¿Quién teme a lo queer? – Florecer será un crimen

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

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te preguntaré mil y una veces / de qué soy yo para ti el significante, mi amor; / adiós, adiós al significante; / yo tan sólo quiero / trascenderte / como nunca podría hacerlo una palabra, sin / cuestionarse torpemente entre las palmas vacías, / sin la indiferencia, igual, así; justo así, justo / mi amor, / como el sujeto más puro de mi deseo.

Elizabeth Duval. Fragmento de ‘Symploké’

Imagen: ‘Lorca’ de Roberta Marrero (2018)

Federico García Lorca creó el concepto de “epentismo”. Él era epéntico. Un sintagma adjetival encriptado, referencia oculta a la forma de ser y desear que aún en tiempos republicanos se mantenía proscrita. Una estrategia de comunicación con allegados para hablar (sin decir) sobre lo que se prohibía nombrar. Lo epéntico podía ser, quizá, además de apunte a orientaciones clandestinas, aquello que emerge de pronto, de improviso, como significante espontáneo en un contexto que ni lo espera ni, desde luego, aprueba formas disidentes de existencia.

De esta forma Federico ya nos enseñaba que el lenguaje bien podía ser un arma (cargada de futuro, como aquellas de Celaya). Su práctica poética distorsionaba los límites de lo lineal y comprensible, trazaba nuevas posibilidades míticas, ontologías otras para el relato y sus direcciones, para nuestra relación con el mundo y la realidad que se escapa siempre al nombre. Federico epéntico sembró clandestino campos de flores y fue, como sabemos, perseguido, castigado, asesinado, desaparecido. Devino fantasma de esta condena a la desmemoria, devino hueso enterrado en tierra opaca, exiliada en el interior de la España que olvida a la fuerza.

El pasado 5 de junio celebramos su cumpleaños. ‘Florecer será un crimen’ fue el título con el que LACAH (Liga Artístico-Cultural Anti-Homofobia) coronó el recital de poesía queer en honor a su memoria, celebrado en el Umbral de Primavera de Madrid, sala de teatro del Lavapiés que resiste a la gentrificación y al turbocapitalismo con piezas dramáticas, exposiciones artísticas, talleres, asambleas y eventos como este. Cuando comenzamos a presentar el recital, Roberta Marrero dijo que es la primera vez que, en democracia, celebramos el aniversario de Lorca con sus asesinos en el gobierno, con los responsables de ese fantasma político en nuestras instituciones que amenaza sin complejos con devolvernos al crimen. Florecer será un crimen. Será. Las hijas, nietas y hermanas de Federico estábamos ayer en el escenario y el patio de butacas, en el bar y el ambigú. Bebimos y escuchamos, leímos y lloramos, de la emoción y también de la risa.

Desde José Luis Serrano, su bote de mayonesa y su recuerdo para Mame Mbaye, hasta la inconmensurable performance de Óscar Espirita, sazonada de alcohol protésico y cargada de la fuerza de la herida, de luz y culos redondos, de melancolía y esperanza. Elizabeth Duval, Carlos Asensio, Violeta Font, Blas Nusier… y tantas otras voces que reprodujeron la estela del lenguaje como arma, del epentismo revisitado, resignificado al tiempo y a punto para afrontar el reto del permanente florecer, y también, quizá, del devenir criminal.

Lo queer es esa corrupción. Corrompe y dinamita, destruye para reconstruir el significado, indica y apunta a lo posible. Anuncia los puntos ciegos del lenguaje que se pretende hermético y que sólo está, convengamos, lleno de fisuras por donde caemos todas, todas las que no. El lenguaje poético posibilita la exploración de quiebra, y señala la fragilidad de ese discurso que se disfraza de incorruptible. Recordé sobre el escenario los versos de Sejo Carrascosa, cuando hablaba de lo queer como punto ajeno. Como partícula disidente del régimen normópata, cishetero y blanco, que se construye por oposición, que se crece en privilegio asesino y que no espera (nunca, ¡ay!) el epentismo. No espera, al menos, que tenga voz, cuerpo, que sea red. No espera que seamos tejido. Y añade Carrascosa:

Queer es ser bastarda y no tener familia.
Queer es fundar un clan, alzar una partida, formar una banda.
Queer es un mapa mudo donde los accidentes son prótesis cartografiando el deseo.
Queer es una red de órganos, y otra red, y otros órganos.

Y yo nos miraba, el 5 de junio. Me preguntaba si habitamos un tejido epéntico. Todas, las torcidas, las niñas maricas, las bollo lobas, las bi, las trans, las bastardas súper zorras, las víboras, las osas sin pelo, las enormes y escuálidas, las protésicas alcoholizadas, incapaces e incapacitadas, las excesivas y las insuficientes, que desbordamos, c/l/a(n)ma(r)(n)ada, las estrecheces de la norma. Puede que seamos ese punto ajeno en el espacio del heterotexto, y puede también que tanto micro/punto forme un mapa, un paisaje nuevo reconocible desde lejos. La exclusión amenaza, habitar lo epéntico supone, quizá, devenir margen. Pero ya sabemos, Federico, que somos clan, y que seguir aquí es vengar tu muerte, y que enunciaremos tu rastro en cada resto de cada texto, y que seremos testigos de tu relato.

Nos mirabas, tú también, el 5 de junio.

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