pero a lo grande.

Me paso meses preparando la carroza de la Revista MiraLES y Galehi es un hervidero de ideas en torno a la manifestación del Orgullo Estatal.

Disfruto como una niña pequeña al ver cómo Madrid se viste de arcoíris. Todo en Madrid es Orgullo. Los escaparates y los logos de las grandes empresas se tiñen de colores y te mueves por la ciudad (y alrededores) creyendo que la diversidad y la inclusión campa a sus anchas por la capital del Reino. Camino por la calle Preciados, la Gran Vía, el Paseo del Prado, utilizo los transportes público, me acerco a los edificios más significativos y es Orgullo en todas partes. Y me siento como en una nube de algodón, pero arcoíris. Las gentes hablan, no siempre con conocimiento, sobre temas LGTBI en cada rincón. Y, por un momento, soy feliz. Y entonces es cuando creo que mi lucha 24/7 tiene sentido, que mis horas de dedicación a combatir la homofobia -tanto a nivel de calle como institucional-, mis horas de formación, mis reuniones en distintas organizaciones y las horas que no invierto en mis amigas y mi familia cobran sentido.

El mes del Orgullo es ese mes en el que mi correo echa humo. No tengo tiempo de ser nada más que activista y, sinceramente, me gusta. El problema viene cuando salgo de mi círculo de confort, cuando acaba el Orgullo, cuando voy al bar que hay debajo de casa de mis padres o cuando sigo conversaciones de algunos de mis grupos de WhastApp.

Hace un par de semanas, en Galehi  sacamos una campaña en redes sociales en favor de nuestras familias formadas por gestación subrogada y yo, como presidenta, debí y quise apoyar la causa con una imagen mía en la que decía literalmente “apoyo a las familias LGTBI formadas por gestación subrogada”. Como es habitual, la campaña (formada por muchas más fotografías de familias y por socias de Galehi que gestarían para otras personas) se subió a nuestras redes sociales más habituales: Facebook, Twitter e Instagram. Las reacciones no se hicieron esperar. He recibido, por una parte de las que se autodenominan feministas, una serie de ataques personales que van desde los insultos directos (y no demasiado elaborados, todo hay que decirlo) a consejos sobre formación (que deben pensar que no tengo o que requiero de otro tipo de lecturas).

Es en estos momentos en los que me replanteo Twitter (entre otras cosas). La verdad es que creo que es una red social demasiado rápida para mí. Pero no solo rápida, también me resulta cobarde. La gente la utiliza para volcar sus frustraciones, su incontinencia verbal y su opinión super interesante y constructiva para el mundo. Nos quejamos de cómo se relacionan los adolescentes, pero Twitter es la adolescencia eterna. Es poder decir lo que te venga en gana a quien te venga en gana creyendo que detrás de la pantalla no hay nadie más que un ser sin familia, sin sentimientos, con unos conocimientos siempre inferiores a los tuyos y a quien puedes decirle lo que tiene que hacer y pensar. La verdad es que me flipa con qué convencimiento habla la gente sobre todo. Yo no soy muy fan de contestar, pero el otro día tuve que hacerlo (fuera de la red) con un señor que se empeñó en mirarme con cierto aire condescendiente mientras me decía que no me estaba enterando de nada. “Créame que sí le estoy entendiendo porque soy una mujer bastante inteligente” fueron mis palabras. El señor se calló de repente. Estoy convencida que no esperaba más respuesta que mi cabeza mirando al suelo cual niña que sabe que se ha portado mal.

La cuestión es que ha terminado el mes de Orgullo, ha pasado la Manifestación estatal (no desfile ni cabalgata) y me he ido unos días a la playa a desconectar, reflexionar y olvidarme del mundo y he vuelvo a la “normalidad sin banderas”. La gente ya no habla de derechos ni de leyes ni de avances. No. Al menos el común de los mortales. Solo mi círculo activista sigue al pie del cañón dejándose las horas, las dioptrías y alguna que otra caña pendiente para otro momento porque en España tenemos una situación política que nos hace seguir al pie del cañón sin detenernos ni a pensar en descansar. Pero aquí nos encontrarán. Con paciencia, con calma y con la diversidad por bandera. ¿Alguien dijo miedo?

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