A 40 años vista: de la memoria y su extraño poder, del sexo diverso y combativo (y de la historia que no se repite)

Por Víctor Mora Gaspar (@rockerhorror ) escritor, activista LGBTIQ+ y por la memoria histórica

El 26 de diciembre de 1978 los “actos de homosexualidad” dejaban de ser un elemento penalizable en la conocida Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social (LPRS), una ley que entró en vigor en ese periodo gozne llamado tardofranquismo, que comprendía los últimos años de vigencia política de la dictadura y los primeros de la transición a la democracia. Hoy hace 40 años de la despenalización, y si nos quedásemos con ese titular, bien podríamos haber cerrado felizmente el capítulo de la opresión entonces, sin embargo sabemos que no fue así. La lectura de este hecho histórico de manera aislada nos devuelve una visión sesgada y reducida de un proceso enormemente complejo, que no puede archivarse como parte del pasado, y que debemos afrontar mediante estrategias de memoria.

Paul Ricoeur decía que la memoria es un extraño poder porque hace referencia a una huella que existió en el pasado y que también existe ahora, existe todavía. Por lo tanto, la memoria conforma el presente y, precisamente por eso, interviene también en la manera en que construimos el futuro. Esta interacción hace de la memoria un instrumento múltiple para la interpretación del mundo y, como tal, es esencial para entender quiénes fuimos, quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser. Por todo ello es especialmente importante en procesos políticos como el que estamos viviendo ahora.

La LPRS de 1970 se implantó para modernizar la Ley de Vagos y Maleantes y contemplaba, con lenguaje adaptado a los nuevos tiempos, peligros para el orden social y el llamado bien común. Se trataba de un catálogo de supuestos que podían alterar la sociedad y hacer daño a su moral.

La LPRS dibujaba un mapa de acciones e identidades subalternas para su control y represión, y utilizaba como excusa la seguridad de la población. Los agentes contaminantes de ese bien común éramos las prostitutas, drogadictos, pornógrafos, ebrios habituales, mendigos… y quienes cometieran “actos de homosexualidad”, noción abstracta que, en lo que refiere al sexo y al género, abarcaba transgresiones que iban desde las manifestaciones eróticas y afectivas entre mujeres o entre varones hasta la expresiones o performances de género que no se adecuaran al patrón normativo. Mujeres masculinas, hombres afeminados, personas trans, bis, maricas, bolleras… y toda la amplia diversidad que se sale de la (muy estrecha) norma podíamos caber en el significante homosexual, un cajón de sastre contranormativo que amenazaba los pilares sociales nacionalcatólicos de la dictadura de Franco.

Fue la puesta en vigor de esa ley la que, como contrapunto, generó las condiciones históricas para el nacimiento de la colectividad por la emancipación sexual. Los Frentes de Liberación Homosexual (como se llamaron, primero en Cataluña y después, poco a poco, en muchas más ciudades del país) crearon un espacio organizado para luchar por la libertad sexual y contra la LPRS. Esta lucha se hermanaba con el feminismo (del que, por cierto, aprendió a estructurarse como movimiento), con la lucha obrera, la estudiantil, y las relativas a la libertad de expresión y a la libertad de prensa.

La emancipación sexual no contemplaba solamente la despenalización de la homosexualidad, al contrario: al repensarse como sujeto político, esta colectividad cayó en la cuenta de los múltiples problemas que engarzaban lo sexual con lo privado y lo público, y que atentaban contra libertades fundamentales (como el sexismo y el machismo estructural, la monogamia y la heterosexualidad obligatorias, el matrimonio como célula del sistema capitalista, la unión Iglesia y Estado, etc.).

El intenso trabajo combativo, activista y también intelectual de estos frentes hizo crecer el debate sobre sexualidades dentro de los activismos, llegó a los medios y a las calles y, finalmente, también a las Cortes. Si atendiéramos al estudio exclusivo de documentos históricos sabríamos que el 26 de diciembre de 1978, se subsanó por vía de urgencia (Ley 77/1978) la LPRS, lo que dejaba una reforma legal que eliminó algunos artículos de la misma. Se eliminaron los «actos de homosexualidad», lo cual supuso, desde luego, un gran logro. Sin embargo continuó operativo el concepto de “peligrosidad” la protección de la convivencia social para otros estados (como la prostitución), e incluso la homosexualidad podía ser aún controlada por otras vías legales, como el “escándalo público”.

Sabemos que la eliminación de los “actos” de la LPRS no trajo consigo un reconocimiento del daño, una restitución, igualdad social o institucional, ni siquiera una crítica que comprendiera la enorme diversidad que se suele englobar en el marco de lo “no normativo”. La despenalización no fue una meta final en sí misma, sino el comienzo de una etapa nueva en la que aún nos encontramos, que se iba a caracterizar por nuevos retos e inesperados obstáculos en el camino por la libertad sexual. La memoria, las aproximaciones críticas al pasado mediante testimonios, historias de vida, experiencias, micro-relatos micro-políticos puestos en relación también con producciones alternativas de archivos (personales o colectivos, fotografías, cartas, manifiestos, fanzines, etc.), nos proporcionan otras formas de mirar y acercarnos a un proceso que lejos de haber acabado, continúa en desarrollo y condiciona además nuestros imaginarios para el futuro.

La memoria problematiza lo que en principio parecen compartimentos históricos estancos y cerrados. Nos permite nuevas preguntas a las que debemos atender y tratar de dar respuesta. ¿A quiénes y a cuántas de las que éramos consideradas peligrosas sociales se nos permitía existir en sociedad después de la despenalización? ¿Quién quedó fuera del sujeto político post-transicional? ¿Cuáles fueron las consecuencias inmediatas en lo político y lo social, en lo laboral, familiar, etc.? Hacernos cargo de esas complejidades puede darnos nuevas estrategias críticas para afrontar los problemas contemporáneos. La memoria es una herramienta que nos permite trazar continuidades y visibilizar problemas que no quedaron resueltos de manera homogénea por una reforma legal.

Estos días escuchamos mucho que la historia se repite, y que hay que conocer el pasado para que no se repita. Es curioso que hablemos de la historia como si fuera algo exógeno, ajeno a nosotras y nosotros. Como si fuera un fenómeno meteorológico que se repite de vez en cuando y frente al cuál no podemos hacer nada. Creo que es más interesante tomar la responsabilidad de nuestras acciones y pensamientos; hacernos cargo y comprender que no hay un fin o un principio instantáneo para los tiempos históricos, y que somos nosotras y nosotros quienes decidimos todos los días si queremos reproducir ciertos patrones o, por el contrario, cuestionarlos y combatirlos. La recuperación crítica de las memorias combativas por la liberación sexual es parte de esa responsabilidad. Tenemos la oportunidad de hacerlo y de crear imaginarios para futuros posibles en los que no se reproduzcan desigualdades y jerarquías. Futuros en los que “la historia no se repita”.

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